El libro de imagen (2): La cita superviviente
Godard, una vez más. Esta vez, como fue el caso de Adiós al lenguaje el año 2016, con estreno en cartelera local, y con una película que ya hemos podido ver en circuitos festivaleros, lo que no resta a su excepcionalidad como estreno. Como sucede de una forma siempre absurda su cine divide aguas entre odios y amores, aunque cada estreno suyo debiese dar para una discusión a fondo sobre el cine que llega a nuestras pantallas y los criterios de valoración y distinción de aquello que se da a llamar “cinefilia”. La ausencia de debate en esta agua y cierta infantilización del gusto hace que cada estreno suyo se sitúe de forma anacrónica y acaso para un pequeño grupo de especialistas, lo cual, evidentemente, habla más de las transformaciones en la esfera de la recepción crítica que de la obra misma del cineasta, la que, por lo demás, también es posible de evaluar sin excesivo dramatismo y algo de distancia.
Si nos atenemos a los prejuicios, habría que atender que nada en El libro de imagen facilita a un espectador que no tenga alguna base o conocimiento previo de su obra y aún alguno ya con mediana formación es fácilmente espantable con la cita erudita y la ausencia casi total a un centro narrativo claro. Todo ello lo hace un cine “duro” de digerir, aunque dentro del discurso godardiano la utopía de un espectador emancipado a partir de la inmersión en un universo estético complejo y denso sigue intacta. Godard se sabe moderno y su llamado en los últimos años ha sido, entre otras cosas, a revisar en clave melancólica la utopía de un arte -el cine- que perteneció al siglo XX y sobrevive en el siglo XXI.
Yéndonos a El libro de imagen, quizás podamos partir por lo más elemental, un nivel exterior o fenoménico. Lo describiré así: se trata de un filme-ensayo que utiliza el recurso del collage, la cita y la primera persona para realizar una reflexión sobre el gesto estético de la imagen cinematográfica y el presente político, particularmente a partir de la relación Occidente/Oriente luego del atentado de Charlie Hebdo. Si esto puede sonar familiar para alguien, podemos agregar que se inserta en la línea de sus obras más políticas desde Ici et ailleurs (1976) a Film socialisme (2010), complementando su monumental Histoire(s) du cinéma (1998), particularmente en el remontaje de fragmentos de cine para evaluar su potencia gestual y evocativa. Abiertamente, El libro de imagen es un found-footage donde-creo- no hay nada filmado especialmente para la película, hecha prácticamente toda en la sala de montaje. Se citan aquí no sólo fragmentos de cine clásico y moderno (De Duck Soup a Saló), sino también obras del propio Godard (Les carabiniers, Adiós al lenguaje, Ici et ailleurs), fragmentos de videos, noticias, libros, citas textuales.
El libro de la imagen bien podría ser un segmento perdido de Histoire(s) du cinéma: un montaje en torno a motivos figurativos que realizan un recorrido por la historia del cine, con el espacio en off de la Historia del siglo XX. Uno de los momentos altos viene dado por un segmento dedicado al tren. Aquí se exploran todos sus posibles, desde la llegada del tren de los Lumière al tren de los deportados de Auschwitz, pasando por trenes del cine clásico norteamericano o el tren de la revolución soviética. Como indica a lo largo de varias citas, el motivo no es neutro, indica una tecnología, un medio y un estadio de producción perteneciente a una era -la industrial- a la cual pertenece el cine. En una cita evoca el fin de una época y la supervivencia residual de sus medios en la era siguiente: es a ello a lo que Godard llama “arte”.
La larga última parte del filme está dedicada de lleno al imaginario árabe y palestino. Godard realiza una operación incómoda en un país en que incluso el progresismo ha cerrado filas luego del atentado de Charlie Hebdo, en un marco global de crisis migratoria y retorno a las identidades fuertes de occidente y oriente. Con varias citas a Said y una larga relectura de Albert Cossery, inserta una reflexión sobre el destino de la revolución en oriente medio recordando de paso las recientes revueltas árabes. Cauto, Godard se pregunta por la violencia de la representación y concluye rápidamente que siempre representar al otro es un acto de violencia. Para ello, entonces, busca estrategias indirectas, se inspira en Spivak para la pregunta epistémica “¿los árabes pueden hablar?”, denotando siempre la problemática de abarcar al otro, el límite del lenguaje y el acto de hablar. Políticamente, Godard busca conmover desde una política de la no-identidad (“me declararé el hombre más feliz del mundo si logro hacer que se olviden de sí mismos”) y una revolución siempre re-imaginada desde los pobres, los de abajo, el pueblo. No es gratuito que El libro de imagen termine con la palabra “esperanza” por doquier.
Voy cerrando: si en Adiós al lenguaje Godard terminaba reivindicando cierta aventura perceptual y afectiva en torno al juego con la pantalla-superficie, El libro de imagen vuelve a su preocupación más vinculada a la imagen “legible” y a la dialéctica imagen/palabra (como su cine de la década del 70 y 80) para insertar ahí una pregunta política por lo disyuntivo a partir del montaje, imaginar un rol (político) posible para el cine en el mundo contemporáneo. Godard apuesta por una política anacrónica, que actualiza en lo contemporáneo una crítica histórica a las formas de violencia, guerra y destrucción. Si este “libro de la imagen”- el cine- puede servir para algo, entonces que sea para imaginar, desde la cita supervivente, un nuevo comienzo.
Nota comentarista: 8/10
Título original: Le Livre d’image. Dirección, guion, montaje: Jean-Luc Godard. País: Suiza. Año: 2018. Duración: 84 min.