La invención & la herencia (2): Crónica de un eterno retorno
Pareciera que Septiembre es un mes ominoso y, en cambio, Octubre es un mes airoso. Hay una frase que quedó flotando el 11 de Septiembre de 1973: “más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas”. La frase que dijera Allende en sus últimos momentos y que sonaba como su testimonio político me golpeó mientras unos asistentes al meeting del 25 de octubre me tironeaban, otro me zamarreaba y un niño derramaba su helado en mi pantalón. Eso era: una profecía que se estaba cumpliendo. Era el eterno retorno. El presidente Allende había presentido, tal vez había visto en su alucinación, las grandes alamedas de Santiago repletas de gente, clamando por justicia social.
Primero fue una estación de Metro que ardía y que veíamos incrédulos por televisión, luego en otro canal anunciaban una nueva estación que ardía, luego fueron decenas que al mismo tiempo ardían, recuerdo que era un día sábado, recostado en la cama veía como la ciudad se incendiaba, pero todavía no me inquietaba, hasta que empecé a divisar a varios guasones que se desprendían de los incendios, entonces reparé que estaba presenciando un espectáculo tal como el film de Joaquin Phoenix, los guasones se tomaban la ciudad y emergían en medio de la noche. Ahora saqueaban los supermercados, las cámaras de televisión recogían los saqueos en vivo, veíamos como los guasones arrancaban con plasmas y carritos llenos de mercaderías, los paquetes caían de los carros, afuera autos con los portamaletas esperando tragarse las mercancías, puertas que se cerraban y autos que partían raudos a perderse, al lado carabineros que asistían como todos los televidentes a ver el desenlace del reventón. En este espectáculo estaba participando todo el mundo, los vigilados y los vigilantes, era domingo y seguían cayendo paquetes de los carritos, y yo veía como los guasones ya se habían apoderados de la ciudad gótica, y escuchaba fuerte “únanse al baile de los que sobran”, era el himno del momento coreado por chicos en las calles mientras acudían a un punto de reunión. Nunca un himno había sido más preciso, más profético, hubo que pasar 30 años para entenderlo. Yo mismo salí a hacer calle, me parecía que el espectáculo duraba mucho, que este film se había excedido, y me descubrí tatareando “únanse al baile”, busqué algún guasón cercano y ya no estaba. Alarmado volví a mi casa, estaba alucinando, y encendí el televisor. Ahora había estado de emergencia y un general se hacía cargo de la ciudad gótica. Y en las barbas del general continuaban los desmanes que parecían no amainar jamás, sentí que los cielos se rompían y que sus pedazos caían y salpicaban el alto mando de la nación, las caras demacradas. Pasé delante de un cine y el anuncio de El Guasón seguía afichado, ahora los guasones saltaban entre los pedazos del desperdicio porque se habían cansado de saquear y celebraban alrededor de las fogatas. Nunca una ciudad fue más perfectamente la ciudad gótica, Santiago aportaba a la humanidad la terrible visión que sucede cuando una masa se enoja. Volví al televisor como nunca para cerciorarme que acontecía, si lo que yo pensaba era real o había llegado a un estado de alucinación que no me permitía discernir. Escuché a unos intelectuales denostar contra los violentos, unos intelectuales que solo veían las caretas de los guasones y no sus almas, que se dedicaban a ajustar sus dichos con sus viejas retóricas. Asqueado los abandoné, vuelvan a ver la película pensé, y me interné en el internet (valga la redundancia), plagado de insultos que se repetían. Pensé que el mundo giraba con sus mecanismos dislocados, sueltos, dolidos, como la canción de Los Prisioneros que ya no podía abandonar, “nadie los quiso escuchar”. Volvía a la tele y, oh sorpresa, el presidente que decía que él había escuchado, perdone, ¿a quién escuchó?, ¿a su ministro del interior?, porque los que patean piedras nunca han sido sus predilectos, ni siquiera sabe que existen, como la vergonzosa cita de Benedetti. no habrá oportunismo mas grande pensé, que cuando el presidente tataree a Los Prisioneros, y cante “siempre los quise escuchar”.
