Carol (Todd Haynes, 2015) 1/3
“Carol: Qué chica tan extraña eres.
Therese: ¿Por qué?
Carol: Salida del espacio”.
Mi encuentro con Patricia Highsmith ocurrió hace ya varios años. Había leído sobre sus obras, su vínculo sentimental con mujeres, sus problemas con el alcohol y su fascinación por modelar figuras con un B-Side bien acentuado. ¿Cómo es eso?: personajes oscuros y con tintes psicológicos dignos de ser sometidos a un psicoanálisis exhaustivo. Mi primer encuentro con una de sus adaptaciones al cine fue con The Talented Mr. Ripley hace más de 13 años. Un tiempo después, asistiendo a clases de cine, me enteré de que Hitchcock había adaptado su obra Strangers on a Train y reconocí a Alain Delon en Plein Soleil dirigida por René Clément. De ahí en adelante comenzó para mí el capítulo con las aventuras y desventuras de Tom Ripley, un verdadero hijo del suspenso y de la pantalla grande.
Durante el verano de 2015 decidí buscar su libro Carol, también conocido como The Price of Salt, sin tener conocimiento de que meses antes la adaptación al cine se encontraba en etapa de desarrollo de la mano de Todd Haynes. Tomé el libro y me sentí inmersa en el universo humano y amoroso de dos mujeres de distinta clase social unidas por un deseo de libertad y pasión, aunque sumidas en un escenario donde la homosexualidad era considerada una catástrofe dentro de ciertos círculos. Me encontré con una lectura digerible en que se lograba tener acceso a los movimientos mentales, fases de autoconocimiento, sutiles declaraciones de guerra individuales y la lucha por el reconocimiento en la escena artística de una jovencita llamada Therese Belivet.
Carol, de Claire Morgan –el nombre que eligió Highsmith para firmar la entrega tras desavenencias con representantes de la esfera literaria por alejarse con esta obra del suspenso–, desnuda capas íntimas, emocionales y sociales frente a la “manada” del conservadurismo. Dos mujeres que buscan e intentan con sutileza establecer un lazo afectivo, el que ni siquiera se ve afectado por la diferencia de edad entre la señorita Belivet y la sofisticada y experimentada Carol Aird.
Seguiré revisando las capas que nos ofrece Carol, pero quiero hacer primeramente una revisión de lo que alguna vez denominaron el movimiento del New Queer Cinema, arraigado con fuerza en Estados Unidos en la primera mitad de los noventa. Justamente un joven Haynes, con su Poison, conformaba esta “pandilla” junto a otros nombres como Bruce LaBruce, Gregg Araki, Bill Sherwood y otro de los más connotados, Gus Van Sant –por mencionar algunos–, quien saltó con Mala Noche y enalteció la figura del malogrado River Phoenix en My Own Private Idaho.
El movimiento no actuaba estrictamente como un “organismo activista” sino que tenía como objetivo sacar de un estado de comodidad a la figura del homosexual –cuando utilizo este término hablo tanto de mujeres como de hombres–, de la ridiculización y de “limpiar” su imagen puesto que, además de “patologizarlo”, se le atribuía muchas veces una carga criminal de malhechor o de constante víctima. Lo explicitado como «limpieza de imagen» no es sinónimo de un traslado absolutista a una zona de héroes y mártires; por el contrario, el camino era el de humanizarlo desde el sexo, la deconstrucción del género y su calidad como individuo.
No olvidemos a la recientemente fallecida Chantal Akerman con su esencial Je, tu, il, elle (1976), en la que se acentúan la ambigüedad, la búsqueda, la corporalidad y los tintes superiores de feminismo como antecedente importante para ese movimiento. Y así como en los ochenta Van Sant llevaba bajo el brazo su Mala Noche, Donna Deitch con su Desert Hearts se convierte en un antecedente relevante de cómo las mujeres lograban retratar el lesbianismo y la bisexualidad . El filme de Deitch fue una de sus mayores obras fílmicas en que, además de la predominancia de las artes amatorias, sobresale la idea de la exploración, del autoconocimiento y de la aceptación de Vivian, una mujer madura y divorciada, frente a la seducción de la intrépida Cay. Incluso causó tal impacto en ciertos grupos que hasta la supermodelo Gia Marie Carangi –otra malograda– adoptó el look de Cay transformándolo a su vez en un sello en el mundo de la moda. Otro ejemplo es el filme Lianna, de John Sayles, en que una mujer casada y con hijos demanda la necesidad de ser atendida y cobijada emocionalmente; mientras tanto ve desmoronarse su matrimonio y redescubre el amor con una mujer madura.
Un antecedente más cercano a nosotros es La Vie d’Adèle – Chapitres 1 et 2, de Abdellatif Kechiche, en que los acontecimientos más realzados –más allá de las escenas de arrojado sexo lésbico– son precisamente la iniciación y la pérdida de la candidez desde un hemisferio corporal, erótico y de una fragmentación de las relaciones y del universo emocional de los sujetos. Sin embargo, se presentaron disparos, mientras que la cinta brillaba en Cannes 2013, desde ciertas colectividades, específicamente desde algunas “esferas feministas”, acusando a Kechiche de utilizar a sus protagonistas para la elaboración de un producto casi pornográfico destinado al segmento masculino. Simultáneamente se suscitó otra controversia por parte de Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos, acusando al realizador por su despotismo a la hora de grabar las escenas de intimidad y la incomodidad de Julie Maroh, la autora de la novela gráfica Le bleu est une couleur chaude, por el tratamiento del mismo contenido sexual. De todos modos, el filme resplandeció con luces propias.
