Isla alien (2): El hombre del misterio
Isla alien cuenta la historia de un engaño radial, no de una empresa de ese rubro, sino que directamente usaba el medio sonoro para embaucar a sus interlocutores de onda corta. Eso es la leyenda urbana de Isla Friendship, un embuste. Lo sorprendente, y divertido, es que dada la fácil capacidad de replicarlo, su reproductibilidad técnica a bajo costo, le permitió difundirse y perdurar. O dicho en términos diferentes: es un hito importante, prácticamente fundacional para la ufología chilena. En la película tenemos que un gran engaño se convierte en “el guion más lindo”, como dice un entrevistado, aunque tal vez sea más adecuado decir sea “el filme” perpetrado por Ernesto de la Fuente
When I talk about it, It carries on
Reasons only knew, When I talk about it
Aries or treasons, All renew
-Big me, Foo Fighters
A su manera, Isla alien se hace cargo de la parcela documental relativa a la representación insatisfactoria de la verdad, aquella que va corriendo el manto de ambigüedad presente en la realidad como intento por traslucir lo que está detrás de las apariencias pero no se consigue, eludiendo el cariz positivo de lo verdadero y reafirmando que la única verdad es su incompletitud. Pensemos en Hotel Terminus (Marcel Ophüls, 1988), en la que la conformación de las acciones y valores del jerarca nazi Klaus Barbie, detenido, juzgado y condenado luego de una pesquisa que duró décadas y continentes, no termina por ofrecer una recompensa al espectador de que el bien ha sido hecho, sino que inquieta por la serie de contradicciones entre los testigos. Si nos quedamos con el fin, se ha hecho justicia, si nos quedamos con los medios, todo se vuelve fangoso y debemos reconocer que los recuerdos, los puntos de vista y las intenciones nunca son unívocas. Como relatos son falibles, la verdad es irreconstruible en términos absolutos, y eso es fascinante porque nos hace fabular. Donde la verdad es inalcanzable renace el documental.
Luego de explorar en Robar a Rodin (2017) la historia noticiosa de un personaje mitomano y el cruce entre legalidad, arte y verdad, con apoyo en un registro liviano (en términos de digital y también con recursos de humor) que cruzaba recreación con entrevista y archivo, Cristóbal Valenzuela tardó seis años en volver con una sucesora, la que también cruza estilos y géneros para establecer un sugestivo retrato de un personaje oscuro con una trascendencia mediática. De nuevo, en el fondo, habla del poder de lo imaginario como organizador de la realidad, algo en lo que el cine tiene una indesmentible importancia histórica. En otras palabras, nuestro mundo y nuestra vida se rigen como si fuera cine, un espectáculo tan grande en extensión que pareciera ya nos contiene a todos en él.
Para el caso de Isla alien, el personaje que está al centro es un individuo que no dejará de plantearse como un misterio: primero la película de entrada presenta un misterio, el de la Isla Friendship, y al final dejará instalado satisfactoriamente otro enigma: Ernesto de la Fuente como una imagen más perturbadora que cualquier avistamiento ovni. La pregunta que queda es: ¿Qué tan importante para todxs es la necesidad de creer?
La película se dispone con una eficaz autoconciencia, juega el juego de plantearnos que lo que vemos es siempre una película, que un documental no tendría por qué hacerle asco a los componentes de la ficción. Aquí la “reconstrucción” reina. La imagen es en un blanco y negro que sigue patrones noir, de fuerte contraste entre las zonas de sombra y las iluminadas. Este tipo cromático informa los tres tipos de construcción que posee el relato: (1) entrevistas en primer plano, (2) archivos reales (algunos escritos, pero sobre todo visuales-televisivos y sonoros-cassette) y archivos-ficciones (de películas de ciencia ficción), y (3) puesta en escena de recreaciones. En una decisión comprometida, la película escoge tal uniformidad visual y su lazo “nostágico” con el género de ciencia ficción tipo serie B del cine estadounidense de los años 1950 y de films del lado este de la Cortina de hierro, en vez de haber ocupado como estrategia el formato televisivo de los años 1980 o 90, tal vez más pertinentes dado el contexto chileno y dictatorial de los hechos.
