No, de Pablo Larraín. En torno a recepciones y nominación…
La nominación al Oscar de No de Pablo Larraín, reaviva el debate sobre su recepción ocurrida durante el estreno que, por un lado, tuvo críticas regulares, por otro, dejó insatisfechas a izquierdas y derechas por igual. Las reacciones del lado “duro” de la izquierda fueron las más virulentas: no se le perdona a Larraín ser hijo de un senador UDI y haber “pervertido” la verdad histórica. Sobre lo primero, Larraín carga una idea bastante conservadora: el origen de clase comprendido como determinación en todo sentido, y el ser, por ende, el chivo expiatorio de los males sociales que aquejan nuestro precario campo cultural.
Sobre lo segundo: la palabra perversión es interesante, ella supone la fijeza y determinación de una verdad histórica indiscutible, acaso el único capital social que le queda a la izquierda, aferrada a ella. Habla, a su vez, de una pobreza en la recepción de la película: se le tildó de “documental”, “película histórica”, “ficción documental”, totalizando la ideología desde el punto de vista de una película que no existe: el cómo se gestó, desde la resistencia, el triunfo de la democracia. Una épica que es necesario sostener para legitimar su presente, una épica que esconde, como todo deseo de legitimación, temor a su pérdida.
Y es posible que Larraín, cineasta, haya esquivado hábilmente las categorizaciones, luego del exceso obsceno de Post-Mortem , el experimento fallido Fuga y la esquizofrénica Tony Manero, esta sí, antesala en muchos puntos de No.
No, es, ante todo, una ficción. Esto quiere decir que tiene un modo específico de construir verdad, cuyo punto de partida no es “el reflejo” si no la alegoría o la metáfora, y lo que no puede entenderse, es que tampoco sea una película “fácil”, en el sentido de una trama, identificación, e ilustración de una moraleja (curiosamente, películas como Isla Dawson de Miguel Littin, algo así como un representante de la épica de izquierda, poseen todos estos elementos de infantilización cinematográfica). No se le perdona a Larraín ser un cineasta sofisticado en sus referencias y haber comprendido de forma silenciosa los mecanismos del cine contemporáneo. No se le perdona utilizar íconos e imágenes de la Historia para cambiarles su significación. No se le perdona pervertir y ensuciar la verdad histórica, para hacer de ello, ante todo una experiencia cinemática, materialmente cinemática.
Larraín, bordea los elementos. Juega, superpone, explora. Posee elementos de experimentación, como es el caso que la utilización del U-matic y los materiales de archivo, pero así también, el lugar de enunciación fílmica, trabaja con el punto de vista de un personaje desvinculado con su entorno, preocupado por llevar el pan, y desear llevar a cabo apenas “un buen trabajo” – lo opuesto al héroe épico. Un punto de vista desdramatizado y distanciado. El trabajo con el archivo y U-matic debe comprenderse como un juego de máscaras, diría, el juego de máscaras de los signos de la Historia, el cómo ella se construye, se pone en escena, confundiendo los polos “ficción” e “historia”. Lo que es interesante de esto, es que por sobre llevar a cabo una representación “realista” y “verosímil” (caso: Lincoln o la misma Isla 10) la diégesis y la superposición de elementos, fracturan la unidad, cuestionan “la certeza” de lo visto, y a su vez nos sumerge en un estado amniótico, digno del simulacro de Baudrillard. Esto lo aleja, por cierto, del “documental”, pero también de la ficción “histórica”, entendida como representación lineal. Hay aquí un punto de vista específico, trabajado, para que así sea comprendido.
Pero No es a su vez una película-sintomática- del presente político. Su visualización del “vaciamiento político” a manos del “mercado”-¡Oh Tomás Moulián!- aunque absolutista y conservador, abre un hueco en el origen inicial de la democracia y lo que podríamos llamar como una “traición originaria” de parte de la Concertación a los movimientos sociales. Responde, también, al origen de los Think-tanks de Tironi & cia, los monopolios mediáticos y el ámbito de la publicidad como configuración de los imaginarios sociales. Nos guste o nos disguste, el filme relata el punto de vista de ese “sujeto social”, el rol de aquel que por vía de signos, imágenes y medios construyen imaginarios colectivos (también ahí deducible una posible función del cine). Escena interesante, claro, es la lucha “simbólica” entre ambos “reclames” del SI y el NO, y el cómo la seducción transforma el escenario. La promesa de mundos futuros, utópicos, una promesa deslavada, descolorida que hoy consumimos como un fetiche, una ruina.
Larraín ha comprendido el valor en “alza” de la mercancía melancólica, el consumo posmoderno del pastiche. Frente a eso, nos confunde superponiendo el shock de la materialidad y los juegos del corte directo entre el pasado y el presente del cuerpo representado y escenificado. Hay ahí algo que se sobrepone al “relato” en sí, por ende, a la mera ilustración, o la identificación emocional.
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La nominación de No no es que venga a “hacer justicia” a un filme mal recibido por su entorno, y tampoco es solamente el reconocimiento al esforzado trabajo personal de un cineasta. Es también el cierre de un excelente año para el cine chileno, un año compuesto por variedad, calidad y osadía, un año de valoración internacional que nos deja expectantes en torno a los pasos que va a dar la Industria Local. Pensemos bien esto: se trata menos del “glamour” del Oscar y alfombras rojas, como el valor en alza del cine local,que tiene en No una película lo suficientemente interesante como para pensar que Stefan vs Kramer no es la única salida.
Links a críticas y estudios:
Crítica de Carolina Urrutia en laFuga
Lo que escribí cuando se estrenó
Tres acercamientos desde Cinechile
Interesante ensayo: “Mi alegría es distinta a la tuya”: No La Película y las transformaciones del signo histórico»