Informe Festival de Cine Europeo 2017: Registros urgentes y contra el tiempo

Hasta fines de junio se exhibió en salas de todo Chile la 19° versión del Festival de Cine Europeo, caracterizada en esta ocasión por una desnivelada exhibición. Compuesta en su mayoría por títulos comerciales y bastante antiguos, la muestra más bien parece resultado del compromiso de las embajadas por exhibir material de sus connacionales. Sin embargo, tras escudriñar un poco en su programa es posible descubrir algunas apuestas cinematográficas de las que daremos cuenta en esta reseña.

Brodre (Hermanos, 2015) es uno de los filmes interesantes proyectados en el Festival,  documental considerado el Boyhood (Richard Linklater, 2014) noruego, dado que durante una década la directora y madre noruega Aslaug Holm filmó el crecimiento y evolución de sus pequeños hijos, Markus y Lukas. En ambas cintas se registra el paso del tiempo, lo que se grafica en los radicales cambios en los niños, en el envejecimiento de sus padres, y hace un seguimiento de los “momentos de una vida” de los hijos (parafraseando el título con que Boyhood se exhibió en América Latina), e incluso hay un fotograma de uno de los chicos tendido en el pasto, que probablemente sea una cita al filme americano. Sin embargo, Boyhood es un filme de coming-of-age que trabaja con actores profesionales y con un guión que resalta los principales hitos de la vida del niño protagonista y la relación con su familia. En cambio, en la película de no ficción noruega los hitos son cotidianos: la caída de un diente, el primer día de colegio, la relación con el fútbol (primero una imposición del padre entrenador y luego una pasión) o la decisión de teñirse el pelo o perforarse las orejas ya en la adolescencia, para verse más rockero.

Por años la directora Aslaug Holm se dedicó a filmar acontecimientos por el mundo, hasta que se dio cuenta que estaban frente a sus ojos y decidió filmar a sus propios hijos: cómo se asomaban a la vida y desarrollaban la hermandad entre ellos. El rodaje de Brodre no tuvo horarios ni jornadas definidas -como la propia maternidad-, lo que permitió a la realizadora registrar material de la intimidad y el día a día de sus hijos mientras iban creciendo (otra diferencia con Boyhhood cuya filmación fue de 39 días distribuidos en 12 años). “Aunque para un niño el tiempo es infinito, para una madre pasa muy de prisa”: el bebé que comenzaba a caminar, en un abrir y cerrar de ojos se convertía en un niño buscando el valor para tirarse un piquero desde lo alto de la roca siguiendo a su hermano (“tienes que tener miedo para ser valiente”).

Por un lado, el de la directora-madre, su figura se posiciona principalmente como una observadora de las acciones de sus hijos y sólo en algunas ocasiones interviene en su rol maternal como guía frente a situaciones desesperadas (la rotura de un vidrio por un pelotazo o una rabieta). Frente a un “odio la clase”, “me quiero ir a casa” de Lukas, el hermano menor, la madre reacciona tras de cámara con un off: “no puedes huir siempre que las cosas se pongan difíciles”.

Desde el lado de los hijos, dado que sus vidas han sido registradas desde que nacieron, uno de los niños señala que se acostumbró a que su madre lo siguiera con su cámara hasta a la escuela. Pero en momentos (especialmente cuando ya están más grandes), los hermanos sienten insostenible su presencia permanente, hasta pedirle que por fin apague el equipo: “no voy a hablar mientras grabes”, asegura Markus, el hermano mayor, cuando se prepara a dejar la escuela para jugar fútbol de manera profesional.

Una década había pasado desde que comenzara a filmar a los hermanos, esta madre-directora que en momentos pensó que sus hijos se harían mayores antes de que lograra terminar la película: su dificultad para identificar el final del documental, estaba directamente relacionada con el reconocimiento de que los niños habían crecido y sucumbido al inexorable paso del tiempo, que nunca vuelve atrás y que devela su propia etapa de madurez.

