Alien Covenant (1): Hay algo vivo allá afuera
En una sala de parto, con líneas rectas y depuradas, el androide de Weyland despierta a la vida. Descansa junto a un cuadro de Pietro della Francesca y con el David de Miguel Angel a sus espaldas. Precisamente, es David el nombre que el androide elegirá una vez que Weyland le dé a conocer su origen. “Eres perfecto”, le señala. “¿Lo soy?”, responde David haciendo un doble juego en donde las respuestas no llegan a tiempo. ¿Es el androide un organismo perfecto? ¿Es también hijo de su creador?
Que esta sea la entrada que propone Ridley Scott para su nueva entrega del universo Alien no es algo que debería llamar la atención. Desde hace ya mucho tiempo Scott está desarrollando historias que nos hablan de personajes en búsqueda de trascendencia y cómo se relacionan con ello. Por eso, los cuestionamientos del androide Roy Batty en Blade Runner sobre el sentido de una existencia que se pierde como lágrimas en la lluvia son los mismos que presenta David en este primer encuentro con su creador, quien, a su vez, busca su origen en las estrellas. O en el más allá.
Alien: Covenant opera como una secuela de Prometheus, película del 2012 con la que Scott retomó el universo Alien después de veintitrés años alejado de éste. Sin embargo, estos filmes ya no giran en torno a la imagen del xenomorfo -criatura extraterrestre capaz de diezmar a una tripulación completa- sino a su origen, el que se emparenta con la búsqueda que hace Weyland. Scott quiebra la idea del ser humano frente al monstruo a la que habíamos asistido en las Alien anteriores para hacer borrón y cuenta nueva y replantear las tesis de su universo. Si antes teníamos a una humanidad por la que valía la pena vivir, ahora la especie humana merece ser aniquilada desde sus raíces.
Los motivos de ese desencanto con los humanos están dadas por la propia tripulación del Covenant, un grupo de pioneros destinados a trasladar a un nuevo planeta a una colonia de 2000 personas para asentarse en él. Las razones de esa colonización son desconocidas, pero Scott se las arregla para que esas causas pasen a segundo plano, priorizando el dar a conocer a un grupo heterogéneo de personas donde parece estar reflejada la sociedad entera, con sus virtudes y sus vicios. Esta vez no son los expertos científicos y militares del Prometheus, sino más bien un equipo que en algo recuerda a los obreros de Alien, el octavo pasajero (1979). Comandados por Christopher Oram (Billy Crudrup), quien asume el mando luego de que el capitán de la nave muere en un procedimiento, el grupo encuentra un planeta apto para la vida humana, mucho más cerca que el destino original, y desde donde viene un llamado de alerta que pide su atención. Sin embargo, al bajar a explorar, descubrirán una realidad que no estaba en sus planes, haciendo eco de los temores de Daniels (Katherine Waterstone), segunda a cargo de la tripulación.
Scott destina media hora de su película para presentar a esta humanidad imperfecta, que toma decisiones erradas frente a situaciones críticas. Sin embargo, es ese tipo de decisiones las que plantean una distancia mayor con la aparente perfección y control de los androides, representados por Walter (Michael Fassbender) y su símil David, quien con su presencia en el nuevo planeta viene a completar la idea instalada por el director en su prólogo. Pese a que tienen el mismo origen, Walter y David son androides distintos, con nociones sobre la vida y el deber que no tienen relación entre ellas. Mientras Walter reconoce sus límites como artificio creado por humanos, David es un organismo mucho más consciente de sí mismo y de sus posibilidades como “persona”. Pese a que conoce perfectamente su origen, David se siente como un ser con capacidad de crear, y se encuentra en permanente indagación de ello. Con todo, David es además un pequeño dios, en una situación de ventaja absoluta sobre los seres humanos -y extraterrestres- que lo rodean. Ventaja que, según se desprende, nace del conocimiento de su procedencia, del haber estado cara a cara con su creador y conocer sus falencias, tal como se lo hace saber a Walter en una conversación íntima que, lejos de hermanarlos, plantea las discrepancias entre ambos.
La creación como motor de la existencia es sin duda el aspecto más relevante de este filme. La alusión a los Alien que se indica en su título no hace más que aportar a conocer la figura de David, ya que desde ahí realiza su gran obra maestra. El androide no es un ser que busca emularse a la humanidad, especie a la que conoce y desprecia, sino más bien convertirse él mismo en el sentido de la creación, en una figura similar al científico (que este caso no tiene nada de loco). Es a través de esta figura que se reafirma lo que vimos en Prometheus, en donde pudimos conocer a un Weyland al final de su vida, desgastado y en busca de inmortalidad, buscando a sus propios creadores y, en definitiva, el sentido de la vida. El encuentro que se produce no hace más que ratificar la idea de que la raza humana se encuentra condenada y que como tal, no ha hecho más que irse degradando a medida que pasa el tiempo. Algo que David en esta nueva Covenant reconoce y usa para su beneficio.
Es gracias a Covenant que Prometheus adquiere matices que la engrandecen a la distancia. Ambas historias hablan desde una coherencia con sus planteamientos que observan a la creación y los procesos de esta de una manera que se aleja de lo místico. Desprovisto de esto -incluso sin la culpa tradicional que lo religioso inspira- nos encontramos con personajes que son capaces de enfrentar lo desconocido porque se reconocen a sí mismos como el fruto de una evolución que no ha sido azarosa. Tanto Elizabeth Shaw como David son productos de ese convencimiento, en donde solo la razón y la posibilidad de crear algo nuevo puede conducir a dar un paso más allá.
Scott entrega en este filme las nuevas herramientas con las que tendremos que enfrentarnos a su cine. Más apretado y frenético que lo que vimos en sus clásicos Alien y Blade Runner (1982), tal vez menos preciso que en Gladiador (2000), el realizador está adaptando su lenguaje a las nuevas audiencias, con resultados dispares, pero sin que con eso pierda un ápice de sus obsesiones. En medio del efectismo que piden los actuales blockbusters, Ridley Scott se las arregla para seguir hablando de los temas que le interesan como autor, generando filmes como este, que se presentan como una alternativa interesante y necesaria de revisar.
Nota comentarista: 8/10
Título original: Alien: Covenant. Dirección: Ridley Scott. Guión: John Logan, Dante Harper. Fotografía: Dariusz Wolski. Montaje: Pietro Scalia. Música: Jed Kurzel. Reparto: Michael Fassbender, Katherine Waterston, Billy Crudup, Demián Bichir, Danny McBride, Carmen Ejogo, Jussie Smollett, Amy Seimetz, Callie Hernandez, Benjamin Rigby, Alexander England, Uli Latukefu, Tess Haubrich, Guy Pearce, Noomi Rapace, James Franco. Año: 2017 País: Estados Unidos. Duración: 121 minutos.