Invitación de boda: Masculinidades en el prisma
El retrato que Annemarie Jacir hace de dos masculinidades en conflicto latente es abordado en su conjunto con el valor igualmente común de lo entrañable, algo fácil de esperar, pero en cuyo grado de alcance o éxito radica la dificultad y el tamaño del logro poético. Jacir filma a sus seres dejándoles la oportunidad de mostrarse en lo que son, no tanto en lo que puedan llegar a aparentar.
El ciclo de cine “Hecho por mujeres” partió con Invitación de boda, de la realizadora palestina Annemarie Jacir, quién ya cuenta con cinco largometrajes en el cuerpo, siendo este su último estreno, del año 2017. Leo que Jacir, además de cineasta, es poeta, lo que inmediatamente -sin prejuicio, claro está, de lo extensa que pueda ser la lista- me retrotrae, a vuelo de pájaro, al recuerdo de dos cineastas italianos extremadamente polémicos, aunque por motivos bien diversos: Pasollini y Bertolucci; ambos poetas laureados, en particular el primero, cuyos poemas ilustran volúmenes literarios que pueden encontrarse, no con facilidad, en algunas librerías de Santiago. Se trata de dos cineastas que a pesar de sus diferencias comparten dos rasgos comunes: la preocupación por la innovación en las formas y el juego hacia los límites de aquello que puede ser representado, en particular en la relación de la libertad y el sexo como expresión pura del cuerpo. Guiándome solo por esta película, Jacir no parece interesada en lo absoluto en ninguna de esas facetas o desafíos de la estética y poética cinematográfica.
Como he señalado, desconocía el cine de Annemarie Jacir hasta que vi esta película, por ende solo me guío por esta experiencia para apreciar su capacidad visual a la hora de presentar y representar seres y situaciones humanas, que es lo único, y no es poco, que parece importarle, al menos en un primer plano. Seguimos viviendo en tiempos de fragmentación, de búsqueda de la identidad, de relatos a microescala, y ahí es donde opera la mirada de Jacir, al nivel del transeúnte que camina desde su casa y tarde o temprano (dentro del día) retornará a ella sin épica, que oculta más o menos lo que cualquier otro u otra, que se funde en suma con la idea de sujeto común. Aquí la poesía, por ende, es la que apunta y, sobre todo, avala a dicho sujeto, la que le sirve de sostén por encima de la necesidad de explicarlo a cabalidad.
Esta es una historia familiar como todas las películas sobre la preparación de una boda, pero como telón de fondo, ya que en este caso la figura de la familia se concentra en primer plano en el retrato de dos hombres, el padre Abu y el hijo Shadi. Este último ha viajado desde Italia, donde reside desde hace años con una vida que todo indica no desea abandonar ni cambiar por nada del mundo. Durante el transcurso de un día (de la mañana al primer crepúsculo de la tarde) se trasladan en automóvil por las calles de Nazaret en lo que se constituye como tradición local a la hora de repartir las invitaciones a la boda, la de Amal, hija de Abu. En ese tránsito permanente y breve por cada estación de paso, Shadi y Abu vivirán situaciones ancladas en la más pura y dura cotidianeidad junto a familiares, amigos o simples conocidos, donde todo, absolutamente todo, aspirará al rango de lo llamado común, del sentido común que puede y tal vez debe sublimarse narrativamente en cierto humor constantemente tañido de fragmentarias emociones.
El retrato que Annemarie Jacir hace de dos masculinidades en conflicto latente es abordado en su conjunto con el valor igualmente común de lo entrañable, algo fácil de esperar, pero en cuyo grado de alcance o éxito radica la dificultad y el tamaño del logro poético. Jacir filma a sus seres dejándoles la oportunidad de mostrarse en lo que son, no tanto en lo que puedan llegar a aparentar. Después de todo se trata del reencuentro de un padre con su hijo en función de la boda, todo matizado con un elemento familiar que podría estructurar el relato: la madre, mujer que ahora vive en Estados Unidos y cuya ausencia se debe a una posible infidelidad en el pasado y al hecho posterior de haber rehecho su vida, y de quien, en suma, es incierta su asistencia a la boda debido al estado clínico terminal en que se haya su actual esposo. Este hecho puede sorprender a primera vista, por tratarse de una cultura tradicional generalmente considerada como machista, y no debería leerse sin olvidar la importancia que la cineasta palestina logra, a partir de él, constituir alrededor de estas dos masculinidades arrojadas a su propia y algo forzosa intimidad.
En ese último plano, sin embargo, es donde Jacir construye más bien el centro y sentido de su filme, una poesía de la amistad fracturada por las historias particulares y sociales propias de la realidad palestina dentro del estado de Israel. Que la madre viaje o no, resulta importante para la consumación real y feliz de la boda, pero su ausencia, más allá de un posible gesto de sorpresa, sirve para dejar a estos dos hombres enfrentados contra otra ausencia mucho más poderosa: la de la libertad de los palestinos puesta en cuestión desde la cuna a la tumba dentro del estado de Israel. Ese es el eje que ha distanciado a estos dos seres, tanto física como simbólicamente, sin que ninguno de ambos haya resultado ni remotamente integrado a la obligatoria condición de sumisión que reconocen y resienten de forma diversa.
De tanta cotidianeidad filmada en clave de sencillez, Invitación de boda puede correr el riesgo de tornarse algo pueril en las constantes microsituaciones de un guión donde descansa fundamentalmente la propuesta. Poco, eso sí, puede reprocharse a la dirección de actores, en especial de padre e hijo, y que además comparten esa condición en la vida real. Abu y Shadi (Mohammad y Saleh Bakri), dan vida fresca, natural, a una serie de momentos que transitan entre la nada y la vida, y el hilo muy tenso que equilibra ambos lugares puede correr el riesgo de ir representativamente (filmicamente) solo hacia un algo que está ahí más que nada por estar, porque ha de haber vida, sobre todo ante la injusticia. El clímax y la resolución final se juegan todo el acento de esta disyuntiva. Si es ya demasiado tarde como para consumar algo más poéticamente poderoso, será una pregunta válida para la galería.
Título original: Wajib. Dirección: Annemarie Jacir. Guion: Annemarie Jacir. Fotografía: Antoine Heberlé. Reparto: Saleh Bakri, Mohammed Bakri, Maria Zreik, Tarik Copty, Ossama Bawardi, Lama Tatour, Ruba Blal. País: Palestina, Colombia, Noruega, Francia, Alemania. Año: 2017. Duración: 96 min.