The Father (1): Laberinto interno
Lo que en otras películas puede ser una mera preocupación superficial, acá es utilizado como un elemento fundamental de la narración. La capacidad expresiva del diseño de producción nos afecta primero de una forma casi imperceptible, pero luego se hace más evidente cuando los cambios en el departamento adquieren mayor protagonismo. Sin el tacto suficiente, una técnica como esa podría haber resultado forzada y pretenciosa, pero Zeller logra darle sentido y la mantiene al servicio de lo más importante: la historia. Con una visión como esa, tan consciente de los elementos cinematográficos y del equilibrio entre forma y sustancia, es sorprendente que estemos ante su primer largometraje.
En una escena de la película The Father de Florian Zeller, el protagonista Anthony (Anthony Hopkins) explica que siempre ha tenido dos relojes, uno en su muñeca y otro en su cabeza. Es apropiado, entonces, que uno de los puntos recurrentes durante el desarrollo de la cinta es que el personaje pierde constantemente su reloj, debiendo buscarlo de manera insistente en su departamento. La conexión entre este objeto y su mente permite reflejar la delicada situación del octogenario, quien está viviendo en carne propia los efectos de la vejez, en un proceso tan profundo como desorientador, del cual ya no hay vuelta atrás.
El hombre vive en Londres, en un departamento amplio y bien decorado que tiene desde hace algunas décadas. Debido a su edad avanzada requiere la ayuda de otras personas, aunque según él es capaz de valerse por sí mismo, lo que sumado a su complicada personalidad provocó la renuncia de su última cuidadora. La hija de Anthony, Anne (Olivia Colman), insiste en que necesita la atención de un tercero, sobre todo ahora que ella tiene una nueva pareja y planea mudarse a París. La noticia sorprende al anciano, que tiene algunas dificultades para mantener el hilo de las conversaciones y recordar cosas que ya le habían dicho, unos problemas que son más graves de lo que sospecha.
Descrita así, la premisa de The Father parece augurar una trayectoria clara, con una historia similar al de otros dramas sobre la vejez. Sin embargo, mientras películas como Amour (2012) de Michael Haneke o Still Alice (2014) de Richard Glatzer y Wash Westmoreland narran el deterioro físico y mental de sus personajes desde un punto de vista externo, la cinta de Zeller opta por una perspectiva más subjetiva, que ubica a los espectadores en una posición inusual y desafiante. La historia nos hace partícipes de la experiencia de Anthony, a través de elementos que tuercen nuestra percepción de la realidad, para desestabilizar nociones tan elementales como la identidad, los recuerdos y el paso del tiempo.
La película es una adaptación de la obra de teatro francesa Le Père, también escrita por Zeller, quien hizo este guion para el cine junto a Christopher Hampton. Al igual que en esa pieza, la película recurre a varias técnicas para transmitir la desorientación del protagonista, desde alterar el orden cronológico de ciertos acontecimientos hasta repetir diálogos con pequeñas variaciones. Una de sus estrategias más llamativas dice relación con la alternancia de los personajes, quienes a veces son interpretados por otros actores, como la misma Anne, que en una escena es encarnada sin previo aviso por Olivia Williams. También lo vemos en el caso de Paul, su marido, de quien creíamos se había divorciado, pero luego aparece en el departamento como si todavía viviesen juntos, interpretado por Rufus Sewell y Mark Gatiss.
Los acontecimientos varían de forma constante durante el relato, y si en un momento Anne se va a mudar a París en otro seguirá como siempre en Londres. La propia naturaleza del departamento donde vive Anthony está sujeta a cambios, ya que de repente lo que creía era su propiedad es en realidad el hogar de su hija y él está ahí de allegado. Su confusión es nuestra confusión, en una experiencia que prescinde de las certezas y nos sumerge en el miedo de no saber lo que es real. La dimensión psicológica de The Father se asemeja a ratos a la atmósfera de un thriller, ya que la incertidumbre se torna insoportable y le niega al personaje contar con un punto de apoyo.
La obra no siempre ocupa la perspectiva del protagonista, ya que hay instantes donde podemos ver las situaciones desde una mayor distancia. En una escena, incluso, el foco cambia de sujeto y somos testigos de los complejos pensamientos que Anne tiene sobre su padre. Estas distinciones no siempre están marcadas de manera palpable por el relato, que ocupa una estructura más fluida, así que los espectadores deben ir interpretando lo que ocurre. La película busca una mayor participación por parte de la audiencia, sin que la simple pasividad sea una opción para los que deseen verla. No es que la historia tenga misterios que deban resolverse ni una estructura laberíntica a descifrar, pero hay en ella un llamado a identificarse con Anthony y ver las cosas desde sus ojos.
Como estamos ante la adaptación de una obra teatral, la cinta presenta elementos propios de esos trabajos, como un número reducido de personajes y locaciones limitadas. La cinta transcurre casi exclusivamente dentro del departamento donde vive el protagonista, pero en vez de que eso sea un obstáculo para la película Zeller lo convierte en una de sus principales fortalezas. El director ocupa las posibilidades del lenguaje cinematográfico para integrar ese lugar a la experiencia de Anthony, con la ayuda del diseño de producción de Peter Francis y el montaje de Yorgos Lamprinos. A medida que la obra avanza, el departamento va cambiando su apariencia a través del color de sus paredes, los muebles y la decoración. Este proceso refleja la confusión del personaje, cuya memoria y sentido de la orientación lo están abandonando.
Lo que en otras películas puede ser una mera preocupación superficial, acá es utilizado como un elemento fundamental de la narración. La capacidad expresiva del diseño de producción nos afecta primero de una forma casi imperceptible, pero luego se hace más evidente cuando los cambios en el departamento adquieren mayor protagonismo. Sin el tacto suficiente, una técnica como esa podría haber resultado forzada y pretenciosa, pero Zeller logra darle sentido y la mantiene al servicio de lo más importante: la historia. Con una visión como esa, tan consciente de los elementos cinematográficos y del equilibrio entre forma y sustancia, es sorprendente que estemos ante su primer largometraje.
Para una obra que decide experimentar con las percepciones y la certeza de los espectadores, el riesgo de perder el rumbo era alto. La clave de The Father está en identificar el núcleo del relato y ocuparlo como ancla ante los cambios que se desarrollan a su alrededor, lo que en este caso está representado por el vínculo entre Anthony y Anne. Las sobresalientes interpretaciones de Hopkins y Colman contribuyen también a ese resultado, al mantener en lo alto la chispa de humanidad que prima durante la película. A pesar de un breve cambio en la actriz que interpreta a la hija, su identidad se mantiene constante y eso nos guía a lo largo de la cinta, algo que la diferencia, por ejemplo, de los problemas que tuvo el final de I’m Thinking of Ending Things (2020) de Charlie Kaufman.
Título original: The Father. Dirección: Florian Zeller. Guion: Florian Zeller, Christopher Hampton. Fotografía: Ben Smithard. Diseño de producción: Peter Francis. Montaje: Yorgos Lamprinos Reparto: Anthony Hopkins, Olivia Colman, Imogen Poots, Rufus Sewell, Olivia Williams, Mark Gatiss, Evie Wray, Ayesha Dharker. País: Reino Unido. Año: 2020. Duración: 97 min.