El valle de los negros: Afrochilenos invisibilizados
Cuando la señora Rosa Güiza era niña, allá por los años veinte del siglo pasado, en el Valle de Azapa (en lo que hoy es la Región de Arica y Parinacota) le tocó presenciar cómo su mamá –una mujer de raza africana, alta, con mucho pelo que peinaba con púas- escondió a su padre en un baúl para que brigadas nacionalistas y paramilitares no se lo llevaran. Habían marcado la puerta de su rancho para identificar que ahí vivía un negro. Aunque su padre escapó de la persecución de la que fueron objeto los afrodescendientes luego de la Guerra del Pacífico, el color de su piel fue motivo de discriminación e invisibilización de su identidad ancestral durante toda su vida en el valle.
“Aquí en Azapa toda la gente era negra. Los únicos blancos eran los patrones. Era como un valle en África”. Por eso, de pequeño, Ángel Báez creía que él venía del Perú. Con su piel negra y su pelo cano entre las verdes plantaciones (que en ese tiempo eran de caña de azúcar y algodón) del generoso valle en medio del desierto, Ángel fue cambiando de opinión sobre la raza de su descendencia. Cuando su hija, fruto de su matrimonio con una mujer blanca, recién pololeaba con un joven afrochileno (luego se casaría y tendría un hijo negro con él), Ángel habría preferido que sus nietos no fueran de color, tal vez todavía concientizado por el proceso de blanqueamiento a través del mestizaje que llevó a cabo el Estado chileno para imponer la chilenización. “Negro con negro no -decía-, porque es como comer pan con pan”. Les habían enseñado que ser negro era mal mirado y que mientras más desapareciera el color, más posibilidades de insertarse en la sociedad chilena tenían.
Cristián Báez, que ha liderado un proceso de movilización social para que los afrochilenos sean reconocidos como un grupo de población específico en el Censo, muchas veces ha pensado, imaginado y hasta soñado retroceder 200 años atrás y ver miles de africanos, hombres y mujeres, caminando bajo el sol del Valle de Azapa y trabajando en condiciones miserables. A su pequeña hija (de piel blanca), le muestra fotos de esclavos africanos encadenados igual que animales en los barcos que los sacaron de África contra su voluntad en la brutal “diáspora africana” (trata transatlántica de esclavos reconocida como delito de lesa humanidad), para que sepa de dónde viene. Aunque eso fue hace 400 años, Cristián lucha porque los jóvenes afrochilenos tengan consciencia de su identidad, lo que -sostiene- no va a pasar si no se hacen conscientes de una memoria que está viva: sus abuelos y bisabuelos, que en un momento ocultaron su historia. Cuando se liberaron de la esclavitud, los ancestros no quisieron hablar más de eso en una o dos generaciones.
Sobre las historias de estos tres personajes afrochilenos en Azapa está construido el documental El Valle de los Negros, que su director, el fotógrafo Richard Salgado, recogió cada verano durante años en este proyecto autogestionado que finalmente vio la luz después de una década, tras el apoyo en el montaje del Colectivo Rectángulo. Diez años después, cuando Rosa Güiza y Ángel Báez ya no están para verlo (por eso está dedicado a su memoria) ni pudieron ser reconocidos por el Estado como afrochilenos en el Censo de población anterior y el abreviado que se hará en 2017 (recomendación realizada por el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial a Chile en 2013, aún sin cumplir).
Después de la Guerra del Pacífico, el Estado impuso un proceso de chilenización a los nuevos territorios llevando al norte “enganches” (personas blancas del sur) para que se mezclaran con los negros y así “blanquear” la raza, además de aumentar la población de hombres de Arica, que en tiempos de democracias oligárquicas eran los únicos que podrían votar en el plebiscito contemplado en el Tratado de Ancón, en que la población de Arica y Tacna elegiría si quería pertenecer a Chile o a Perú. Dicha consulta nunca se realizó, se tensionaron las relaciones entre Chile y Perú, y organizaciones ultra nacionalistas chilenas y paramilitares persiguieron a los peruanos, y realizaron detenciones ilegales y hasta desapariciones de afrodescendientes.
Cuando niña, Rosa Güiza escuchaba llorar a las mujeres afrodescendientes y preguntarse dónde está fulanito, qué fue del padre, el marido o el hijo que se llevaron de las casas marcadas en la puerta y que los sapos habían denunciado por ser cholos. “Ay, suerte maldita, llevar cadenas y es ser esclavo de un ruiseñor”, era la canción que cantaba su madre y que ella repite, quebrándosele la voz.
Frente al público de la Cineteca Nacional donde se realizó el estreno de El valle de los negros, su director comentó que su motivación para registrar la temática de la negritud y la afrodescendencia fue que “a cierta edad uno empieza a preguntarse por qué eres como eres. A poco caminar me encuentro con esta historia, con la que me identifiqué mucho. La hice mía, sin serlo”.
El único documental chileno en el Foco de Derechos Humanos del Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOCS), ganador del Primer Premio del Jurado de la Competencia Latinoamericana del Festival Somos Afro 2015, El valle de los negros viene a hacer visible, a través de una fotografía a veces casi poética y de emotivos relatos, la realidad de un grupo de afrochilenos olvidados e invisibilizados que lucha por mantener su identidad ancestral.
Marisol Aguila Bettancourt
Nota comentarista 8/10
Título: El valle de los negros. Dirección: Richard Salgado. Guión: Richard Salgado. Fotografía: Richard Salgado. Montaje: Miguel Luna. Sonido: Sebastián Salgado. Música: Juan Yunis. País: Chile. Año: 2016. Duración: 52 mins.