Diálogos exiliados (55): El viaje clandestino. Vidas de santos y pecadores

El más importante de los muchos proyectos que Raúl Ruiz emprendió en Italia, durante los años 90, es una extrañísima excursión en los terrenos de la ortodoxia cristiana, repleta de falsos peregrinos, milagros que son trucos de luz y personajes que no ocultan su apariencia de estatuas: se trata de la religión de los cristianos, pero observada por alguien que bien podría ser un extraterrestre.

Christian Ramírez: De las películas que Ruiz hizo en torno a su obsesión con el cristianismo primigenio y su costado esotérico, esta es la más conseguida, alegre y frontal. O sea, un año y medio antes andaba sumergido hasta el cuello en la arcana católica de Visiones y maravillas, pero aquí se le ve de buen humor y ánimo. Quizás influyó la filmación en Sicilia, a todo sol y en pleno verano…

Quintín: Lástima que la copia que conseguimos no tenía subtítulos y costaba seguirla a ratos, ya que no paran de hablar. Esta es otra de esas películas de Ruiz que merecería verse en un estado decente, pero además es bastante distinta de todo lo que hemos visto. Es como una comedia teológica que nunca pierde su carácter de tal. Es una de las películas más homogéneas de Ruiz y, salvo por un verso en español que alguien dice en off (¿el propio Ruiz?), todo está en italiano (o en siciliano, en alguna parte, me pareció) y tanto la manera de decir los diálogos como los movimientos de los actores y la belleza natural de las actrices son típicas del cine italiano, lejos de esa dureza francesa y del costumbrismo chileno. Es como si todo tuviese otro tono, un tono que viene de otras raíces cinematográficas a las acostumbradas. 

Alejandra Pinto: Viendo esto, todavía no encuentro el barroco del que siempre me hablaron respecto a la obra de Ruiz. Me dicen que esa idea es muy anterior a esta película, pero, de todas formas, nunca lo vi. No me siento estafada ni nada, pero si me llama la atención estos supuestos muy aceptados respecto a su obra. Esta película se aleja diametralmente de todo lo que podría asimilarse a eso. Hay una forma de mostrarse y de entenderse que a uno le permite ir por un camino un poco menos tortuoso que otros que hemos revisado. ¿Alguno de estos personajes sufre, acaso? Por mi parte, parece que no, pero así como no sufren, tampoco hay mucha diversión. Un sentimiento algo plano. Eso me parece tenemos al frente. 


R: Es que el tono es abstracto y la puesta en escena —en parte, gracias a su pobreza franciscana— es pragmática al cien por cien. Filmando tanta película en las provincias, con presupuestos mínimos, Ruiz parece haber adquirido un temple digno de los viejos realizadores del cine B: literalmente se siente capaz de construir un enorme castillo con pura arena, tal como ese holandés al que filmó a principios de los años 80, en Imagen de arena. En este caso, y tal como sugiere Q, la película es italiana en el sentido que podía serlo Las mil y una noches, de Pasolini, y algunos filmes de los Straub (como Dalla nube alla resistenza o ¡Sicilia!). En extremo adusta, sobria y estática. Lo interesante es que, a Ruiz, que viene de hacer un cuánto hay de adaptaciones teatrales, ese tono le viene como anillo al dedo.

Q: La película trata sobre la posible permanencia de Cristo en la Tierra, donde se ha quedado clandestinamente para ayudar a sus habitantes y su presencia está rodeada de una serie de personajes que representan santos, pecadores y diablos que discuten sobre el bien y el mal, la inmortalidad y la pureza. Me gustaría tener el guión para poder entender la ilación de estas conversaciones, que tienen notables momentos de humor filosófico, entre las que recuerdo la polémica sobre las medias verdades, pero cada vez que pienso en la película, extraño a Ruiz, es decir, no lo veo allí, como suele vérselo en la mayoría de sus películas. Es como si él estuviera extrañamente ausente, aunque los textos suenen suyos. 

P: Tal vez por eso la película nos deja en otro territorio. Tenemos algunas cosas ya vistas (los juegos de sombras, las conversaciones filosóficas), pero de repente me faltaba este tono un poco en serio y un poco en broma que suele ocupar nuestro autor. Por otro lado, él mismo parece estar en un espacio menos conocido. La misma pregunta del protagonista —¿santo o pecador? — puede ser una pregunta de Ruiz. Básicamente un “¿usted quién es? ¿en qué fila quiere colocarse?”, algo que, para todos, para él también, sería difícil de responder en la vida real. 