Una decisión así acarrearía perspectivas que dispararían hacia una lectura “política” más obvia del tratamiento ejecutado por la película, en que la forma mediática se lee como no solo como soporte de la historia que se cuenta sino como agente representacional “vintage con carga política” (como en No, de Pablo Larraín). En otras palabras, aquí no hay una acusación política a la visualidad como agente para contar la historia, sino una intención que permita asociar al personaje que está al centro de una oscura trama. Así, se desplaza el contexto político directo, se difiere un cometido expositivo de denuncia (recurso típico del documental de memoria) y busca un horizonte más amplio para su personaje y su tema, vale decir, específicamente para referir a un hombre de cine y televisión, como era Ernesto de la Fuente, y relacionarlo con la temática del complot, asociada a la manipulación de algunos mitos modernos, como son los ovnis. Con ese doblez, en una “operación termita” si se quiere, la película afronta la vertiente “de reconstrucción” en favor del enigma de su personaje. Después de todo, la historia de Ernesto de la Fuente se expande más que los años en que estuvo activo en todo lo relativo a Isla Friendship, venía de más allá.
Otra posible puerta de entrada a Isla alien tiene que ver con el sonido. La fuente de archivo sonoro, el elemento fáctico sobre el que se sostiene el mito de la Isla Friendship, su prueba de existencia, por así decirlo, son las grabaciones, los archivos de cassettes.
Al igual que la radio, otro hijo postrero del siglo XIX, el cine construye con su propia naturaleza la espectralidad, pero por tratarse de un soporte de imagen no es tan cercano de ella como la televisión. De todas formas la copresencia sensorial, la transmisibilidad que radio y TV poseen, las coloca del lado de la comunicación (y no del arte, como el cine), aunque la sustancia siniestra que acarrean puede ser tal vez más inquietante en la radio, dado que no apela a lo visual directamente (su “visualidad” puede ser imaginaria) y a lo fácilmente moldeable de la voz y los ruidos transmitidos (hay una característica “ominosa” en la trasmisión radial). Por otro lado, de Orson Welles a David Lynch, la radio alimenta fantasías que el cine capta y devuelve a mayor escala. Es capaz de llevar a cabo de una manera directa -violentamente efectivo dado su régimen escópico- lo que en radio, en cambio, es más inquietante. Me refiero a algo relativo al orden de generar un efecto de verosímil. Nunca se nos dijo ”escuchar para creer”, siendo que lo primero que uno hace para mentir es abrir la boca y soltar sonidos. Pero los sonidos no son falsos, su sentido tampoco, es la intención significada la que es una tergiversación o aberración de una verdad.
Isla alien cuenta la historia de un engaño radial, no de una empresa de ese rubro, sino que directamente usaba el medio sonoro para embaucar a sus interlocutores de onda corta. Eso es la leyenda urbana de Isla Friendship, un embuste. Lo sorprendente, y divertido, es que dada la fácil capacidad de replicarlo, su reproductibilidad técnica a bajo costo, le permitió difundirse y perdurar. O dicho en términos diferentes: es un hito importante, prácticamente fundacional para la ufología chilena. En la película tenemos que un gran engaño se convierte en “el guion más lindo”, como dice un entrevistado, aunque tal vez sea más adecuado decir sea “el filme” perpetrado por Ernesto de la Fuente. En baja intensidad su cometido bien pudo haber llegado más lejos que la espectacularidad que impulsó a Welles dejar la radio neoyorquina para firmar contrato con RKO.
En cuanto a de la Fuente, sus orígenes no son muy claros, posiblemente alguien más interesado en la técnica como una forma de satisfacer su ego que un anónimo interesado en la ciencia per se o que un ingeniero alumbrado. Se puede intuir el uso del ejemplo radial wellesiano como manifestación de una veta artística y manipuladora que no trata de remitir a un bigger than life, ya que más bien opta por el engaño puro y duro, por la falsificación de la experiencia que lo tiene a él como secreto controlador, como escamoteador de su propio genio, porque revelar el engaño pondría a sus víctimas en contra suya. Un mentiroso no desea que lo descubran. Los problemáticos y demenciales cruces con la legalidad a lo largo de su vida causan estupor. La película pudo dedicarse a explotar una veta de golpes abyectos pero no va por ahí; festina al personaje en momentos con parodia y con opacidad en otras, su apuesta siempre es por volverlo enigmático, un hombre misterioso.
