Colonia: Inverosímil indignidad
Partamos por el final. El último cartel de la película dice: “Dedicada a las víctimas de Colonia Dignidad”. A la sombra (ninguna luz) del resultado cabe responder con humor negro la dedicatoria: es como si para tu cumpleaños te hicieran comer una torta envenenada. Bajo ninguna perspectiva redimible, Colonia merece el desprecio absoluto. Exceptuando la responsabilidad de haberme comprometido a comentarla, no sé por qué debería decir algo sobre ella. Tal vez el único sentido sea predicar en voz alta “no la vean”. Si quieren saber algo sobre Colonia Dignidad o Paul Schäfer acudan a otro lado.
La película no funciona en ningún nivel -relato, acción, personajes, actuación- que sirva para dar cuenta de su referente. Incluso se corre el peligro que funcione en contra. La peor manera de informar de algo es convirtiéndolo en chacota. O tal vez me equivoque y la indignación provoque algo positivo y de veras afane que el público quiera saber más, informarse a ciencia cierta, sin el espectáculo de vergüenza ajena por un trabajo tan pésimamente llevado.
Ese valor colateral que se achaca a ciertas películas malogradas sobre “temas”, que sirven para “contar una historia real”, refrescar la memoria, o dar a conocer masivamente lo que se sabe sin mucho detalle usando la estrategia de la ficción no sirve de nada si aquello que se muestra en imagen y relato ficcional se frustra en la negligencia y lo inverosímil, porque ¿para qué darse la molestia (disfrazada de modestia) de hacerlo?
Ahora bien, ¿qué sucede con Colonia? La película parte en 1973, a pocos días del Golpe de Estado, Lena, una azafata alemana de paso en el país, encuentra a su interés amoroso, Daniel, comprometido con la causa de la Unidad Popular. Él es fotógrafo y además ha diseñado un cartel propagandístico en apoyo a Allende. Una mañana, el 11, se dan cuenta que el Golpe está en curso y salen a la calle a registrar lo que está sucediendo. Son detenidos, llevados al Estadio Nacional y de ahí se llevan a Daniel al sur, a Colonia Dignidad. Ella decide quedarse en el país y encontrarlo. Es así como haciéndose pasar por un devota que quiere enmendar su vida ingresa a ese estado dentro del Estado. Luego empiezan los pormenores de su huida.
El tono bonachón e ingenuo con que se retrata el Chile de la UP del comienzo del filme da paso a la representación de ese lugar, inspirándose a todas luces en la mezcla de un campo de concentración nazi con una sociedad orwelliana. Entonces las incongruencias narrativas se empiezan a hacer cada vez más evidentes, hasta llegar a la inverosimilitud. Por dar un ejemplo claro, durante una noche los jerarcas se llevan a la joven Doro, única mujer de confianza de la protagonista. Lena sale del galpón donde bajo llave duerme el contingente femenino. Mirando desde una ventana es testigo de las vejaciones a las que Doro es sometida, pero alguien la vislumbra y escapa hacia los aposentos. Cuando llegan a buscar quien era la mujer que estaba espiando lo primero que hacen es abrir con llave la puerta que estaba cerrada. ¿Cómo, entonces, fue que Lena pudo entrar y salir si carece de llaves?
Otros casos parecidos empiezan a abundar y la incredulidad se vuelve jocosa. Sin la certidumbre de estar viendo un relato lógico, el piso mínimo para lograr un pacto de verosimilitud con el espectador, en correspondencia se pierde la atención e identificación de este en términos de emocionalidad o compromiso y empieza a abundar el aburrimiento y la incomodidad, o peor, la risa.
Es cierto que muchas películas de “tan malas se vuelven buenas”, mecanismo espectarorial cínico que funciona con trabajos que se moldean en parámetros del mal gusto o el camp, sin embargo el problema de Colonia no es que se inscriba en esa vertiente del cine. Lo peor se debe a que un tema como el escogido, uno de aristas históricas, éticas, políticas, etc, se lleve tal tratamiento. Si nos ponemos puristas tal vez es perdonable y gozoso asistir a la irresponsabilidad de gastar en producir y presentar un filme de asunto anodino, puramente ficcional, que pretendió únicamente entretener. Distinto será para el caso de la pretensión de denuncia, o de “semejanza con hechos reales”, que involucra esas aristas, como sucede acá.
Muchos de los sucesos del filme podrán ser reconocidos como fidedignos si se los toma aisladamente y no según la posibilidad que les confiere el relato. Todo apunta hacia la constitución de una trama en torno al escape de los protagonistas. El culto religioso, la figura autoritaria, el siniestro encierro, las conexiones con la represión de la Dictadura quedan como trasfondo polémico insustancial. No hay lección de historia, tampoco un revisionismo del desmadre (a la Tarantino), apenas el flojo intento por sacar a la pareja del lugar. Que al final se informe de la caída de la Colonia, los abusos cometidos por décadas o la detención de Schäfer deja el disgusto que se pudo hacer más: reivindicar a las víctimas parece un despropósito. ¿Quiénes son, si lo único que se validaba eran Lena, Daniel y un par de personajes más? El resto de los habitantes/prisioneros de la Colonia parecen la excusa para que la historia de la pareja se demore en consumar su final feliz.
Un bodrio como Colonia no da siquiera para abrir un debate sobre ética y estética de lo abyecto, la explotación moral o los recursos factibles sobre las posibilidades de representación o no representación de la violencia, la tortura y la muerte; como sí sucede con -por escoger un caso reciente- la película húngara El hijo de Saúl (László Nemes, 2015). Un filme que no consigue mantenerse en pie en su nivel más mínimo no merece más que el olvido y enfrentarse con el imperativo de no malgastar el tiempo en verla.
Álvaro García Mateluna
Nota comentarista: 3/10
Título original: Colonia. Dirección: Florian Gallenberger. Guión: Torsten Wenzel, Florian Gallenberger. Fotografía: Kolja Brandt. Reparto: Emma Watson, Daniel Brühl, Michael Nyqvist, Julian Ovenden. País: Alemania. Año: 2015. Duración: 110 min.