El hombre más buscado (Anton Corbijn, 2014)
Con The American (2010, Anton Corbijn) el director de origen holandés ya se había acercado al género de los espías, así como ya se encontraba completamente imbuido por el establishment de Hollywood, desde la presencia de George Clooney hasta los elementos de género que lo caracterizan. Sin embargo, pese al nombre de la película, no hubo ese año otra película que estuviera más estéticamente alejada de lo que se considera el cine de acción, espías o thrillers que generalmente se realizan y se lanzan como blockbusters en el verano estadounidense. Con El hombre más buscado se sumerge más en los tópicos, pero sigue manteniendo una independencia, que logra que esta sea una rara avis dentro del cine de género de espías.
Más conocida como una de las últimas películas que cuentan con la participación de Phillip Seymour Hoffman, la cinta no sólo logra entregar algo para quienes buscan ese morbo injustificado de ver las pistas de la causa de la muerte en el último personaje que interpretaron (como hicieron sin ningún asco en el caso de Heath Ledger y su papel del Guasón), sino que además nos entrega un papel curioso para este talentoso actor: el del jefe de una división secreta de espías anti-terroristas con base en Hamburgo, Alemania. Le da una oportunidad a Hoffman no sólo de hablar con un acento particular, sino también demostrar una suerte de desprecio y cansancio hacia su propio cuerpo, lo cual lo vuelve revelador, sobre todo en la última media hora de película.
Corbijn cubre la película de una paleta de colores precisa, demostrando un nivel de control de cámara superior, calmado, inusual en una cinta de estas características, que de una manera muy peculiar recuerda a las cintas de Christopher Nolan, pero con una calma y un interés más interiorizado sobre los exteriores, los paisajes y lo que estos pueden llegar a narrar en una cinta. El silencio es esencial en esta película, ya que es la incomunicación, la falta de la misma, y como la información sobre lo que se dice y no se dice es lo que más se transa de una mano a otra, ya que lo que se trata de descubrir es lo que no se dice.
La cinta trata sobre un ex-jihadista que busca el asilo alemán con el fin de poder borrar su pasado, pero es ese mismo el cual lo vuelve el centro de atención de la agencia ilegal de espionaje del gobierno alemán, comandada por Hoffman, que se encuentra siempre al borde, tratando de complacer tanto a quienes supuestamente tiene que responder (el gobierno alemán) y la comunidad internacional, a quien simplemente le interesa tener un nombre y un rostro a quien poner bajo los titulares de “Ataque Terrorista Evitado”.
La organización se remite a buscar información, y en una descripción fría y cruel dada por Hoffman en el último tercio de la cinta, “a ser amigos, compañeros e incluso amantes si es necesario con el fin de evitar lo que nadie quiere que pase”. Finalmente todos queremos un mundo mejor, una paz mundial que es inasible e imposible, sobre todo para el dramático y pesimista personaje principal, pero que termina siendo el único motor disponible a la hora de buscar una razón para seguir adelante.
La necesidad de un equipo anti-terrorista de carácter intrincado de espionaje con la última tecnología (aunque nunca futurista, y nunca haciendo gala de gadgets sofisticados como en James Bond, esta es la realidad sobre cómo funcionan los espías) en un puerto mundial como Hamburgo, es debido a que el ataque a las torres gemelas del 11 de septiembre fue orquestado y luego comandado desde esa ciudad. Hay una metáfora usada en varios diálogos sobre cómo en un puerto llega todo, incluso lo indeseable, y ellos son la aduana o los limpiadores, que se encargan de sacar la basura.
La cinta está basada en una novela de John Le Carré, famoso por sus novelas de espías y agentes dobles secretos, pero las cuales cuentan con una gran cuota emocional. Quizás la otra obra reciente conocida basada en su obra es The Constant Gardener (2005, Fernando Meirelles), la cual contaba con una gran conspiración y al mismo tiempo una gran carga emocional. Esto también se transmite en esta cinta, donde la única manera de obtener información o avanzar en el caso es a través de la presión hecha a través de seres queridos o de cosas que los afectados quieren conservar.
No hay violencia, no hay tortura, simplemente una manifestación de una verdad dolorosa, la cual eventualmente se volverá contra quienes la usan. La violencia siempre existe en el otro, pero no en el otro como enemigo, sino en el otro aliado que quiere terminar lo más rápido posible con el caso, quiere lograr resultados prontos y eso termina en una violencia sin sentido que pesa sobre los hombros de quienes no querían usarla.
Sin duda el punto álgido de la película es su final, debido al suspense que logra formar al cruzar dos de los casos que están investigando, de alguna manera a veces muy conveniente, pero que funciona de todos modos. La manera en que la última escena es grabada en un intricado y a veces preciso plano-secuencia que de logra darle el espacio suficiente a las emociones y las palabras o silencios de Hoffman toda la fuerza que deben tener.
He aquí una obra no excepcional, pero sí recomendable debido a lo pulcra que esta resulta en su conclusión, además en la caracterización de los personajes, así como del juego de emociones que está siempre presente. Es bastante entretenida y diferente dentro de la forma en que la cartelera ha ido evolucionando a lo largo de este año, siendo quizás la cinta de género más pulcra y bella visualmente de lo que llevamos de año. La única molestia que podría haber es que alguien se sienta incómodo o simplemente aburrido de que el pueblo árabe o musulmán sea, literalmente, “el malo de la película”.
Jaime Grijalba