Segundo acto. Se busca terminar con la etapa insurreccional que ha durado viernes, sábado y domingo. El gobierno ensaya un giro dramático, (un plot point para el siútico, un “reset” para otros ), ensaya un quiebre del relato (en realidad era demasiado esperado), impone el toque de queda. Entonces pensé: este gobierno saca el ramo de historia del curriculum escolar, pero deja el toque de queda como nuevo contenido de esta asignatura. Hoy día todos lo niños del país aprendieron lo que es la restricción de sus libertades individuales. Ironía del destino, ya no tendremos que explicarles a nuestros niños lo que es refugiarse a las diez de la noche en su domicilio, no poder salir a carretear cuando tu quieras y, peor aún, temer que algún militar, ebrio de emoción, dispare sin medir sus consecuencias. La verdad es que la ministra de educación no debe de darse el trabajo de explicar lo que ya todos los niños aprendieron. Solo le pido a Dios que estos mismos niños no tengan que aprender lo que es un golpe de estado, que pisa fuerte, demasiado fuerte. Dejemos esta parte de la asignatura pendiente, porque nunca se sabe. Pero esta cátedra de historia no la olvidaremos, que lo innombrable haga su aparición espectral y nos amenace con las penas del infierno, que comprendamos una vez más la liviandad de la derecha para llamar a los militares cada vez que ellos fracasan en la asignatura cívica. Dejemos la asignatura de lado ahora que todos conocemos su alcance.
Imagen: Frente fotográfico
Tercer acto. Final. Ahora se trata de hablar del Eterno Retorno, el mismo que Ud. está pensando mientras Federico se da vuelta en su tumba, cansado de tantas vueltas que le parecen eternas. Cada vez que salgo a caminar lo hago por el mismo tramo de una avenida. Me he dado cuenta de que es mi eterno retorno y de ellos he sacado una lección: si bien es cierto reconozco la calzada, la vereda, la gente que camina, el comercio abierto, los buses que transitan por el lado, me digo: pero todo no es igual, cada día tiene una recomposición de escena. Por ello persisto en caminar todos los días por el mismo tramo en la creencia que el eterno retorno tiene una parte eterna y otra variable, y que esta variable es la parte humana del eterno retorno. Ya no sería humana si el retorno fuera idénticamente perfecto. Además que para los humanos sería terriblemente aburrido, no sé si Dios piensa lo mismo. La parte eterna es la primera que hablaré. Ayer se produjo la concentración más grande en la historia de Chile, se habla de un millón doscientos mil ciudadanos solo en la ciudad de Santiago, que ha dejado de ser la ciudad gótica de los primeros días y ha dado paso a una celebración multitudinaria. Se acabó el show, la televisión llora, con qué entretendrá ahora a la población. Pero no se celebra un triunfo, esto no es la Copa América (aunque las barras bravas estén presentes), el sentimiento predominante es de alivio, de sacarse una bronca que apretujaba las gargantas, de reconocer que no era el único enmierdado. Las masas son un espectáculo único, he vuelto a leer Masa y Poder luego de la experiencia de ser masa y sentirme masa. La masa es también una experiencia humana, demasiado humana. La gente come hot dogs, unos travestis aprovechan de mostrar su físico, otros chicos se sacan selfies que se apresuran a enviar a sus amigos, yo intento hacer lo mismo pero la red está saturada, la foto no entra, gira y me canso de verla girar, todo el mundo enarbola sus cámaras: ¿qué será de los millones de disparos que se están haciendo, ¿se guardaran las imágenes para contarle la historia a los descendientes? me digo si hubiera sido conveniente registrar paso a paso la revolución francesa, tal vez nos hubiéramos desilusionado, los momentos históricos son también triviales, un joven pelea con otro porque no le deja pasar la bicicleta, una señora se sofoca pero ríe al mismo