De esa forma de la Fuente se vuelve un personaje fascinante. Parte trabajando en televisión como sonidista y pronto va acompañando esa labor con pequeñas apariciones actorales, al mismo tiempo que también se emplea en cine. Trabaja con Raúl Ruiz y ahí surge un paralelismo, lo podríamos interpretar como un otro de Raúl Ruiz, interesado en otras facetas del ocultismo, pero donde Ruiz es eminentemente un creador de formas, de la Fuente es un performer. Tal vez como actor hubiera obtenido el reconocimiento que posiblemente buscaba. En las diversas imágenes de archivo que lo muestran cuesta reconocerlo, siempre parece alguien distinto, alguien que le gusta disfrazarse, con rasgos que varían según maquillaje o vestuario, como si fueran roles que interpretaba (para la cámara y el mundo).
Más adelante se irá revelando con un potencial psicopático, frío, sin emociones, manipulador de su conducta y de otros, posiblemente criminal (la muerte de su esposa y la posterior exposición de ella como fantasma en un programa televisivo).
Inevitablemente su conducta, sus acciones y personalidad se termina asociando a la dictadura. Independiente del grado de su involucramiento en la delación y desaparición de personas, queda como ejemplo de un tipo de personaje civil ambiguo, identificado con una noción confusa del poder que escapa a parcialidades ideológicas dicotómicas. Es su propia megalomanía la que puede llevarnos a identificarle con un proceder violento, cuya psicopatía tiñe de gris la vida y el cotidiano de quienes lo rodean, al asociarse con el terrorismo de estado o al crear eventos falsarios, algo que en última instancia podemos encarnarlo como reflejo de Pinochet, el militar que se topó con el lugar y momento correctos para investirse en dictador, alguien más pedestre y siniestro que un vampiro, aliado histórico de las fuerzas reaccionarias del mal, si lo comparamos con la película El conde.
Si bien estas elucubraciones mías no están para nada desarrolladas en la Isla alien, pueden ser extrapoladas sin mucha imaginación, pero en ninguna media la película las alienta. Mejor dicho, prefiere mantener el misterio. Y esa ambigüedad es uno de sus mayores logros. El meollo de tanto misterio y puesta en escena tiene que ver con una propuesta que nos habla de una necesidad por la creencia en un mundo donde todo puede ser efecto de relato. Parafraseando a Elliott Smith, de establecer una realidad distorsionada para seguir por la vida. De la fuente se vuelve un demiurgo chanta, pero alguien que cataliza una necesidad de poder y manipulación sobre los demás. El mitómano tiene que ser el primero en creerse sus mentiras para poder manejarse con quienes interactúa. Por eso Isla alien finalmente habla sobre los peligros de la ficción bajo la forma de un documental donde todo es reconstrucción. Reconocible a primera vista en el uso de sus recursos, esa efectividad consigue que pese a todo el personaje nos sorprenda y podamos entenderlo sin justificarlo. Después de todo, él funciona como metáfora del hacer cine, de actuar y de dirigir. Lo mismo ocurre con la contextualización, donde las operaciones de encubrimiento criminal, de distorsión social y mediática ejecutadas en dictadura hacen eco con nuestra cacareada era de fake news y conspiraciones de todo tipo.
Lo paradojal de nuestro tiempo es que junto con esa necesidad de creencia, también se impone una necesidad de desilusión; a la larga esa es la fuerza política de esta película. Necesitamos que pase lo que el perro Toto hace con el Mago de Oz, que corra la cortina donde se oculta el hombre orquesta que engaña y fascina, dejando a la luz su pequeñez y ridículo, su banal humanidad, en definitiva. Hemos recorrido ese camino muchas veces, desde nuestra infancia con Dorothy hasta nuestra vejez con Scorsese en Los asesinos de la luna, pero siempre está más que bien conocer una versión, a la chilena, y que no nos olvidemos que todos los caminos nos llevan a 1973.
Título original: Isla Alien. Dirección: Cristóbal Valenzuela. Guion: Cristóbal Valenzuela, Juan Eduardo Murillo. Fotografía: Matías Illanes. Montaje: Juan Eduardo Murillo. Dirección de arte: Romina Olguín. Producción: Diego Breit. Casa productora: Glaciar Films. País: Chile. Año: 2023. Duración: 87 min.