Europa Ya! (3): Hard to be a god (Aleksei German, 2013)
Al salir de Hard to be a God queda la sensación de algo conocido pero jamás visto. Uno intenta hacer la conexión con multitud de filmes (y obras literarias, pictóricas, etc) como si algo de todo eso nos fuese a dar la clave de lo que acabamos de ver …pero no. Esto porque, en un sentido, toda la clave está en la película misma, la experiencia de su visionado y la fuerza única y expresiva de su puesta en escena. Mi sensación final es que esta película está destinada a convertirse en un nuevo clásico.
La anécdota ya ha sido reseñada, así también el contexto: filme póstumo del cineasta ruso realizado a lo largo de catorce años y finalizado por su hijo Aleksei German jr. El caso de German padre es particular: cineasta que produce a lo largo de los años “duros” de la Unión Soviética con temáticas no muy nítidas para el régimen, ahondando tanto en la identidad rusa como en las problemáticas de la burocracia y los traumas sociales recientes. Como muchas obras que han aparecido después de la caída del muro, se trata de verdaderos testimonios de unas décadas de las que aún se sabe poco. En literatura, por ejemplo, sabemos de los casos de Edouard Limónov y Vasili Grossman, para citar dos ejemplos muy al paso y con nada en común más que ser testimonios de una época, ambos quienes tuvieron que lidiar con el límite de lo permitido por la censura post stalinista y no contaron con los favores del progresismo internacional como fue el caso de Solzhenitsyn y sus memorias del Gulag. Durante años una serie de filmes de German abordaron un mundo subterráneo y obscuro de vidas al margen del poder, cuyo lirismo no se encontraba en el postulado “sacrificial” del artista (Tarkóvski), estaba más bien en una suerte realismo existencial, heredado de la literatura rusa (ejemplo de ello es Dura prueba bajo sospecha de 1971 ambientada en la entreguerra cuyos protagonistas son soldados que se mueven entre el nazismo y el estalinismo). Hard to be a god por su partre, es la adaptación de la novela homónima de 1964 de los hermanos Strugatsky, que está ambientada en Arkanar, un mundo similar a la tierra que parece haberse quedado en la Edad Media, y donde los sabios son asesinados y las universidades destruidas (la novela ya contaba con una adaptación de Peter Fleischmann de 1989, un estrambótico filme en las antípodas de este). El filme cuenta la historia desde la perspectiva de Don Rumata, quien es enviado desde la tierra a rescatar a un sabio que está en las manos de un rey, entremedio de sectas, traiciones, luchas y un grupo de personajes recurrentes que constantemente invaden la pantalla.
Como una especie de carnaval apocalíptico en este mundo todos parecen deformes y parecen aislados de lógicas racionales, apenas impera la sobrevivencia, la crueldad y la violencia. La cámara es crucial y determina un punto de vista que a veces pareciera la de Rumata, otras la de un meganarrador o cámara testigo, a la cual los personajes “secundarios” miran y gesticulan, en un encuadre del que constantemente salen y entran personajes, pero también objetos, animales, materias. Por otro lado, los gestos “soeces”, sexuales, los orificios del cuerpo (anales, mucosos), acercan este filme a un grotesco que como se ha dicho bien podría ser un cuadro de Brueghel o El Bosco, recordando a ratos también algunos elementos de Underground de Kusturica, la teatralidad barroquista de Delicatessen o algunos elementos del cine de Béla Tarr, aunque estamos hablando de algo de una intencionalidad completamente distinta. El sustrato histórico de German puede asimilarse más bien al carnaval tal como había sido pensado por el lingüista ruso Bajtín al respecto de la literatura de Dostoievski, la herencia pagana de cierta “baja” Edad Media.
Decíamos que la cámara es crucial, una cámara siempre en movimiento, al cual ingresan y salen personajes, cuerpos, objetos, y que remite a una temporalidad por capas y múltiples, una especie de “cronotopo” (Bajtín, nuevamente) de duraciones que pasan por la imagen y donde la “trama” tiende a perderse. Aquí impera el tratamiento y esta temporalidad compleja antes que la sucesión lineal (desfilan sectas, animales, prostitutas…). Ahí una de las victorias de German. No se trata de un “cristal de tiempo” (a lo Orson Welles), sino de una masa densa de materialidad compuesta por capas y sustratos temporales cuyo montaje parece más bien la composición plástica de un polirritmo que es capaz de pasar de una fina melodía al estruendo.
La composición visual, como decíamos, barroquista, recuerda a Brueghel, y la simultaneidad es la otra clave de este tiempo en que nos sumergimos. Cada detalle, objeto, maquillaje, escenario parece un elemento muy trabajado y cumple un rol fundamental, como si el detalle del “fondo” fuese también protagonista. Por otro lado los gestos de los personajes- figurantes que comen la escena- son fundamentales, todos se mueven en un grado alto de expresividad teatral, altamente dispersiva, grotesca. Por último, lo físico, comprendido como movimiento y trabajo fílmico de la cámara, imbricada con lo material, hablamos también aquí del barro, presente en toda la película invadida de humedad y espesor.
Por ahora solo tengo algo más que agregar: se encuentra acá una metáfora clara respecto al poder y la crueldad en un lugar donde el oscurantismo, la ignorancia y la ley del más fuerte se imponen como fuerzas al interior de una pre-historia sin fin ni comienzo. La pesadilla de German no parece ser solo un comentario de la impunidad y la violencia arbitraria del más fuerte (como en Iván el terrible de Eisenstein), sino, además, un espejo retorcido de la condición humana.
Nota: 10/10. Promedio del blog: 9/10. Director: Aleksei German. Producción: Víctor Izvekov, Rushan Nasibulin. Guión: Svetlana Karmalita, Aleksei German. Fotografía: ladimir Ilyn, Yuri Klimenko- Intérpretes: Leonid Yarmolnik, Aleksandr Chutko, Yuriy Tsurilo. Duración: 177 minutos. Rusia, 2013.