Los otros hermanos

OS MAIAS

El tiempo sí retrocede en la película portuguesa Os Maias, escenas de vida romántica (2014), que su director João Botelho también versionó en miniserie televisiva, estrenada simultáneamente en Portugal y Brasil (2015). Ambientada en la Lisboa de fines del siglo XIX es una adaptación de la obra homónima de Eça de Queiroz -considerada una de las más relevantes de la literatura del país del fado- que cuenta una historia familiar a lo largo de tres generaciones.

Con una escenografía exterior compuesta por originales decorados pintados, un interior con toques impresionistas, habitaciones de altas paredes y recargada decoración, la película comienza en blanco y negro cuando relata el drama de una familia aristócrata cuyo hijo se queda solo con un bebé recién nacido después que su mujer decide abandonarlos. El color se instala cuando, ya pasado el tiempo, el pequeño se transforma en el médico Carlos da Maia, que regresa a Lisboa después de un largo viaje por Europa para alegría de su abuelo, quien lo ha criado luego de que su padre se suicidara.

La vida de uno de los Maias transcurre entre masculinas tertulias, veladas de canto, generosas cenas y amoríos con comprometidas mujeres de la realeza, hasta que conoce a una bella y misteriosa mujer recién llegada a la ciudad, María Stuarda, y se fascina con ella sin saber que comparten más que una pasión y que sus destinos tienen un origen común, como lo insinúa el nombre de la película.

Con actuaciones a veces cansadoramente teatrales y un ritmo lento propio del cine portugués, esta película de época fue la más taquillera cuando fue exhibida hace ya varios años en su país (de hecho, el filme completo se puede encontrar en youtube) y refleja la sensación de superioridad de la burguesía de la época que consideraba que “la desgracia de Portugal es que no hay gente”, mirando con desdén al pueblo ignorante.

El cine urgente

vivir y otras ficciones

En su paso por Chile en el marco del Festival el director y guionista catalán Jo Sol presentó su película Vivir y otras ficciones (2016), que es parte de lo que denominó “una trilogía no prevista” sobre disidencias y el hecho de no encajar en un cuerpo, así como en la vida.

A primera vista, el largometraje parece un documental, pero no lo es. Sol trabajó con actores no profesionales, al igual que en sus producciones anteriores, en los roles protagónicos (Antonio, con discapacidad física, y su padre, Pepe) y con actrices profesionales en el papel de la cuidadora del protagonista y su colaboradora sexual. Según señaló el realizador, el método de trabajo utilizado lo denomina “cine urgente” -por no llamarlo cine pobre-, debido a los bajos montos de producción que implica este cine de realidad, tan lejano al de ficción y espectáculo.

Del mismo modo, en una primera lectura Vivir y otras ficciones trata sobre la reivindicación de las personas con diversidad funcional del derecho al propio cuerpo (sea el que sea y con la discapacidad física que pueda tener) y al placer. Es así que Antonio, un escritor y activista tetrapléjico eleva la bandera del disfrute y el gozo sexual para cuerpos dependientes y poco deseables (“¿por qué siempre se nos deja fuera de las cosas buenas de la vida?”) como opción vital y política, contratando los servicios de una colaboradora sexual que lo haga llegar al orgasmo. Este cine de realidad se expresa en todo su esplendor en escenas poco convencionales de cuerpos deformes, restringidos y resistidos recibiendo placer y disfrutando sensaciones tal vez por vez primera.

Sin embargo, este híbrido narrativo que es una película de ficción que parece de no ficción y que combina actores profesionales y no profesionales, principalmente habla del querer vivir y conquistar la propia existencia de forma autónoma al margen del pensamiento hegemónico, en palabras de su director. De hecho, el personaje del padre de Antonio, Pepe, que ha salido del psiquiátrico tras ser condenado tras robar para trabajar (cada noche hurtaba un taxi para trabajarlo, ante la imposibilidad de conseguir empleo), busca desesperadamente encajar en un mundo que no le ofrece oportunidades. Encajar en la vida o encajar en un cuerpo, la misma ficción.