Descuida, yo te cuido: Entre la observación y la complicidad

Existen películas ilustres que son protagonizadas por individuos reprochables, historias que nos obligan a acompañarlos en sus viajes y a ser cómplices de sus experiencias. Un punto recurrente en esas obras es que tales personajes han sido tradicionalmente hombres, así que la aparición de Descuida, yo te cuido surge como un caso novedoso. No son muchas las diferencias entre Marla y el Henry Hill o el Jordan Belfort que retrató Martin Scorsese, por ejemplo, siendo todos ellos exponentes de un capitalismo salvaje, que privilegia el dinero por sobre consideraciones de cualquier otro tipo. Esa ansia por ganar, por diferenciarse de la masa y escapar de la vida ordinaria, es el mismo motor que mueve el sistema económico en el que estamos insertos.  

Como un sombrío contrapunto de El agente topo (2020), el estreno de Descuida, yo te cuido en Netflix permite preparar una llamativa función doble con ambas obras. Mientras el largometraje de Maite Alberdi destacaba el lado humano de las casas de reposo, con una historia que nos hacía anticipar lo peor y subvertía esas expectativas negativas, esta producción estadounidense muestra los vicios de un sistema donde la ética es un obstáculo que se interpone entre los individuos inescrupulosos y el éxito económico. La película dirigida por J Blakeson es despiadada en su cinismo, con una galería de personajes irredimibles y un constante cuestionamiento de nuestros lineamientos morales.

La cinta parte con una declaración de principios de su protagonista, quien sostiene que las personas se dividen entre depredadores y presas, entre aquellos que se aprovechan y aquellos de los que se aprovechan. Marla Grayson (Rosamund Pike) ha diseñado su plan de negocios en torno a esa idea, convirtiéndose en un verdadero lobo con piel de oveja. A simple vista nada parece reprochable de su oficio, que consiste en ser tutora o curadora de ancianos que no pueden valerse por sí mismos y tampoco cuentan con la ayuda de familiares, pero detrás de esto se esconde un complejo fraude. Con la ayuda de funcionarios cómplices o crédulos, Marla consigue que sus víctimas sean declaradas incapaces por un tribunal para que, una vez designada como su representante, los pueda registrar en una casa de reposo y administrar todos sus bienes. La idea es vender las propiedades y el resto de las cosas para costear el alojamiento en ese hogar, del cual es accionista, y pagar además sus cuantiosos honorarios, en un engaño que se extiende por todo el tiempo que les quede de vida a esas personas.

Durante los primeros minutos de la película somos testigos del funcionamiento de esta maquinaria, cuyas piezas están bien engrasadas y se mueven sin inconvenientes. La energía que transmiten estas escenas, sumado a la desenvoltura de la protagonista, que actúa a sus anchas sin ningún tipo de remordimiento, nos ubica en una posición bastante particular. El director J Blakeson sabe que la conducta de Marla es deshonesta, pero eso no impide construir un relato alrededor de ese tipo de personajes; exigir irreprochabilidad moral al cine es una postura miope y mal encaminada, que olvida también que nuestro vínculo con las obras puede ir más allá de la empatía o la identificación, ya que existen otras reacciones como la fascinación o incluso el morbo.

Existen películas ilustres que son protagonizadas por individuos reprochables, historias que nos obligan a acompañarlos en sus viajes y a ser cómplices de sus experiencias. Un punto recurrente en esas obras es que tales personajes han sido tradicionalmente hombres, así que la aparición de Descuida, yo te cuido surge como un caso novedoso. No son muchas las diferencias entre Marla y el Henry Hill o el Jordan Belfort que retrató Martin Scorsese, por ejemplo, siendo todos ellos exponentes de un capitalismo salvaje, que privilegia el dinero por sobre consideraciones de cualquier otro tipo. Esa ansia por ganar, por diferenciarse de la masa y escapar de la vida ordinaria, es el mismo motor que mueve el sistema económico en el que estamos insertos.

Pike disfruta cada minuto que pasa interpretando a la protagonista, una energía que ya habíamos visto en su rol de Amy Dunne en Gone Girl (2014). La conducta calculadora, los rasgos sociópatas y el placer de infringir las reglas son algunas de las similitudes que unen a ambos papeles. La cinta de David Fincher, sin embargo, era más precisa en su narración y sutil en algunos de los temas que abordaba, lo que en el caso de este largometraje es reemplazado por una energía desbordante, acompañada de una colorida estética.
De vez en cuando, Marla se encuentra con víctimas más apetecibles que el resto. Se trata de ancianos adinerados, sin contactos estrechos, que son fáciles de aislar y pueden ser explotados durante mayor tiempo. Ese es el caso de Jennifer Peterson (Dianne Wiest), una jubilada que vive en un barrio acomodado, no tiene familiares conocidos y recientemente le comunicó una leve pérdida de memoria a su doctora, lo que puede propiciar un informe que exagere los síntomas y sugiera su interdicción. La secuencia en la que se muestra todo este proceso es espeluznante en su eficacia y arbitrariedad, sobre todo cuando la protagonista llega a la casa de la mujer con una orden judicial que le permite tomar el control de su vida.

La sátira y el humor negro podrían haber sido suficientes para dar forma al relato, a través de tintes kafkianos sobre la burocracia y la crueldad de las instituciones. Pero la película introduce elementos adicionales, más cercanos a las fórmulas de los géneros cinematográficos, como el thriller y las películas sobre crimen organizado. Esto ocurre porque Jennifer, la víctima que Marla veía tan vulnerable, esconde un vínculo con el mafioso Roman Lunyov (Peter Dinklage), quien hará todo lo que esté a su alcance para liberarla. Aunque la aparición de esos componentes resulta vistosa al comienzo, a la larga exige más de la cuenta en términos de verosimilitud.

Además, la cinta se complica durante la segunda mitad del metraje con la reacción que quiere provocar en los espectadores. El surgimiento de un antagonista despiadado parece sugerir que el director pretende mostrar a Marla como alguien que merece nuestra empatía, en un ejercicio de relativismo moral que se siente medio torpe. Aparentemente, Blakeson va más allá de solo representar el mundo del personaje, aspirando en cambio a una identificación entre ella y la audiencia. Hay también referencias al género de la protagonista y a una especie de empoderamiento femenino superficial, donde el poder económico -sea cual sea su precio- es sinónimo de un triunfo sobre el patriarcado, con lo cual no queda claro si forma parte del espíritu satírico de la obra o si es algo serio.

Blakeson no tiene la agudeza de Fincher ni la destreza de Scorsese, lo que le termina dando un aire irregular a Descuida, yo te cuido. El impulso por agregar más piezas de las necesarias le juega en contra al director, enmarañando el relato y atenuando su efectividad.
 

Título original: I Care a Lot. Dirección: J Blakeson. Guion: J Blakeson. Fotografía: Doug Emmett, Mike Valentine. Reparto: Rosamund Pike, Peter Dinklage, Eiza González, Dianne Wiest, Chris Messina. País: Estados Unidos. Año: 2020. Duración: 118 min.