tiempo. ¿de que se recordará?, y por supuesto no podemos llegar al meollo mismo de la concentración, allí donde se despliega una bandera de muchos metros donde se lee “Chile despertó. No estamos en guerra”. Desde luego una bandera compuesta para ser leída desde un dron, o tempora, o mores. Nos movemos en una barrera humana que impide desplazarse mas allá de un metro. Me miro, no estoy ni triste ni alegre, por primera vez siento que simplemente “estoy”. Otra arista del ser humano, estar y nada más que estar, que tan bien lo conoce la sabiduría animal. Tampoco pienso, estoy flotando en un magma que me domina. La gente puede moverme, empujarme, hasta denostarme, y no me inmuto, ¿saben por qué?, porque estoy viviendo un momento histórico e intuyo que los momentos históricos no son demasiado heroicos. Son más bien banales, fomes y aburridos, pero por nada en el mundo lo iba a presenciar por la tele, quería estar allí, ¿y saben por qué?, porque pertenezco a una generación de chilenos que vivimos el golpe militar. Esa noche que antecedía a la mañana del golpe vagué por la ciudad de Santiago (la misma que ahora se convirtió en ciudad gótica), recorrí las Alamedas, 40 cuadras desde el oriente, una casa donde bailábamos en el barrio alto hasta mi pensión que quedaba en el lado opuesto, al poniente. Santiago estaba fantasmal, silenciosa, un sudor húmedo me cubría, ningún taxi, ningún bus, llegué exhausto a mi reclusión, nadie sospechaba que en este solaz en un par de horas se iban a desatar todos los demonios, que los hawker hunter (se ha dicho hasta el cansancio, pero así es la historia de aburrida) bombardearían el palacio presidencial, ¡¡con el presidente adentro!!, falta de cariño para el presidente constitucional. No quiero contar la historia de ese día, de mi 11 de septiembre, sino más bien señalar porqué estuve ayer en la concentración multitudinaria, porque en la epifanía se me apareció una simetría entre el 11 de septiembre de 1973 y el 25 de Octubre de 2019.
Pareciera que Septiembre es un mes ominoso y, en cambio, Octubre es un mes airoso. Hay una frase que quedó flotando ese 11 de Septiembre: “más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas”. La frase que dijera Allende en sus últimos momentos y que sonaba como su testimonio político me golpeó mientras unos asistentes al meeting me tironeaban, otro me zamarreaba y un niño derramaba su helado en mi pantalón. Eso era: una profecía que se estaba cumpliendo. Era el eterno retorno. El presidente Allende había presentido, tal vez había visto en su alucinación, las grandes alamedas de Santiago repletas de gente, clamando por justicia social. Carajo, 46 años más tarde yo lo estaba presenciando. Mi ánimo cambió, entendí porqué el acto multitudinario me había atraído con su fuerza descomunal. La historia se volvía a repetir, lo estaba haciendo ahí, en ese momento, bajo mis pies, mientras la gente coreaba “Chile despertó” y otros cantaban con voz en cuello: “nadie nos quiso escuchar”. Ese breve momento era una bisagra de cristal, que no se veía aún con claridad, que tendría que transcurrir días, semanas, años para digerirlo, para que llegaran unos señores a explicarnos el momento histórico, lo que no se puede explicar ni enunciar, solo vivir en medio de la muchedumbre, Canetti. Me alegré de ser una masa histórica, no había otra forma de vivirlo sino en el mayor anonimato, sin que nadie se percate que estás allí, callado, atónito, pero feliz después de todo. Me ofrecieron un anticucho que rechacé, en verdad no tenía apetito. No es hambre lo que da vivir la historia, eso lo sé desde el 11 de septiembre, en que no comí en varios días. No hay hambre, no hay cansancio, no hay tranquilidad, hay una terrible carga en los hombros porque no sabes cómo terminará de escribirse la historia, por eso vivo el momento en la mayor incertidumbre, este es un portal que a muchos deja