R: Creo que hay un trasunto de formalismo en todo eso. Esa pregunta a la que se refiere Pinto se convierte en una forma de identificarse ante el otro, es verdad, pero también en el contexto del film se vuelve algo casi tan natural como decir “buenos días”. la usan como esas fórmulas gramaticales, que de tan repetidas se incorporan al lenguaje cotidiano, con la diferencia que quienes hablan en cámara, poco de humano tienen. A lo más, su apariencia. Efectivamente, el mundo de este relato aparece poblado de ángeles, demonios, santos y pecadores; gente transfigurada que llegó del infierno o bajó de las nubes para circular por una tierra de contornos abstractos. Y con eso, me acabo de acordar que el Dante y el Virgilio de A TV Dante eran más o menos iguales. Arquetipos encarnados en un cuerpo, más que personajes. Hay, eso sí, una diferencia clave: al contrario que esos dos, los sujetos de El viaje clandestino gozan intensamente sus correrías, le sacan el jugo a su calidad ultraterrena. A ratos, da la impresión de que lo que vemos no es una aventura teológica sino una película de ciencia ficción donde estos ángeles y diablos son como extraterrestres, enfrascados en una guerra secreta en la tierra.

Q. A ver, pónganse de acuerdo. Pinto dice que nadie sufre, que están como desencarnados y Ramírez, en cambio, dice que gozan como locos. Yo sigo pensando que acá Ruiz descubrió algo mediante esa especie de extrañamiento, esa marcianización como dice Ramírez. Pero no sé qué descubrió. Tal vez que tenía la oportunidad de usar actores que no se apoderaban de la película como los chilenos, los franceses y hasta los americanos, no la hacían parte de su mundo. Pero es solo una impresión que no podría corroborar. 

R: Un poco más arriba Pinto dice que echa de menos ese tono medio en broma medio en serio que Ruiz mantenía desde las películas chilenas y parte de las francesas, como quien guarda algo preciado, pero creo que hace un buen rato ese ánimo comenzó a irse de su cine, al menos por el momento. Haya sido por la carga de trabajo en sus películas teatrales y los encargos municipales o, como creo que es el caso, por un asunto de madurez, el asunto es que desde finales de los años 80 nuestro personaje ha agregado cierta amargura, cierta negrura a sus películas; una sensación de gravedad y tiempo transcurrido (no importa, todavía, si perdido o recobrado). Es con esa voluntad, de hecho, que comienza a escribir su Diario, a los pocos días de haber finalizado la sincronización de audio de esta película. De vuelta en París es evidente que carga con una persistente sensación de cambio de folio y de etapa en su vida. Tal vez El viaje clandestino, sus temas y su tono —tan distinto a lo que veníamos mirando— es parte de ese cierre, en el que los personajes están más allá del bien y del mal. A modo de ejemplo, ya bien avanzado el film vemos a San Gil, el Cristo de Ruiz, entrando en un laberinto donde lo esperan un ángel (del que Ruiz filma sólo su sombra y que se comporta como un diablillo) y luego a un sujeto que aspira a la santidad, pero la vislumbra como lo hacían los santos de la antigüedad (un camino de perfección en el que te imponías pruebas repetitivas), me queda claro que lo último que le interesa es filmar algo parecido a un evangelio, como ocurre con esas típicas películas bíblicas. Al revés, parece fascinado con las posibilidades que le ofrecen estos relatos heréticos, donde los arquetipos cristianos son como criaturas de cuento, tan inocentes como monstruosas.

P: Es que, al parecer, y se me arranca lo católica con esto, cada vez que uno empieza a meterse con los evangelios, la vuelta que damos termina en el lado hereje de la vida. Es como si de tanto revisitar, no quedara otra que asumir que lo herético es mucho más profundo —y por supuesto, mucho más divertido— que lo que nos ofrece la tradición. Sin embargo, como dice Bruce Springsteen, puedes arrancar de la religión, pero no escapar de tu fe. Esa mirada sobre estos hechos me hace pensar en una búsqueda igualmente interesada en el tema cristiano.  

R: Lo que resulta más interesante todavía, tomando en cuenta que Ruiz es un agnóstico para quien la religión es más un fenómeno histórico —una creencia asociada a un instante en el tiempo— que cualquier cosa. Larga vuelta se dio el hombre para terminar dándose la mano con Pasolini en este asunto. 

Q. En la última escena (en realidad, la penúltima, porque el último plano es el de una chica con misteriosas manchas en la cara), San Gil, el eterno caminante, se encuentra en un café al aire libre mientras que en la mesa de al lado aparecen reunidos cuatro extraños personajes jugando a las cartas (“al Tarot” dicen que juegan). Son Ciccio Bavaria, Cristo, el santo musulmán (y fotógrafo) y el Santo del Martillo. No sé si observaron que hay una sola voz que hace los cinco personajes. Es como si Ruiz asumiera su papel de titiritero al mismo tiempo que empieza a escribir su diario. Siguiendo lo que dice Ramírez, parecería que Ruiz empieza a asumir su voz de la madurez. Tal vez allí resida la explicación de algo.