El niño y la bestia (2): Aprender a enseñar
Desde los clásicos de Ozu existe una tradición del cine japonés por las relaciones entre padres e hijos. Los procesos de enseñanza y auto-maduración ante la ausencia de roles modelo (como en Miyazaki), o el paso a la madurez a través de un proceso de errores (como en Dragon Ball) han pasado desde esta tradición de los clásicos japoneses a ser parte fundamental de los temas del anime. Especialmente Miyazaki ha retratado el tema desde el punto de vista de los niños y ha utilizado la fantasía como alternativa al abandono parental y a la infancia interrumpida. Algunas de estas estrategias son compartidas por el cine de Mamoru Hosoda, que entrega una bocanada de aire fresco en la animación japonesa en su lectura de éstos temas.
Justo cuando los retiros de Miyazaki y Takahata preocupaban a los admiradores de la animación, parecen tener un relevo con el estudio Madhouse y las últimas obras de Makoto Shinkai y Hosoda. Hay que entender que la importancia de Madhouse (productora también del fallecido y gigantesco Satoshi Kon) y Shinkai no solo pasa por temas cualitativos, ya que sería bastante discutible hablar de una excepción de calidad en una industria tan consistentemente diversa y creativa, sino que es en términos de distribución donde han conseguido reafirmar la popularidad de la animación japonesa fuera de su país, que se podría haber visto amenazada con el cierre temporal de Ghibli.
El estreno de El niño y la bestia en los cines comerciales de nuestro país muestra un signo positivo del estado de Madhouse como estudio y de la difusión de este tipo de animación en Chile. Que en las clásicas salidas de padres e hijos esté hoy en día la opción de una película de Hosoda al lado de otras obras “infantiles” (muy entre comillas, claro está) considerablemente menos creativas, entrega realmente una alegría dentro del panorama de las salas nacionales.
Si mencionaba que el tema de la madurez y los procesos de aprendizaje eran una constante temática en la animación japonesa, en la obra de Hosoda esto ya se convierte en una exploración autoral. Las dos primeras obras de Hosoda exploraban la responsabilidad que implicaba manejar un nuevo poder (viajar en el tiempo en el caso de La chica que saltaba a través del tiempo y superpoderes digitales en el caso de Summer Wars) y como el fallar puede ser el componente clave del aprendizaje. Aunque probablemente sea su obra precedente la que más se acerca directamente al espíritu de El niño y la bestia. En Los niños lobo Hosoda exploró las relaciones entre padres e hijos y cómo el aprendizaje es un proceso que también, por extraño que suene, debe aprenderse. La obra de Hosoda ha abrazado la experiencia y la madurez como pocas y a través de los mundos paralelos que le permite la animación ha logrado reflexionar sobre el crecimiento como pocos autores
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El niño y la bestia complementa los temas de Los niños lobo y se pregunta nuevamente por los procesos de aprendizaje. Por primera vez Hosoda recuerda más directamente su trabajo en series como Digimon y One Piece al utilizar las relaciones entre maestro y discípulo en un tono especialmente cómico y distendido. El maestro sabio pero desordenado junto al discípulo temperamental e impredecible recuerdan a las relaciones que desarrolla Akira Toriyama en Dragon Ball. Así como vemos a Goku pasar de la inmadurez a la sabiduría, y de discípulo a maestro, vemos a Ren crecer durante el transcurso de El niño y la bestia. Ren, como muchos héroes animados, se encuentra en un abandono total después de la muerte de su madre. Mientras distintos adultos discuten el destino de Ren, él no tiene interés en ser tomado por un grupo de extraños y rechaza a los enviados de protección de menores. Evitando a este grupo de extraños (durante la cinta Hosoda oscurece las caras adultas, y algunas aparecen dibujadas casi sin detalle) Ren encuentra a dos extrañas bestias que parecen animales pero tienen cuerpo humano. Completamente confundido Ren es molestado por Kumatetsu, una bestia con forma de oso, que le sugiere tomarlo como discípulo. Después del extraño encuentro Ren entra en un crisis emocional mayor y mientras escapa de la policía entra accidentalmente al reino de las bestias. En ese reino Ren encontrará a Kumatetsu y será tomado finalmente como discípulo.
