Como me da la gana II (1): La pensatividad del cine
Entre 1979 y 1982 Ignacio Agüero realiza su primer largometraje, No Olvidar, donde muestra la búsqueda de los cuerpos de sus hijos y esposo por parte de Elena Maureira y sus hijas, hasta ese entonces detenidos desaparecidos de la dictadura de Pinochet bajo el caso conocido como los crímenes de Lonquén.
Luego de este documental, Agüero escribe una idea basándose en un hecho real acerca de un dirigente sindical que se esconde de los aparatos represivos en el entretecho de su casa por seis años. Siendo esta una película imposible de filmar en dictadura el director se encuentra ante la pregunta qué hacer, qué película es posible hacer en Chile en contexto de dictadura. Así nace Como me da la gana (1985) donde lo vemos tomar su cámara y asaltar los rodajes en curso en ese momento: Juan Francisco Vargas, Patricio y Juan Carlos Bustamante, Tatiana Gaviola, Joaquín Eyzaguirre, Luis Vera, Cristián Lorca y Andrés Racz son los cineastas que aborda y que son interrumpidos en plena filmación, cuestionados sobre qué están haciendo.
Treinta años después Agüero retoma el gesto de interrumpir los rodajes de sus colegas para hacerles preguntas sobre lo que realizan. Pero los colegas son otros, los de una nueva generación de cineastas chilenos y un contexto político y cinematográfico totalmente diferente. Si en 1985 ante la pregunta de quiénes esperaban que fueran a ver sus películas los cineastas contestaban con naturalidad “los que más puedan”, los cineastas de hoy acostumbrados a las postulaciones a fondos, a dar pitch sobre sus proyectos y lograr insertar sus películas en circuitos de festivales ganando premios se desconciertan ante preguntas más esenciales como “¿qué es lo cinematográfico de tu película?”
El corte desde el rodaje en plena protesta de Dulce Patria (1984) de Racz donde dice “estamos en el centro del problema” al “acción” del aparatoso rodaje de Neruda de Pablo Larraín marca las distancias generacionales y tecno-lógicas que los separa. Larraín responde con la certeza de que lo que le fascina del cine es el artificio del cine, Marialy Rivas (La Princesita) habla de la temática gay y de todo lo que no está escrito en el guión de sus películas y que aflora en los rodajes, Christopher Murray (El Cristo Ciego) habla de su proyecto de insertarse en comunidades, Cristian Jiménez y Alicia Scherson se enredan entre la coautoría de Alejandro Zambra y la idea de las miradas y lo escenográfico en Vida de Familia.
Pero lo cierto es que en Como me da la gana II la interrupción de los rodajes es solo un puntapié que le sirve a su director para tomarse en serio el título de su filme y empujar a toda la película a responderse esa pregunta. Para responder qué es lo particular del cine, Agüero se somete a un ejercicio autorreflexivo y revisar parte de su filmografía, aunque también lo lleva a bucear en otras imágenes que forman parte de su archivo. Un archivo histórico, familiar y personal donde el pasado, el presente, lo íntimo y lo público se confunde y se expande.
En ese sentido, Aguëro retoma el hilo con habilidad y lucidez desde la sala de montaje, donde accedemos a las cómplices conversaciones del director con su montajista. Su voz en off pierde el carácter externo omnisciente y aparece la de Sophie França, la película se vuelve más autorreflexiva que nunca. Este juego que comienza por la interrupción o el asalto a los directores en sus rodajes, que se deja distraer de una cosa a la otra, perdiéndose y retomando sus riendas varias veces, funciona como el pensamiento en sí mismo, que es algo que se realiza siempre con imágenes y siendo este parecido algo propio del cine como arte.
Si dentro del cine de Agüero el espacio y la observación de ese espacio funciona como eje articulador desde el cual despliega sus proyectos y búsquedas, aquí es el film en sí mismo lo que se vuelve territorio a recorrer y transitar, un mapa de imágenes que se interrogan por su lugar y pertinencia dentro del espacio cinematográfico.
Un cine que se piensa a sí mismo, donde el dispositivo, el modo o la forma en que la película se hace, es lo central. Está en sintonía tanto con el trabajo anterior del director (El otro día, 2012) como con el cine de José Luis Torres Leiva (El viento sabe que vuelvo a casa, 2016), que ante las preguntas de Agüero (quien además protagoniza este film y ya había aparecido junto a Sophie França en su documental ¿Qué historia es esta y cuál es su final?) responde que lo que le interesa en su película es cómo en esta historia de ficción -sobre un documentalista que busca una historia en la isla de Meulin, Chiloé-, al enfrentarse el protagonista con las personas reales se confrontan cinematográficamente el lenguaje ficcional con el carácter documental.
También sintoniza con Niles Atallah, quien desde el rodaje de su último film, Rey, plantea que lo cinematográfico está en indagar en la volatilidad de la historia y sus posibles versiones. Rey aborda la historia un francés que se supone fue nombrado rey de la Araucanía en 1860, y ahí donde la película intenta avanzar hacia un relato realista fracasa mientras se interviene en el tratamiento de los recursos plásticos que dan cuenta de estos agujeros de la historia donde la imaginación cinematográfica puede jugar a sus anchas: esto parece también servir de resumen perfecto para la película de Agüero.
Recorriendo un bosque parecido al de Rey, la película nos lleva de vuelta a la mujer que hace treinta años le dio la respuesta a Agüero sobre qué cine era necesario hacer en Chile en dictadura, y que persiste hasta hoy día: Alicia Vega, la adorable protagonista de Cien niños esperando un tren (1988) que lleva más de treinta años haciendo su taller de cine a los niños de Chile. Ahí, con los ojos de los niños maravillados e hipnotizados hasta la emoción y las risas ante las imágenes en movimiento, parece ser el lugar en el cual está palpitando la respuesta a la pregunta sobre lo cinematográfico. Ahí, donde la mezcla de las imágenes del taller filmado en 1988 y el registro del actual solo se distancian por su textura analógica versus la digital actual, pero el sentimiento que transmiten es genuinamente continuo.
Las libertades del documental le permiten así a uno de los cineastas más destacados de nuestro país abrir su propia filmografía y realizar un manifiesto sobre la pregunta que cualquier película debiese hacerse a sí misma: ¿por qué hacer cine y no otra cosa?
Nota comentarista: 10/10
Título original: Como me da la gana II. Director: Ignacio Agüero. Guión: Ignacio Agüero. Montaje: Sophie França Fotografía: David Bravo, Arnaldo Rodríguez, Gabriel Díaz, Ignacio Agüero. Casa productora: Ignacio Agüero & Asociado. Producción ejecutiva: Tehani Staiger, Viviana Erpel. Productor asociado: Amalric de Poncharra. País: Chile. Año: 2016. Duración: 86 min.