Enredos en Broadway (Peter Bogdanovich, 2015)
Tras catorce años sin estrenar con Enredos en Broadway retorna Peter Bogdanovich, un idiota título en español que no sabe reconocer el compromiso por la historia de la comedia sofisticada que de veras la nombra (She’s funny that way) ni la trayectoria de su director, un veterano del viejo New Hollywood. Su ausencia en todo caso no es el caso de jubilación anticipada, en los últimos años ha estado detrás de las cámaras con un documental musical sobre el rockero Tom Petty y algún trabajo para televisión, además de participar delante de ellas episódicamente para series (y con notable presencia en Los Soprano interpretando a un siquiatra) y también ha continuado su producción escrita editando algunos libros relativos al cine. Hace poco se le vio como personaje secundario en Mientras somos jóvenes (Noah Baumbach, 2014) casi haciendo de sí mismo, al menos con su clásica vestimenta semi formal de lentes grandes, chaqueta y corbata.
Para esta nueva película Bogdanovich recurre al terreno que le es tan familiar de la comedia hollywoodense de los años 1930-40, como antes hizo en What’s up, doc? (1972) y They all laughed (1981), poniendo énfasis en esta ocasión en la producción de Ernst Lubitsch. Sin temor de colocarse al lado de los más grandes (como en el primer ejemplo citado que fue el Howard Hawks de Bringing up baby), realiza bastante más que un correcto homenaje sino que apunta a un concepto más pretencioso: determinar que la actualidad de los clásicos se halla en su contemporaneidad y que los géneros cinematográficos la hacen valer en su anómala anacronía, salvado apenas rasgos superfluos como vestimenta o vocabulario necesarios de actualizarse. Ya desde el inicio de su irregular carrera, con el terror en un auto-cine de Targets (1968), Bogdanovich viene diciendo que no nos desprendamos con desenfado del pasado ya que este siempre tiene lecciones que entregarnos.
En la película que convoca esta crítica junto a lo dicho anteriormente otro rasgo delimita su caracterización. Desarrolla su temática del ascenso al estrellato actoral por medio de una narración que tiene como eje la entrevista en que la protagonista, Isabella, repasa la historia de su “descubrimiento” por parte de un director teatral, relatando desde su trabajo como prostituta, ahora sí, con enredos en Broadway mediante, hasta su exitoso debut. El empleo del recurso de la entrevista permite que la versión edulcorada de los hechos que intenta demostrar Isabella a la suspicaz reportera se desmienta en el relato que el filme pone en marcha resolviéndose en una farsa, tanto al contradecir los dichos de la actriz como en la sucesión de situaciones divertidas y rocambolescas que involucran a personajes excéntricos y exagerados según los envuelve el destino, a ojos de la protagonista, o el guión, a manos de Bogdanovich.
Este control de la representación duplicado en la narración del personaje y su puesta en escena por parte del director también cristaliza en un aspecto de la realización de la película, el del casting. Acá se juntan dos generaciones de actores: viejos conocidos de Bogdanovich en roles secundarios (George Morfogen, Cybill Shepherd, Austin Pendleton, Tatum O’Neal) y los reconocidos protagonistas (Owen Wilson, Jennfer Aniston, Rhys Ifans), junto a la novedosa Imogen Poots (Isabella) y el cameo de Quentin Tarantino. Es que la comedia, y sobre todo la de enredos, requiere que un guión y diálogos ingeniosos se vuelvan divertidos en la comparecencia actoral y el fraseo de las réplicas. La mezcla entre ingenuidad y picardía de Poots resulta atractiva, sumándole a su fotogenia; Kathryn Hahn y Jennifer Aniston (como una antipática, en el mejor papel que le he visto) están muy divertidas, un poco dividiéndose la parte esencial que en las primeras películas de Bogdanovich jugaba Madeline Kahn. Solo desmerece algo Owen Wilson, tal vez porque su personaje como el director teatral es menos complejo y carece de la personalidad distraída de los que interpretaron Ryan O’Neal en What’s up, doc? o John Ritter en They all laughed.
La película da muy bien la talla en que Hawks y Lubitsch destacaron como ejemplares, imprimiéndoles una rapidez moderna vía montaje para una elección de encuadres más bien transparente y funcional. En este sentido algunos pueden percibir semejanza con el estilo (más allá de la locación en Nueva York) de Woody Allen. En un mundillo en el que todos los personajes de una u otra forma están ligados a técnicas de la representación (unos actores, un director, un escritor, una prostituta y hasta una “suplente” de siquiatra) forman una banda que busca, entre contradicciones, buenas y malas intenciones y acciones, desplegar sus morales, apetitos, equivocaciones y deseos hasta satisfacer su necesidad de restablecer el equilibrio que han perdido o que les hace falta. Ahora bien, lo que diferencia una propuesta moderna de la farsa del caso de una clásica -como, digamos, Sueño de una noche de verano– al menos superficialmente, es que en la moderna el desbalance continua por encima o postreramente al momento de happy ending, la farsa tiene que explicitarse en algún punto aún más farsescamente.
Lo que, sin embargo, vendría a distinguir esta comedia de otros casos del género más recientes (y por recientes me refiero groseramente al practicado por la industria-cine en EE.UU. desde hace unos treinta años en adelante) se refiere a lo que señalaba al principio: su carácter anacrónico. En todo su repaso por las clases del cine clásico las películas del director de The last picture show (1971) han conjugado la revisión con la nostalgia, pero sin caer en el reciclaje o el pastiche a la posmoderna. De hecho tal vez sea el más sobrio de sus compañeros de generación nuevo Hollywood, por cierto más que Coppola, Scorsese, De Palma, Ashby o Hellman. Enredos en Broadway a primera vista parece una tardía excepción y no obstante el espíritu se encuentra ahí, como rastro de su clasicismo, solo que diseminado y no tan perceptible, en todo el filme. La nostalgia de la trepadora Isabella por los antiguos animadores del star system es homóloga a la de Bogdanovich. Exceptuando el sentimentalismo -y la diferencia de edad-, entre el personaje de ficción y el realizador hay una misma convicción, una que puede que no se encuentre tan ajena a la órbita de un director muy distinto, pero clásico al fin y al cabo, Yasujiro Ozu. El director japonés que una vez dijo, y se mantuvo fiel en su credo a semejanza de estos estadounidenses, que si las cosas del cine fueron bien hechas una vez, ¿para qué cambiarlas? Tal vez esa fidelidad a sí mismo, es decir, a lo que Bogdanovich entiende por su estilo de cine, sea uno de los motivos porque Noah Baumbach y Wes Anderson -ambos con sus propias intransigencias y prácticas de la comedia- aparecen como productores ejecutivos de este filme.
Título Original: She’s funny that way // Año: 2015 // Duración: 93 mins. // País: EE.UU. // Director: Peter Bogdanovich // Guión: Peter Bogdanovich, Louise Stratten // Reparto: Owen Wilson, Imogen Poots, Kathryn Hahn, Jennifer Aniston, Rhys Ifans, Will Forte, Illeana Douglas, George Morfogen, Cybill Shepherd, Austin Pendleton.