CODA: Una melodía familiar
De manera similar a otra cinta francesa de la década pasada, Intouchables (2011) de Olivier Nakache y Éric Toledano, el encanto que transmite CODA es el resultado de un cuidadoso diseño narrativo. Cada rama de la obra tiene un propósito y una razón de ser, los que en última instancia buscan obtener una respuesta emotiva por parte de los espectadores. La película ocupa un lugar intermedio entre el cine mainstream y el independiente, entre lo comercial y lo artístico, entre lo inofensivo y lo desafiante.
En el fondo, la historia que narra la cinta CODA de Sian Heder es muy conocida y predecible. La obra pertenece al género de las coming of age, es decir, relatos sobre la maduración protagonizados por personajes que pasan el umbral de la adolescencia a la adultez en un viaje de autoconocimiento. Este tipo de historias son la base de una enorme cantidad de películas, sobre todo en el cine indie estadounidense, encarnado por festivales como el de Sundance, donde precisamente este largometraje triunfó a comienzos del año pasado. Pero, incluso con todos sus componentes familiares, el trabajo logra crear una cierta especificidad que le da un importante atractivo propio.
Ya el título nos indica el rasgo distintivo de la obra, que tiene como elemento fundamental la cultura asociada a las personas sordas. Se trata de un acrónimo que significa “children of deaf adult” (“hijos de adultos sordos”), rol que en la película es encarnado por la protagonista, Ruby Rossi (Emilia Jones), una adolescente que vive en la ciudad costera de Gloucester, Massachusetts, junto a sus padres -Frank (Troy Kotsur) y Jackie (Marlee Matlin)- y su hermano mayor, Leo (Daniel Durant), quienes son sordos. Tanto la condición de su familia como el hecho de ser pescadores la convirtieron en una persona retraída, que de vez en cuando debe aguantar las burlas de sus compañeros de colegio. Sin embargo, tras descubrir el talento que tiene como cantante, surge ante ella la posibilidad de iniciar un nuevo camino, de independizarse, aunque la posibilidad de dejar su hogar la enfrentará a un profundo dilema.
Además de hacer referencia a ese acrónimo, el título de la obra tiene un significado ligado a la música, ya que la palabra “coda” sirve para designar una sección ubicada al final de un movimiento, como una especie de epílogo para una pieza musical. Esta segunda lectura apunta a la pasión artística de la protagonista, que podría convertirse en la razón para irse del pueblo donde vive, en caso de que sea admitida en la universidad de Berklee, en Boston. No deja de llamar la atención que el interés de Ruby sea una disciplina que escapa del entendimiento del resto de su familia, algo que es mencionado por diferentes personajes a lo largo del metraje. Es un grado de ironía que parece existir solo en las historias de ficción como esta.
El guion de Heder, una adaptación de la película francesa La Famille Bélier (Éric Lartigau, 2014), potencia esa lógica con un relato que es claro en sus intenciones y trucos. Una vez presentados los elementos fundantes de la obra, el trayecto de la trama es fácil de identificar debido a los lugares comunes o fórmulas que va ocupando. El personaje interpretado por el actor mexicano Eugenio Derbez, por ejemplo, es un profesor de música medio pretencioso y temperamental que ayudará a la protagonista a preparar su postulación a la universidad. La dinámica que se genera entre ambos ha sido abordada previamente por varias películas, combinando las estrictas exigencias del maestro con el potencial artístico que demuestra el alumno, para crear un ejemplo motivacional de superación.
De manera similar a otra cinta francesa de la década pasada, Intouchables (2011) de Olivier Nakache y Éric Toledano, el encanto que transmite CODA es el resultado de un cuidadoso diseño narrativo. Cada rama de la obra tiene un propósito y una razón de ser, los que en última instancia buscan obtener una respuesta emotiva por parte de los espectadores. La película ocupa un lugar intermedio entre el cine mainstream y el independiente, entre lo comercial y lo artístico, entre lo inofensivo y lo desafiante. Esa ambivalencia, sumada al enfoque calculado que tiene el relato, podría haberle restado cierta sinceridad al largometraje, pero incluso con los clichés que ocupa alcanza una meritoria cuota de humanidad.
Parte importante de sus méritos proviene de cómo está ambientada la cinta, que le entrega un aire creíble tanto al mundo de los pescadores como de las personas sordas. Si bien el nivel de autenticidad no se acerca a lo que Darius Marder logró con Sound of Metal (2019), un trabajo que también giraba en torno a la discapacidad auditiva, una de las grandes fortalezas de esta película es la manera en que Ruby interactúa con su familia. Las escenas que esos personajes comparten están dotadas de una llamativa singularidad, reflejada en cuestiones como el uso del lenguaje de señas (desde momentos íntimos hasta discusiones) o las consideraciones que surgen al desenvolverse en un mundo que les resulta ajeno.
La directora demuestra un especial respeto por los personajes no solo al utilizar actores sordos, sino también por la manera en que los caracteriza. En lugar de despojar a estos individuos de sus complejidades y defectos, Heder les permite tener emociones que van más allá de la inocencia e incluso lástima con la que a veces es tratada la discapacidad. Lo notamos, por ejemplo, en cómo es retratada la vida sexual de los padres de Ruby y en lo desinhibidas que son algunas de sus conversaciones. También surge en instantes más serios, como el temor que siente Jackie por el camino que escogió su hija, sobre todo porque no puede saber si es realmente talentosa en lo que quiere hacer; o en la actitud de Leo, que no quiere depender de otros para desenvolverse en la sociedad, aun cuando eso implique tener mayores obstáculos.
Mientras la dimensión familiar es el principal pilar que tiene CODA, los demás elementos del relato no recibieron una atención tan detallada. El aspecto más perjudicado fue el romance que nace entre Ruby y Miles (Ferdia Walsh-Peelo), su compañero de colegio y la razón por la cual ella se unió al coro en un principio. Entendemos el desarrollo de esa relación y los hitos que la van dibujando, ya que forman parte de aquellos elementos que uno espera de este tipo de obras, pero son piezas en las que no profundizaron como deberían. Ni siquiera la pasión musical de la protagonista está libre de esos problemas, así que su decisión de postular a Berklee nace más como una necesidad de la trama que como algo orgánico.
A pesar de esos puntos bajos, la cinta de Heder es muy efectiva en el último tercio del metraje, cuando debe manejar los instantes de mayor peso emotivo de su historia. A través de tres o cuatro escenas bien ejecutadas, la película potencia sus fortalezas y le da un gran impacto a una obra que trasciende momentáneamente la presencia de las fórmulas. Ya sea una conversación entre madre e hija sobre las expectativas y los miedos, o una memorable interpretación de la canción “Both Sides, Now” de Joni Mitchell, los minutos finales del largometraje nos recuerdan lo irresistible que es el cine cuando toca las notas correctas.
Título original: CODA. Dirección: Sian Heder. Guion: Sian Heder. Fotografía: Paula Huidobro. Reparto: Marlee Matlin, Troy Kotsur, Emilia Jones, Eugenio Derbez. País: Estados Unidos, Francia, Canadá. Año: 2021. Duración: 111 min.