felices, pero hay que hacer abstracción de los hechos, ser joven y no pensar en consecuencias, trato, pero finalmente soy viejo y me gana la preocupación. El 11 de septiembre no me sentí masa como me siento hoy día, me sentí individuo dispuesto a defender la democracia con mi vida, es cierto, no me importaba mi destino personal, más me interesaba ese pueblo en el cual había llegado a creer y me negaba a creer que toda esa potencia de nueva sociedad se iba a acabar. Ese pueblo ya no existe en el Chile de hoy. La masa multiforme no ha terminado de manifestarla. Existen muchos chiles, tantos como jubilados decepcionados, chicos en skates, profesores indignados, chicas dignas que te miran de frente, millennials que se ríen estrepitosamente, pero a ninguno se me hubiera ocurrido de tratarlo como “compañero”, porque no lo son. Ya no hay ese compañero con el cual construíamos un futuro en conjunto. No digo que sean una suma de egoísmos, que no lo son, pero la sociedad actual los ha atomizado y ha llevado al ridículo los proyectos colectivos. Tal vez sea mejor así, sin coerción alguna. Por tanto, a lo más, son compañeros de ruta, que te saludan contentos por ver como se desmorona el proyecto neoliberal, al menos eso se cree, eso se vive. ¿Qué dirá la historia? Otra vez, no por favor, de nuevo la historia se entromete, mete su cola siniestra. Odiamos la historia porque se desarrolla y a nadie deja contento. Los momentos hermosos, como la concentración, se viven en el más profundo repliegue. La historia es una anti-emoción, al diablo con ella, no queremos saber en qué terminará esta hermosa experiencia que aún no termina. Se me acerca una chica y me da un beso, recuerdo la famosa fotografía del marino yanqui llegando de vuelta a New York al final de la guerra, la chica que se inclina y se deja mecer por robustos brazos del afortunado, y, claro, un afortunado fotógrafo que acecha y capta dicho momento, luego de esta foto no tendrá problemas con su jubilación, y uno que no es tan afortunado, digo yo.
Pero, ¿y qué pasa con el eterno retorno? Calma, ya viene. Estoy tratando de entender que tiene un Allende y otro. El 11 de septiembre Allende habla en una emisora de radio, la Magallanes, para entregar sus testamento político. Habla de grandes alamedas, que a nosotros nos parece poético porque serán grandes alamedas que se abren para dejar pasar al pueblo. Luego viene el apagón y con el apagón el olvido de la frase, que solo escucharemos cada 11 de septiembre, en Montreal, en Quito o en Santiago, poniendo en la oreja un viejo cassette. Pero faltaba la puesta en escena, esa ancha avenida que corta Santiago de poniente a oriente. Hasta el 25 de Octubre en que recorro el eje, que en el exilio era un recorrido onírico, y siento la misma sensación, un déjà vu, yo solo en medio de la ciudad, nadie más existe, yo camino a la nada, sudo frío, no hay taxis ni buses, escucho gritos de cambio por el lado, y en el mismo acto un lado se desmorona y el otro se convierte en proyecto. Unos cantan victoria, otros se esconden, pero a diferencia del 11 de septiembre nadie toma champaña, este acto es más decente, más ciudadano. Y recuerdo que el eterno retorno tiene dos caras: una parte eterna y otra variable. La parte eterna tiende a ser más gloriosa, tiende a tener triunfadores y perdedores, pero más que nada, tiende a ser un horizonte sobre el cual transcurre la vida. Lo eterno es lo intocable, lo que reaparece permanentemente, el pueblo se ubica allí, hoy día lo sé. Esa parte permanente, y que retorna, es la zona de confort que nos permite vivir y no volvernos locos. Por eso, cada vez que bajo por la misma calle voy tranquilo, tatareando una cancioncilla, no soy un turista deslumbrado, soy un transeúnte mesurado. Bajo, para captar que tiene de nuevo aquel día, ejercicio que no podría hacer si no existiera el eterno retorno, gracias Federico.
