7 semanas: La decisión es de ella
Es muy probable que la recepción del público de 7 semanas, la película sobre la decisión de una joven estudiante de danza de abortar porque no quiere ser madre, dependa del sexo de la persona que la vea. Para algunas mujeres ver recreadas en la pantalla (de una forma, en momentos, bastante sensorial) situaciones por las que ellas mismas tal vez pasaron podría generar empatía, apoyo o, al menos, compasión; mientras que algunos hombres podrían leerlo como un ejercicio militante.
Basada en hechos reales que no es difícil que ocurran en uno de los -apenas- cinco países del mundo donde todo tipo de aborto está penalizado, no es casual que la directora de la película Constanza Figari y las guionistas Evelyn Rivera y Constanza Tejo sean mujeres: ellas sintieron la responsabilidad como realizadoras de contar esta historia acerca de una mujer que podría ser “cualquiera de nosotras” y que durante el transcurso del relato cambia su forma de entender el aborto, sostenida como una decisión tan personal que no puede ser juzgada ni criminalizada. Las jóvenes estudiantes de Cine de la Universidad del Desarrollo escogieron para este ejercicio de titulación de su carrera poner el tema del aborto en la agenda, y como enfoque, los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y la maternidad voluntaria (la decisión es de ellas), basándose en el testimonio de una joven que abortó y sintió la soledad y condena social por su decisión.
Camila, la protagonista de 7 semanas (que en su afiche promocional incorpora la frase “La decisión es mía”), es una mujer universitaria de 23 años, estudiante de danza, que cuando queda sorpresivamente embarazada cuenta con el apoyo de Simón (su novio), de su madre y de sus profesoras y compañeras. No tiene aparentes problemas económicos, su pareja no la abandona ni la echan de la casa, al contrario: reciben la noticia con alegría. Sin embargo, ninguno de ellos le pregunta su opinión sobre este embarazo. Tanto es así, que su madre es informada de su estado por su novio y no por ella.
Durante dos tercios de la película, de poco más de una hora, son los demás los que hablan de su embarazo, nunca ella; hasta que la incomodidad que siguió al impacto inicial va transformándose en dolor y angustia que empieza a manifestarse durante los pequeños espacios de intimidad y encuentro que tiene consigo misma, como la ducha, los trotes nocturnos por el barrio o los trayectos en micro o metro desde su casa a la universidad. La imagen de Camila, desnuda en posición fetal en la tina, filmada desde un plano cenital es una hermosa fotografía de la intimidad de su cuerpo restringido, atemorizado y constreñido por la imposición de la idea de construir familia, más como una obligación del estereotipo de ser mujer tradicional que de una maternidad voluntaria que decide cuándo y cuántos hijos tener o no.
La idea de la “mala madre” está implícita en el reclamo de su novio y de su madre cuando Camila, evita ir a un control médico como una de las primeras manifestaciones, tal vez aún no consciente, de que no quiere seguir con su embarazo. “Tienes que cumplir con tus responsabilidades de mamá: no te puedes saltar ningún control médico”, le dice su madre.
Es recién al minuto 45 del largometraje que Camila logra verbalizar lo que siente con un tímido “No sé bien lo que me pasa, pero no me siento bien con esto” confesado a un compañera, hasta lograr la articulación de su discurso y de su decisión en un “No quiero ser mamá. Parece que voy a abortar”, dicho a su propia madre, quien se molesta y se para de la mesa de forma enérgica. Su decisión ya estaba tomada. Luego vendría informar a Simón, que embelesado por la idea de ser padre -a pesar del miedo que siente y que confiesa en una emotiva e íntima escena cuando Camila le pregunta si se sentía bien con el embarazo-, no se detuvo un minuto en pensar qué quería ella.
Simón estuvo con ella en el baño en los interminables segundos que se demora el test en marcar las dos líneas que confirman el embarazo, pero no cuando ella se encuentra con el contacto que encontró en internet que le vendió el misotrol y que le advierte que ni loca vaya al hospital si algo sale mal. Tampoco estuvo con ella cuando sola en su cama su cuerpo comienza a sufrir el dolor de los espasmos, el miedo mezclado con una transpiración helada, tercianas y la sangre que no se ve, pero se siente con un filtro de luz roja iluminando su rostro lloroso. Sí estuvo detrás de la puerta de su pieza su madre, que la acoge en un abrazo de sororidad, a pesar de no haber estado de acuerdo con su decisión, porque fue de ella.
Tampoco es casual que Camila sea bailarina como forma de relevar la relación con su propio cuerpo y con el movimiento, aunque el baile no es necesariamente la principal causa por la que decide abortar, sino que no quiere ser madre en esta etapa de su vida. En una empática y sensible actuación, la actriz Paulina Moreno eleva la corporalidad como protagonista: desde el baile y la expresión de un cuerpo flotante y libre, hasta el sudor frío, las lágrimas y el miedo de un cuerpo que finalmente se constituye en el primer territorio de conquista de esta mujer joven que toma una decisión que es dolorosa y compleja, porque a nadie le gusta abortar.
Marisol Aguila Bettancourt
Nota comentarista: 7/10
Título: 7 semanas. Dirección: Constanza Figari. Guión: Evelyn Rivera, Constanza Tejo. Fotografía: Constanza Tejo. Montaje: Ignacia Matus. Música: Milton Núñez Mora. Reparto: Paulina Moreno, Camilo Carmona, Luz Croxatto. País: Chile. Años: 2016. Duración: 67 min.