Carnage: Un dios salvaje
Basada en la novela Le Dieu du carnage de Yasmina Reza, Carnage (Un dios salvaje, en español) pareciera ser la pulsión de muerte que cada uno de los personajes de la nueva apuesta de Roman Polanski, intentan a toda costa invisibilizar y contener en el transcurso del film. Sin embargo, el estrés (Christoph Waltz), la diplomacia exacerbada (Kate Winslet), el cinismo (John C. Reilly) y la inseguridad encubierta en filantropía (Jodie Foster), no logran sostenerse en una tarde entre dos familias muy distintas, cuatro paredes y unas cuantas copas de whisky.
El encuentro de estos cuatro personajes, tiene lugar en la residencia del matrimonio Longstreet (Foster y Reilly), un acomodado, ordenado y pulcro apartamento en el barrio Brooklyn de Nueva York. En la sala de estar y en pocas ocasiones en otros lugares de la casa, se busca la manera de llegar a un acuerdo por una pelea entre el hijo del matrimonio de los Cowan (Winslet y Waltz) y el hijo de la pareja Longstreet. El niño Ethan Cowan habría agredido con un palo el rostro del niño Longstreet, dejando secuelas físicas, por lo cual los padres consideran necesario conocerse y conversar acerca de lo ocurrido. Esta razón muta en una serie de discusiones y situaciones incómodas y ridículas sin término.
Carnage se burla de los convencionalismos y los códigos sociales de la burguesía neoyorkina, de las aristas en juego y contradicciones presentes en el neoliberalismo, y de su cuna Estados Unidos. Para esto Polanski erige cuatro estereotipos que consagran íntegramente los cimientos y consecuencias de la ideología neoliberal, encarnados en personajes muy definidos y limitados, y por tanto susceptibles de crítica y parodia. Un gerente de alguna reconocida farmacéutica, la mujer de éste frívola y presa de los productos de belleza, una mujer intelectual pero insípida, luchadora de los derechos humanos pero incapaz de hacer interesante su vida, y su esposo, un fracasado y solitario trabajador con un carácter sumiso y edípico.
Conversaciones sobre cuestiones éticas como la libertad, la disciplina, la importancia de la familia, el arte, son atravesadas por supuestos claves que hacen eco en los últimos tiempos; el cuestionamiento a la familia nuclear (burguesa), el matrimonio con hijos, la rutina, las apariencias, la tecnología como depositaria de la vida, etc., que exponen de manera lúdica y explícitamente irónica el fenómeno de la incomunicación en las relaciones.
Un elemento constante en la historia, es la incomodidad de los protagonistas, rasgo presente hasta que se produce el descontrol y el desenfreno en cada uno de ellos que habían intentado reprimir. Esta irrupción del caos en la aparente normalidad como eje narrativo en la obra de Polanski vuelve a deleitarnos en Carnage.
Todo lo anterior se cristaliza en una película que entretiene en los 80 minutos de duración, con grandes actores y personajes cautivadores, que aborda de manera lúcida los conflictos de pareja que devienen absurdos y patéticos, sin embargo, falta la consistencia y profundidad en el tratamiento de estos temas, extrañándose la desgarradora perversión y la inexorable decadencia de los personajes del antiguo Polanski.