Es solo el fin del mundo (1): Sublimar la tempestad
La irrupción y arremetida oficial de la figura y obra de Xavier Dolan en este territorio se inició formalmente con su primer largometraje J'ai Tué Ma Mère (2009), cuando se contempló en la programación del Festival Sanfic de 2010. Asimismo, ya había reverberado su nombre en el Festival de Cannes. Su entrega expone a un adolescente sometiéndose a una escenografía de cierta crudeza. Es indiscutible que develó una especie de autobiografía. Tal vez solicitó un préstamo de las catástrofes de sus amigos, aunque incuestionablemente la intención fue fijar las turbaciones y desvaríos que componen el lazo entre una madre y su hijo en fase de tránsito; en una etapa en que, a su vez, va reafirmando su condición de niño problema, de damnificado por las fracturas del núcleo familiar. Grietas que se justifican por la ausencia de un padre y el amor y odio hacia la madre, mientras amplifica su entrega al homoerotismo y a los primeros amores.
Ese título llegó hasta mis oídos luego de que una amistad, que asistió a esa versión de Sanfic, me comentara sobre Yo maté a mi madre -la traducción para los espectadores de habla hispana- como un hallazgo casi de proporciones. Podría decir que se inclinó por la cinta por un acto exclusivamente aventurado. En cierta medida, y tiempo después de ingresar al cosmos de Dolan, comprendí que en algún momento de la existencia misma hemos planeado crímenes similares, y otros moverán los hilos para violentar tal vez a modo de venganza. Pasó otra temporada y crucé esta idea con un texto, una crítica de cine de Héctor Soto sobre Navidad (2009), de Sebastián Lelio. Se titulaba "Damnificados del desorden de las familias". Allí, las figuras del chileno -como las del franco-canadiense- igualmente se impulsan a un sometimiento por sus vacuidades, por las fracturas íntimas, quizás por sus pecados. Hasta que algunos años después el joven Xavier manifestó tras el estreno de Mommy (2014): “Hago cine para vengarme de la gente que quiero”. La reafirmación.
Cuando tal vez la idea de Mommy aún no se tramaba con potencia en la mente del joven Xavier, me percaté de que con el aterrizaje de Les Amours Imaginaires (2010) se produjo el boom. Dos amigos apuestos con una cuota no menor de esnobismo. Dos obsesivos que se declaran una guerra, en primera instancia un tanto silenciada, frente a un Adonis. Simplemente una idealización absolutista. El montaje clipero y pseudo publicitario siempre presente como en su ópera prima. Y la autorreferencia de su autor-protagonista es patente: un joven bien parecido, que acostumbra a preocuparse de su imagen, y que no se define por rasgos de candidez auténtica. Ese Dolan justamente pudo haber sido contemplado en algún portafolio que se dirigiera a establecer forzadamente tendencias y toques de frivolidad.
Dolan es astuto, luce seguro de sí mismo, es el protagonista y hace cameos en algunos de sus trabajos. Indudablemente está concentrado en seguir moviendo su motor creativo. Ya había obtenido un papel en Martyrs (2008), trabajo de Pascal Laugier, que causó bastante ruido, y a los 16 años escribió el guión de Yo Maté a mi Madre para dirigirlo posteriormente a los 19. Actualmente tiene 27 y ya cuenta con seis largometrajes bajo el brazo. También se permite emocionarse cuando sus entregas son alabadas y premiadas en los festivales por los que ha circulado. Es como si compitiera con sí mismo para proliferar su sello. Una y otra vez los hemisferios dramáticos lo envuelven: construye personajes jóvenes, con aires de grandeza, egocéntricos, obsesivos, problemáticos, otros heridos, medio caóticos, hiperquinéticos, algunos medianamente maduros que se someten a tránsitos de magnitud -el proceso de la transexualidad en Laurence Anyways (2012)- y un mommy issues considerablemente acentuado. Al parecer aún no quiere abrazar la idea de un happy ending con resonancia y perfectamente definido.
No podría decir que el cine del joven Xavier, que se sumergió desde un comienzo en una evidente e inquieta línea pop estilizada, se define estrictamente dentro de un marco obligatorio que se sujeta con firmeza a una filmografía LGBT+. Dolan, abiertamente homosexual, sin duda tiene un apetito de realzarse una y otra vez como el enfant terrible franco-canadiense, etiqueta que le fue otorgada desde hace varios años y que quizás todavía le queda grande. Una especie de niño caprichoso-ansioso que no se ha amarrado ni se ha autoexigido desprender zonas conflictivas cuando hace referencia, aparentemente sin cansancio, sobre los lazos humanos (piedra basal de sus entregas). Ni siquiera apartándose cuando dio un giro con Tom à la Ferme (2013), adaptación de la obra teatral de Michel Marc Bouchard, en que se atrevió a impregnar esta vez tintes de thriller psicológico.
La influencia visiblemente clipera del joven Xavier se distingue desde el mismo montaje hasta la elección sobrecargada de música popular: inclinaciones por las atmósferas de Vive la Fête, The Knife, Oasis, Céline Dion, Blink-182, Grimes, Moby… Un joven Xavier que tal vez se sumergió o creció consumiendo la inagotable cosecha de “cortos musicalizados” que circulaban por la cadena MTV en sus años dorados. Basta con darle un vistazo a sus colaboraciones en la dirección de videoclips: College Boy, de Indochine, que estuvo censurado por su contenido cruel que difunde un acto de bullying; y el single Hello, de la superventas Adele.