Ingresando al universo fílmico de Todd Haynes, Velvet Goldmine se puede interpretar como una oda al Glam Rock, a los excesos, a las ambigüedades, a las expiaciones y los desequilibrios que definían el esqueleto de una obra donde se podía identificar las presencias de un David Bowie (Brian Slade) y de un Iggy Pop (Curt Wild). Un mundo estrambótico, musical, saturado de brillos y opacidades, y con una potente energía sexual presente en sus cuatro protagonistas. En el caso del melodrama Far from Heaven, que se convierte en una conexión inmediata con Carol y que tiene su ascendencia indiscutible en el cine de Douglas Sirk (Imitation of Life), las diferencias de clases y la homofobia son dos componentes primarios a la hora de desarrollar la historia de un mujer acomodada que cree tener la vida perfecta hasta que se entera de la homosexualidad de su marido y encuentra consuelo y algo más en los brazos de un afroamericano. Carol tiene unos colores bastante similares por su tratamiento epocal –de los años cincuenta en este caso– y por las dificultades que presenta.
La adaptación de Haynes corre como un melodrama aunque menos oscuro que Far from Heaven. Es un filme plagado de irregulares over shoulder desde el primer encuentro en la juguetería entre Miss Belivet (una sobria Rooney Mara) y la distinguida Carol Aird (una despampanante Cate Blanchett). Terry –el apodo de Therese– casi siempre se localiza en una nebulosa mental, de encuentros y desencuentros en su profundidad íntima y que se logra apreciar cuando se posiciona detrás de algún vidrio con su rostro difuso: contemplando la figura de Carol desde alguna especie de vitrina o acompañándola en su travesía equivalente a un escape casi absolutista. Siempre ocurre ese movimiento en su fibra emocional. Carol, como una presencia casi omnipotente pese a su derrumbe personal, acentuado en su divorcio y en la batalla por no perder la tutela de su hija, derrocha una fuerza que siempre se alza en un espacio de sofisticación. No destiñe en su marcha frente a una sociedad inmersa en un convencionalismo y plagada de prejuicios ante una circulación disímil.
Haynes enfatiza en los planos detalle: en los desplazamientos corporales, en los guantes de Carol –que dan inicio al affair de las protagonistas–, en la desnudez del encuentro que no se encasilla únicamente en un acto sexual. Y en esa cámara fotográfica de Therese –aunque no hay que olvidar que en la literatura de Highsmith su Terry es una escenógrafa– que congela las fragmentaciones de su primer amor lésbico. Haynes fue capaz de capturar con gracia y sutileza la intimidad y los altos y bajos de sus personajes: aquí es imprescindible añadir a una Abby (Sarah Paulson), fiel confidente y contenedora de Carol, y a Harge, un esposo obsesionado con la presencia y tenencia de la señora Aird.
Las travesías en automóvil de Carol y Therese logran hacer cierta conexión con las que vivían Humbert Humbert y Dolores Haze, su eterna Lolita –de la literatura original de Vladimir Nabokov y llevada a la pantalla grande por Stanley Kubrick y, en una versión más lóbrega, por Adrian Lyne–. Viajes relativamente difusos y de colores apagados muchas veces que se asimilan a los estados de sus protagonistas. Se debe considerar que Haynes fragmenta/fractura a sus figuras dentro del plano, evitando conscientemente ubicar a sus personajes en el centro y, por consiguiente, trasladarlos casi siempre a un borde que se asimila a las fases de sus figuras principales y de sus figurantes.
Haynes al parecer ya está más que atrapado a la hora de retratar amores prohibidos de época. Van Sant en cambio se dio la posibilidad de buscar en otros espacios, vivencias, apartándose de lo que planteaba el New Queer Cinema. Y aunque no la mencioné anteriormente, Lisa Cholodenko sigue hurgando en zonas lésbicas con asertividad y mucha claridad (High Art, The Kids Are All Right).
En esta ocasión decidí no hablar de la obra literaria y de la adaptación desde un punto de vista comparativo, claramente ambas tienen la posibilidad de una coexistencia. Tampoco quise ubicar de manera unívoca a la obra de Haynes como una entrega de moda, tras su paso por el Festival de Cannes y sus nominaciones a los Globos de Oro y al Oscar. Carol, como obra literaria, fue capaz de “salvarle la vida” a muchas lesbianas y homosexuales en los cincuenta. La Highsmith le dedicó un par de líneas a tal evento. Y Haynes, por su parte, fue capaz de modelar y definir desde el ímpetu cinematográfico, alejado de niveles superiores de morbo, una historia de amor, de descubrimiento y de liberación pasional y humana.
Nota Comentarista: 7/10
Título original: Carol. Dirección: Todd Haynes. Guión: Phyllis Nagy. Fotografía: Ed Lachman. Montaje: Affonso Gonçalves. Música: Carter Burwell. Reparto: Cate Blanchett, Rooney Mara, Sarah Paulson, Kyle Chandler, Jake Lacy, John Magaro. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 118 min.