Imagen: Frente fotográfico
Hoy 25 de Octubre de 2019, pensamos que el régimen está acabado, algunos sueñan voluntariosamente con que el régimen va a ceder, ¿con qué ropa? Yo pienso distinto. Para ceder hasta el límite que el pueblo exige, el presidente tendría que ser un converso. Teológicamente el converso es aquel que primero persigue a los cristianos, se convierte, y pasa luego a defender a los cristianos. El presidente no tiene pasta para ser un converso, seguirá quitándole la torta a los más pobres para entregársela a los más ricos, ese proceder que ellos llaman eufemísticamente “crecimiento”. Tampoco la gente está exigiendo que el presidente se convierta: este no ha sido un movimiento redentor. ¿Qué decía la gente mayoritariamente en la concentración?: “Que se vaya Piñera”. Esta demanda se escuchó clara y mayoritariamente. Pero Piñera no se va queridos, en un país tan constitucionalmente constituido como el nuestro hay que guardar el rito hasta el final. El presidente termina su periodo, se quita la banda que lo había empoderado y pasa a ser ciudadano de a pie, tal vez sea mejor. Y luego vendrá el sereno, ¿o no, queridos iracundos?, vendrá un segundo momento, postpiñera. Y es ahí donde se me aparece aquella parte variable del eterno retorno, la parte pesada, desabrida, aburrida. Es cierto que es probable que el próximo periodo de gobierno pertenezca a la oposición al régimen, pero esto será en dos años más. Mientras tanto los “derrotados” que siguen en el gobierno, buscarán la forma de amortiguar la derrota. Cuando llegue el próximo gobierno, llegará empoderado por el 25 de Octubre, pocas veces hay ganancia total, ¿cuánto se alcanzará?, ¿30, 40 o 50 % de la demanda? Esta parte variable del eterno retorno no fue muy estudiado por Nietzsche, seguramente no le interesaba, pero al fin y al cabo nuestra vida transcurre en sus manos. Lo que sé es que no se cumplirá el 100 % de las demandas, porque aquello sería una revolución, ¿me entienden?
De ayer todavía quedan los pitazos de conductores airados que manifiestan su descontento y el ruido de claxones entra por mi ventana a la hora que escribo. Coloco a Los Prisioneros que se han convertido en mi inspiración. Hoy día El Mercurio publica una foto de la concentración a dos páginas que he decidido guardar. Normalmente El Mercurio me sirve para limpiar el baño o colocarlo en el suelo de mi casa cada vez que llueve y el agua en el techo irrumpe y me inunda. Nunca El Mercurio ha tenido el honor de que yo guarde dos de sus paginas, pero hoy día lo amerita. Al fin y al cabo hemos vivido un momento histórico. Los nuevos brotes de la esperanza vertida en las calles solo podrán ser apreciadas en un nuevo gobierno, cuando ya no tengamos cenizas. El éxito de este nuevo gobierno se medirá en la cantidad de recursos que traslada desde la zona privilegiada de la sociedad a la región donde se vive pateando piedras. Se necesita transferir miles de millones de dólares para que en algo se empareje la cancha, si no es así la revolución no será sino un paquete de palomita de maíz. Hay que salir de los últimos lugares del ranking de países desiguales, en que nos confina la OCDE. Si se consigue, entonces podremos enviar las imágenes de la ciudad gótica allí donde siempre debieron estar, confinadas como espectáculo cinematográfico. Y la careta del guasón la colgaremos en el desván.
Dejo para el final mi propia impresión. Si hay algo que he aprendido es que el Eterno Retorno es veleidoso. Retorna, quiere retornar, pero tampoco retorna, nunca se define como tal. Del 25 de Octubre recordaremos el retorno de Salvador Allende caminando con nosotros por las anchas alamedas que nunca fueran tan anchas como estas, un lugar donde se juntaron el cielo y la tierra. Permanecerá el halo luminoso del retorno, las demandas ciudadanas, el unísono que emerge en las muchedumbres, las diversas generaciones que se dan citas con las más variadas aspiraciones, la limpieza de la manifestación desprendida de todo nacionalismo barato, ni banderas ni c-h-i, solo la gente en estado natural, apurados padres que arrastran cochecitos de guaguas, un chico que levanta una pancarta de cartón reciclado, comerciantes que corren con sus sándwiches jugosos, viejos solos que sonríen frente al tráfago producido, yo que miro al cielo buscando señales en las nubes arreboladas, y el chico que pasa a mi lado tarareando "únanse al baile". Miro a los lados, es la calle de siempre, la conocida calle que he recorrido muchas veces pero transfigurada. Mañana pasaré por esa calle para sentir la opacidad del eterno retorno, tal vez no lo haré. Me quedaré con la parte luminosa antes que la opacidad sepulte la experiencia de haber vivido una epifanía.