Ni siquiera ese recurso se distancia de su filme de 2016, que por estas fechas se encuentra en cartelera. Y sin ninguna duda Es solo el fin del mundo sigue resistiendo en las filas del desgaste, del tormento, de la angustia. Así lo recibí cuando llegué al tráiler en septiembre del pasado año; con esas pulsiones. Se mantiene allí porque se sujeta de un núcleo lamentablemente quebrantado; lamentablemente vulnerado. Otra manada de hijos damnificados por la ausencia del padre y por la ausencia del rol de madre en la matriarca presente. Basada en la obra teatral de Jean-Luc Lagarce -quien falleció a los 38 años a causa del sida, cinco años después del estreno en 1990- exacerba la distancia, la incertidumbre, la dirección fallida hacia la confesión y hacia la contención.
Quelque part, il y a quelque temps déjà / En algún lugar hace ya tiempo, Dolan levanta el telón para que Louis, otro creador, otro hombre de las artes escénicas, acoja la ruta de sublimar su tragedia:
Ahí estaba yo, después de diez años. Doce para ser precisos. Así que después de doce años de ausencia… y a pesar de mi miedo, iba a visitarlos. En la vida, hay motivaciones que no son asuntos de nadie… que te obligan a partir sin mirar atrás. Y hay motivaciones que te obligan a volver. Después de tantos años decidí volver sobre mis pasos. Hacer este viaje para anunciar mi muerte. Hacerlo en persona y, por última vez, dar a los demás y a mí la ilusión de que soy el amo de mi vida… hasta el final. Vamos a ver cómo va eso.
Louis se expone ante dos fuerzas: la del reproche y la furia versus la del intento de la comprensión y el abrazo, ambas concentradas en ese espacio familiar conformado por la mère (Nathalie Baye), que se aferra discretamente al escapismo para no consumirse tanto en su rol de madre; Antoine (Vincent Cassel), el padre/hermano herido y furibundo; Catherine (Marion Cotillard), la espectadora que intenta levantar sin escándalo pactos de conciliación; y Suzanne (Léa Seydoux), una víctima agresiva que intenta desplazarse hacia una rebelión que la libere. Otra fauna disímil. Otra fauna en el centro de la tempestad. Louis intenta una disposición hacia la alianza. Tal vez alcance su anhelo de paz.
Es solo el fin del mundo no se escribe únicamente por el transcurso de las circunstancias; el primer plano, la proximidad de la cámara sobre los rostros en los que se funden la euforia, el desastre y el alboroto es una prueba fehaciente. El aterrizaje al lugar propio que ya dejó de serlo, la expulsión y el exorcismo del alma rota, la ansiedad inconmensurable y la incertidumbre de la bienvenida siguen describiendo esta historia. Incluso las piezas seleccionadas de la banda sonora van ensamblando la procesión cronológica del reencuentro, de las justificaciones, del perdón: Home Is Where It Hurts, de Camille; I Miss You, de Blink-182; Hear You Me, de Jimmy Eat World hasta llegar a Moby con su Natural Blues. El joven Dolan sigue agitándose y nadando en sus referencias pop aunque de manera más dosificada; pasajes del ayer a veces gloriosos, otras veces salvadores, otras veces románticos y de ensoñaciones se trazan desde su reconocido tratamiento clipero.
El joven Xavier no es comparable con el esplendoroso Rainer Werner Fassbinder, fallecido a los 37 años con una fecunda filmografía, pero, para bien o para mal, muchas de sus intenciones descansan también en los destrozos emocionales, en la congoja, en el desamparo. Dolan quiso ir mucho más allá con la adaptación de Lagarce junto a un elenco relevante, que muchos jóvenes de su edad querrían dirigir. Dolan dividió las aguas en el pasado Festival de Cannes posiblemente porque el desborde le pasó la cuenta. Su pulso traspasó ciertos límites. Incluso alguno de sus tantos triunfos en sus varios pasos por el mismo certamen podrían ser discutibles. Quizás muchos no estuvieron de acuerdo luego de que, en 2014, se le otorgara el Premio del Jurado por Mommy, compartiendo el galardón con Jean-Luc Godard por su Adiós al lenguaje (2014). Quizás esos mismos hablaron de que se trata de un chico con un afán de encumbrarse arrebatadamente en la escena. Eso sí, Xavier Dolan está creciendo, se ve que en cierta medida ha madurado y ya no quiere ser percibido como ese enfant terrible atrapado entre el desenfado, las desorientaciones y el caos de la pubertad y de la adolescencia. Quizás está luchando por salir de ese hemisferio. Y sí, está creciendo. Es un hecho.
Nota comentarista: 7/10
Título original: Juste La Fin Du Monde. Dirección: Xavier Dolan. Guión: Xavier Dolan (basada en la obra teatral Juste La Fin Du Monde, de Jean-Luc Lagarce). Fotografía: André Turpin. Montaje: Xavier Dolan. Música original: Gabriel Yared. Reparto: Nathalie Baye, Vincent Cassel, Marion Cotillard, Léa Seydoux, Gaspard Ulliel. País: Canadá-Francia. Año: 2016. Duración: 97 min.