La Mirada de los Comunes (23): Una colección de horizontes
Hay una imagen en la gran historia del cine que, en su minúscula repetición, pone en escena una diferencia. Podríamos afirmar que, desde su primera obra, el cine se trata de horizontes: ya en Obreros saliendo de la fábrica (Auguste & Louis Lumière; 1895) podemos ver un horizonte que es interrumpido por los perros y los obreros que salen del edificio de la fábrica de los Lumière.
Hay una imagen en la gran historia del cine que, en su minúscula repetición, pone en escena una diferencia. Con los ojos de un coleccionista, José Luis Torres Leiva repite esa imagen, al mismo tiempo que la relee: la imagen de un horizonte. Es el modo en que se cierra su Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (2019): un horizonte interrumpido por el mar y por los cuerpos danzantes de un pequeño pueblo de mujeres que da lugar a un carnaval. Sin embargo, es también la forma con la que cierra uno de sus primeros trabajos, en el que destaca su ojo de coleccionista: con Obreras saliendo de la fábrica (2005), en evidente referencia a la primera obra cinematográfica de la historia, Torres Leiva explicita la imagen del horizonte poniendo a las obreras y a los perros, ya no saliendo de la fábrica, sino descansando del trabajo frente a esa línea final que ofrece la tensión entre el cielo y el mar.
Podríamos afirmar que, desde su primera obra, el cine se trata de horizontes: ya en Obreros saliendo de la fábrica (Auguste & Louis Lumière; 1895) podemos ver un horizonte que es interrumpido por los perros y los obreros que salen del edificio de la fábrica de los Lumière. También podemos pensar en Charles Chaplin quien, en su Circo (1928), cierra con Charlot caminando en dirección al infinito horizonte. La operación de Chaplin es interesante cuando constatamos que su filme se estrena el mismo año que Octubre (Sergei Eisenstein & Grigori Aleksandrov; 1928): mientras el cine soviético produce un pueblo unido mediante la destrucción de los iconos del zarismo, Chaplin abre las posibilidades de un pueblo por venir en su esperanzador horizonte. El horizonte que está en juego, que es metafórico en el caso de Eisenstein, pero literal en el de Chaplin, es el horizonte del comunismo: el horizonte de un porvenir común que destruya la distancia entre el presente y el futuro, para dar lugar a un tiempo de lo común.
El horizonte de Chaplin, ese horizonte despoblado por el que sólo puede transitar un obrero cuyo destino descansa en sus manos, es repetido y releído por los hermanos Dardenne: en su Dos días, una noche (2014), los hermanos cierran la historia con la escena de la obrera que confió en los demás y que se quedó con nada excepto sus manos. Sandra, encarnación de Charlot, camina sin futuro y con esperanza en dirección a ese horizonte. La idea del horizonte, muy propia de los discursos utopistas, encierra la idea de un futuro que se diferencia del presente: detrás del horizonte estaría ese pueblo llamado “mundo mejor”. En el caso de los Dardenne, sin embargo, puede leerse más allá de la utopía: el horizonte no sería sino el escenario infinito de un pueblo posible. Lo que nos muestran los Dardenne con su operación es que el horizonte es una línea recta que puede ser interrumpida por el compromiso que cualquiera puede expresar por la idea de lo común: tanto Chaplin como los Dardenne presentan el horizonte despoblado como respuesta a la unidad de un pueblo que interrumpe ese horizonte. Para los Dardenne, en la línea de Chaplin, el horizonte expuesto en su carácter de erial, abre las posibilidades a eso que puede aparecer, pero que puede también no aparecer: el pueblo es un riesgo, en la medida en que puede configurarse, o no.
Mientras podemos dar una lectura esperanzadora de los horizontes de Chaplin y los Dardenne, también podemos pensar el horizonte marxista con el que Patricio Guzmán cierra su trilogía La batalla de Chile (1975 - 1979): el horizonte despoblado, sin un pueblo que lo interrumpa, es la imagen de la nostalgia. En la línea de Eisenstein, Guzmán produce un discurso nostálgico de ese pueblo que interrumpía los horizontes: la nostalgia por un pueblo unido que impedía el vacío de la escena horizontal. Lo que nos muestra Guzmán con su trabajo es que el pueblo ha desaparecido y que, a lo sumo, nos queda recordarlo con nostalgia.
Es en este sentido que el trabajo de Torres Leiva abre una nueva comprensión del horizonte en esa breve historia del cine: es un horizonte que no teme a ser interrumpido por los pueblos, por menores que sean; es un horizonte abierto como escenario para los cuerpos que quieran ocuparlo; es, finalmente, el horizonte de la esperanza, comprendida como la posibilidad de otro tiempo en nuestro propio tiempo. Horizonte, ya no como meta por alcanzar, sino como el nombre de ese ejercicio que reclaman todos nuestros cuerpos, también llamado política.