Drive My Car: La intimidad de las palabras
El director Ryusuke Hamaguchi nos permite acompañar el viaje de Yusuke y la joven Misaki como si estuviéramos sentados en silencio dentro del auto, observando las conversaciones honestas e íntimas que se producen en su interior. Con ellos recorremos kilómetros desde la isla de Hiroshima hasta el teatro y los miles de kilómetros más que los acompañamos hasta llegar al lugar donde Misaki perdió a su madre.
Las palabras parecen tener el protagonismo en la sensible e intimista Drive My Car del japonés Ryusuke Hamaguchi -nominada al Oscar por partida cuádruple (Mejor Película, Director, Extranjera, Guión adaptado)-, a contramano de la cultura nipona que no suele usarlas generosamente cuando de expresar sentimientos se trata. La comunicación humana es la materia prima de esta película que acompaña el viaje personal de su protagonista, un director y actor teatral que a bordo de su antiguo y cuidado automóvil emprende un camino introspectivo por el dolor y la ausencia.
Adaptación libre del breve cuento de apenas 40 páginas del japonés Haruki Murakami de su colección “Hombres sin mujeres”, Drive My Car se da el tiempo valioso y suficiente para el diálogo y las conversaciones en sus tres horas de duración, ahí donde antes el miedo a perder el ser amado silenció las palabras. La extensión de este drama se vuelve natural a procesos de autodescubrimiento posteriores a la pérdida, en que el director ahonda sin prisa logrando una profunda y sentida intimidad.
Ellas -las palabras- se articulan casi automáticamente cuando la guionista de televisión Oto le cuenta a su marido, el artista teatral Yusuke, historias que ella inventa después de hacer el amor, que olvidará a la mañana siguiente y él se encargará de recordar y registrar. Como la de una joven que, de manera reiterada, se escapa del colegio para colarse furtivamente en la casa del compañero que le gusta, cuando él no está. Se cuela como intrusa a la casa vacía, entra a su cuarto, se desnuda, siente unas ganas irrefrenables de masturbarse; siempre que va, deja algo de ella en el lugar (sus bragas en el cajón de la ropa interior), aunque él no lo sepa. Las palabras fluyen como poseídas por el sentido del placer, en ese momento determinado y no en otro. Con Oto, Yusuke tiene una relación en que prefiere no hablar sobre las libertades de ella con otros hombres, que él descubre in fraganti, pero opta por obviar. Él no habla y ella quería hablar esa noche a la vuelta del trabajo.
Palabras también son las que repite Yusuke mientras maneja su Saab 900 de colección color rojo, al escuchar un cassette que Oto le graba para memorizar sus parlamentos en la obra de Antón Chéjov "Tío Vania" que él dirige y actúa, que son formulados en distintos idiomas traducidos en subtítulos atrás del escenario. Cada actor y actriz se expresa en lenguas diferentes como parte de un entramado mayor que apela a la diversidad y al multilingüismo, por lo que el público debe leer la traducción a través de textos escritos proyectados, mientras escucha palabras que no entiende.
Las palabras se ausentan por completo en la actuación de una actriz muda que llega al casting de personas orientales de distintas nacionalidades que el director realiza en la ciudad de Hiroshima, dos años después de un cambio radical en su vida. Ella se comunica a través del lenguaje de señas coreano en el montaje teatral de Chéjov, agregando a la diversidad lingüística los gestos como forma de expresión. Durante toda la película se expresan paralelismos entre la historia de Yusuke y el protagonista de Tío Vania (obra de fines del siglo XIX), con parlamentos como “la fidelidad de ella es engañosa de principio a fin”. En los ensayos del elenco teatral que habla distintos idiomas, los actores golpean suavemente la mesa cada vez que terminan de leer sus líneas para avisar que finalizó su parlamento, dado que los demás no entienden lo que cada uno está diciendo en un idioma diferente. Japonés, coreano, chino mandarín, inglés, lengua de señas se mezclan en un conjunto de voces que no se entienden entre sí, más que con la expresión, los gestos o la intención de la palabra.
Como contraparte, los silencios se instalan en la compañía forzada que le imponen a Yusuke como condición de montar su obra en una residencia artística en Hiroshima, cuando contratan a la joven Misaki para conducir su auto como un intruso en ese espacio de privacidad, porque su residencia queda a una hora del teatro y en otra ocasión un artista del festival atropelló a una persona en el trayecto. Inicialmente Yusuke se resiste a incluir a alguien más en su auto, a lo que Misaki le pregunta si es porque ella es mujer y joven.
Su automóvil ha sido su refugio donde ensaya sus líneas teatrales, ese espacio personal donde el tiempo parece haberse detenido (se escuchan cassettes y no nuevas tecnologías); es en ese espacio donde Yusuke sigue escuchando la voz de Oto repitiendo las líneas de tío Vania y ahora es invadido por una extraña a la que debe aceptar como condición para montar la obra.
De a poco, Yusuke va acostumbrándose a la presencia de una chica que, luego nos vamos enterando, tiene la edad de la hija que tuvo con Oto y que perdió cuando era niña, que ya tendría 23 años. Los largos trayectos y el tiempo compartido en el automóvil, el escuchar juntos la cinta con los diálogos de la obra teatral, van convirtiendo el respeto de la joven por el artista en una conexión espiritual donde las palabras finalmente son capaces de expresar las profundidades, el dolor y la pérdida en sus biografías.
Es en el asiento trasero del auto conducido por Misaki donde se produce una profunda y honesta conversación entre, parafraseando al título del cuento que inspiró la película, dos “hombres sin mujeres” que están vinculados por la ausencia de Oto: su marido Yusuke y su amante, el actor Takatsuki, a quien el director recluta para la obra, acaso buscando más información sobre su mujer que por su talento actoral. Un hombre maduro y uno joven que no se enfrentan como rivales, sino como aquellos que fueron parte de la vida de una misma mujer.
El diálogo entre ambos actores teatrales va desentrañando el vínculo entre los intérpretes con el texto de “Tío Vania”, que tiene el poder de hacer entender más que palabras. Yusuke considera que, al decir las líneas de Chéjov, se arrastra el verdadero ser de quien las expresa; como si el texto lo interrogara. Al no poder soportar esa apelación tan demandante en su fragilidad (antes había tenido una crisis nerviosa en plena obra), Yusuke decide no representar él mismo el personaje principal, sino elegir al joven actor, aunque éste no tiene las aptitudes actorales para representarlo.
El director Ryusuke Hamaguchi nos permite acompañar el viaje de Yusuke y la joven Misaki como si estuviéramos sentados en silencio dentro del auto, observando las conversaciones honestas e íntimas que se producen en su interior. Con ellos recorremos kilómetros desde la isla de Hiroshima hasta el teatro y los miles de kilómetros más que los acompañamos hasta llegar al lugar donde Misaki perdió a su madre. En medio de un blanco paisaje nevado, los protagonistas se enfrentarán a sus motivaciones y verdades (cada uno en su propia pérdida), alcanzando una profunda conexión emocional de dos personas que logran perdonarse a sí mismas y hacer fluir las palabras atrapadas por el dolor.
Título: Drive My Car. Dirección: Ryusuke Hamaguchi. Guión: Ryusuke Hamaguchi, Takamasa Oe. Fotografía: Hidetoshi Shinomiya. Reparto: Hidetoshi Nishijima, Toko Miura, Masaki Okada, Reika Kirishima. País: Japón. Año: 2021. Duración: 179 min.