Hosoda profundiza su exploración del aprendizaje al no reducir esta tutoría a una relación simple de traspaso de conocimientos. Kumatetsu es igualmente inmaduro en algunos aspectos como Ren, y va entendiendo a lo largo del proceso que enseñar es algo que también se tiene que aprender. Si en Los niños lobo el aprendizaje se desprendía del auto-conocimiento, en El niño y la bestia se muestra cómo el aprendizaje en conjunto no es un proceso tan vertical como pareciera. A medida que Ren va progresando como discípulo Kumatetsu abandona parte de su personalidad más perezosa para convertirse realmente en un maestro. Si bien la cinta se centra en el crecimiento de Ren como aprendiz, al final de esta podemos ver que ninguno de los personajes sigue igual una vez terminado el proceso. El niño y la bestia rinde homenaje al error y la inmadurez y dignifica el fallar constantemente como el método más eficaz para aprender de verdad.
Finalmente es necesario mencionar los aspectos técnicos que Hosoda ha avanzado en su última obra. El uso del digital en la animación tradicional ha revolucionado varios de los procesos que anteriormente necesitaban el doble de tiempo y recursos de producción. La posibilidad de animar personajes por separado (que ya existía con la animación con mica) se ha simplificado, así como el diseño de fondos y, a falta de un mejor término específico, los movimientos de “cámara”. Esta diferencia técnica ha influenciado inevitablemente la estética de la animación comercial, que a pesar de sus múltiples beneficios ha derivado varias veces en movimientos poco naturales y en fondos menos detallados. Hosoda, y Madhouse en general, han sabido darle una vuelta de tuerca a este recurso, utilizando el digital para simplificar los procesos mencionados, pero también para conseguir nuevas estéticas a partir de su uso. La introducción de la obra es un ejemplo perfecto de esto, mostrando una serie de siluetas hechas de fuego que utilizan estéticas digitales que no se podrían lograr a través de la animación tradicional. Hacia el clímax de la película es todavía más impresionante, ya que Hosoda combina en un mismo escenario personajes animados tradicionalmente con una ballena completamente digital. El resultado no solo es asombroso, sino que novedoso y atrevido. A simple vista no parece algo demasiado especial, pero no es grande el número de animadores que han tomado las estéticas digitales y además las han pensado para usarlas de manera innovadora. Pienso en el último trabajo de Don Hertzfeldt, que poco comparte con Hosoda en propuesta, como otro caso de una adaptación expresiva del computador en cuanto herramienta.
En resumen, nos encontramos con una película que concentra varios de los temas de su autor y que está hecha con la misma sensibilidad a la que ya nos tiene acostumbrados. Saltando constantemente entre la seriedad y la irreverencia, entre la comedia y el drama más triste, las películas de Hosoda cambian constantemente de tono y no tienen problemas en juguetear con su propia propuesta. El niño y la bestia llega a resultados inesperadamente emocionales de parte de personajes que no parecen tomarse seriamente nada. En una película que aprecia tanto el ensayo y error como los procesos de aprendizaje, también es increíble ver cómo Hosoda juega y prueba, sin miedo al fallo, con los distintos formatos y tonos que la animación le permite.
Héctor Oyarzún
Nota comentarista: 8/10
Título original: Bakemono no Ko. Dirección: Mamoru Hosoda. Guión: Mamoru Hosoda. Montaje: Shigeru Nishiyama. Música: Takagi Masakatsu. Reparto: Kōji Yakusho, Shōta Sometani, Suzu Hirose, Yo Oizumi, Lily Franky. País: Japón. Año: 2015. Duración: 119 min.