Animal: En su propia trampa moral
Armando Bo tal vez es el guionista latinoamericano que más ruido ha causado y más éxitos ha logrado en los últimos años, debido principalmente a la relación laboral que el argentino mantiene con el director mexicano Alejandro González Iñárritu, lo que lo ha hecho ganador de un premio Oscar por el guión de Birdman (2014) y otras nominaciones por el de Biutiful (2010). Ahora, para muchos eso ya debe bastar como para querer alejarse de un nuevo producto de Bo, sobre todo quienes en el ala cinéfila/crítica ven la llegada de un nuevo filme del Iñárritu como la llegada del Anti Cristo. Pero ese no es mi caso. He disfrutado de la etapa post-2010 del mexicano, tal vez mucho más de lo que cualquiera con buen juicio debería. Hay algo de consciencia respecto a lo que vuelve a su cine una superficie absolutamente atractiva sin mucho en lo cual profundizar, y que así está bien. Iñárritu es como el blockbuster del cine arte, el cine de superhéroes de las cintas que se muestran en festivales; para bien y para mal, para los que guste bien, y para los que no, pues bien también. Pero, ojo, que acá he hablado estrictamente de Iñárritu, pues de Bo ya tendremos el resto del texto para sufrir. Sólo encontré esta aclaración necesaria dado que el lugar desde donde viene mi crítica no es el cual muchos esperarían.
Animal, segundo largometraje de Armando Bo como director/guionista, puede que sea la peor película que se haya estrenado en las salas comerciales nacionales en tal vez dos o tres años. No recuerdo la última vez que un proyecto tan abyecto, desagradable, inmoral y sencillamente feo haya sido puesto a disposición del público chileno, viniendo de un éxito de audiencias en su natal Argentina. La historia se revuelca en la repugnancia de su absoluto odio de clase y de una mirada absolutista sobre lo que se “merecen” las personas, lo cual dista mucho de lo que en realidad la gente puede o no puede hacer con sus vidas dadas las circunstancias en las que se ven inmersas.
El filme inicia con la descripción del despertar de la familia del protagonista, el gerente de una empresa de vacunos, Antonio Decoud (interpretado por el otrora comediante Guillermo Francella), en su acomodado hogar de dos pisos. Uno puede leer las intenciones del director a la hora de empezar así, sobre todo cuando la partida es filmada en un plano secuencia que sigue a los personajes a la tenue luz del alba moverse por los pasillos, entrar al baño, conversar, apurarse, entre otras nimias tareas cotidianas, uno puede leer ahí que se quiere dar a conocer un mundo, a los personajes, a sus relaciones… pero acá no hay ninguna información valiosa, la esposa y los dos hijos no destacan por algo ajeno a lo esperable dentro de una familia de clase media alta blanca. Algún otro aporte podría buscarse en el virtuosismo visual del plano secuencia, pero este tampoco otorga mucho más, se vuelve torpe y un tanto inútil a la hora de establecer pistas sobre lo que ocurrirá a futuro (y cuando lo hace resulta demasiado obvio: el padre de familia, antes de salir del hogar a trotar, escribe en una pizarra cuántos días lleva sin fumar; obviamente, antes de que la película termine, el personaje principal habrá de fumar), además de parecer demasiado gris y carente de encuadres momentáneos interesantes.
El plano secuencia finaliza con un salto de espacio, en el cual la cámara baja a la vereda por donde trota Antonio, para luego subir y encontrarnos en un lugar de la costanera de Mar del Plata, donde el protagonista cae como víctima de un síncope. Luego el filme salta a poco más de un año después, mostrándonos al personaje víctima de una enfermedad en el riñón, para la cual tiene que dializarse constantemente. La película hace la siguiente formulación, que los personajes verbalizan constantemente: Antonio es una “buena” persona, está casado, no es infiel (hasta donde sabemos), tiene dos hijos a los que les da la mejor educación que puede, tiene una casa propia que ha pagado con todo su esfuerzo, ¿por qué le pasa a él algo tan malo, teniendo tanto por delante, algo que podría llegar a matarlo? ¿Por qué, si tiene la plata, no podría comprarse un riñón? ¿Por qué el sistema es lo peor que nos puede pasar a las personas honradas y capitalistas con dinero? Estamos, señoras y señores, ante una narrativa desde el privilegio: el hombre que cree que todo está en contra de él, sólo por el hecho de que su cuerpo le ha jugado una mala pasada. Eso justificaría el que se volviera un “animal” y tomara lo que “le pertenece” a la fuerza.
Animal exaspera no sólo por el retrato de esta ideología venenosa y egoísta, sino porque su punto de vista mismo es darle la razón al personaje, otorgándole largos monólogos a Francella, fijándose en sus ojos y en lo verborréico del personaje, que lanza denuncias y aforismos como si fuera el mayor filósofo de la ideología del yo absoluto, mientras la cámara constantemente se le acerca, como si estuviera tocado por un Dios que le diera la razón. Pero también el filme continúa cayendo por un precipicio ideológico, del cual nunca parece salvarse, cuando hace ingresar los personajes de Lucy y Elías, una pareja de indigentes que viven en una casa ocupada, quienes ofrecen el riñón del hombre a cambio de una casa. La película es poco sutil y nos pone a estos personajes situados en el extremo antípoda absoluto del correcto Antonio (que empieza a “caer” al tratar de pagar por su órgano faltante) al momento de representarlos, dándoles harapos para vestirse, despeinándolos, mostrándolos con la cara y las manos sucias, viviendo en condiciones deplorables, demostrando que son pobres porque “no hacen nada”, y, también, situándolos como si siempre estuvieran dos pasos delante de todo, siendo insistentes, molestos, inmorales y hasta tramposos en los tratos que quieren llevar a cabo.
El filme empezará a girar en torno a la dinámica entre Antonio, Lucy y Elías, lo cual sería mucho más efectivo si no fuera absolutamente predecible que en algún momento Antonio va a colapsar y va a transformarse en el “animal” prometido en el título mismo del filme. Pese a los intentos de la película de establecer un ambiente un tanto “amoral”, donde no importan las decisiones, los acuerdos y menos las formas en que se hagan las cosas, siempre y cuando se terminen haciendo, no hay vuelta atrás, la visión de mundo de todos los involucrados queda en evidencia: un odio de clase absoluto y una posición de poder moral que resultan absolutamente deleznables en el estado actual de la sociedad en que vivimos, donde el egoísmo y la ausencia de sentimientos de pertenencia respecto a ciertas cosas que son de la sociedad en conjunto, nos lleva a un deplorable estado de comunidad social. Que Animal lo muestre, lo celebre y lo justifique (con un buen trozo de carne y un cigarro para celebrar al final) lo dice todo sobre quienes están a cargo de los discursos de poder en nuestra sociedad.
Nota del comentarista: 1/10
Título original: Animal. Dirección: Armando Bo. Guión: Nicolás Giacobone, Armando Bo. Fotografía: Javier Juliá. Reparto: Guillermo Francella, Carla Peterson, Federico Salles, Gloria Carrá, Joaquín Flamini, Majo Chicar,Marcelo Subiotto, Mercedes De Santis. País: Argentina. Año: 2018. Duración: 112 minutos