Diálogos Exiliados (23 ): La ciudad nueva e Imagen de arena

Con unos pocos meses de distancia, Ruiz tuvo la oportunidad de aplicarse a dos cortos sobre arquitectura. El primero -acerca de un suburbio creado, a partir de la nada, en las afueras de París- es la rara película donde nuestro realizador apenas deja en pantalla su huella creativa. El otro, sobre un arquitecto cuyo pasatiempo veraniego es construir castillos de arena en la playa, es el vehículo perfecto para un Ruiz que ya se había acostumbrado a construir sus propios castillos en celuloide. Imagen de arena es una metáfora perfecta acerca del delirio de la creación, pero también de su fragilidad. 

La ciudad nueva (1980)

Imagen de arena (1981)

Quintín: Estas dos películas son encargos de la televisión francesa (TF1) pero, más que encargos, se las podría considerar películas institucionales, destinadas a publicitar determinados eventos, artistas o personajes. Es cierto que El juego de la oca era algo parecido, una especie de anuncio o trailer de una exposición en el Pompidou, pero en todo lo que vimos hasta ahora -salvo El oro gris- Ruiz aprovechaba los films de encargo o alimentarios si se quiere, para hacer una película propia, donde se nota un director detrás. En este caso, a menos que me demuestren lo contrario, se limitó a cumplir con el trabajo. Por otro lado las películas (son dos cortos muy cortos) se parecen en otro sentido: una trata sobre un escultor que hace arquitectura y la otra sobre un arquitecto que hace esculturas. 

Christian Ramírez: Lo que puede chocar, al menos en la primera -La ville nouvelle (La ciudad nueva)- es que la mirada de Ruiz, a la que ya nos tiene acostumbrados, no se ve casi por ninguna parte. En rigor, lo que tenemos por delante es un apretadísimo vistazo a una sección nueva de un suburbio ubicado al oeste de París, uno que está en plena construcción. Habla un burócrata, un escultor y luego un arquitecto. Todos cantan alabanzas al nuevo espacio, pero como aún está en construcción poco y nada se puede sacar en limpio. Ruiz lo filma con la diligencia del artesano al que le encargan un trabajo estatal, y sin embargo no da la lucha contra el material, que es lo que en general solía hacer. Image de sable (Imagen de arena), el otro cortometraje (co-realizado un año después junto a Nadine Descendres, una académica y curadora de arte), sí nos devuelve a un Ruiz reconocible, que filma la construcción de un minúsculo castillo de arena, en una playa holandesa, por parte de un arquitecto antisistema que ocupa sus vacaciones de verano en armar estas quimeras que se deshacen con la subida de la marea. Es un retrato de obsesión, de la obsesión del artista, pero también de un poseído por su obsesión.

Alejandra Pinto: Yo creo que dentro de todo, ahí sí hay interés por mostrar de la mejor manera lo que tiene encargado. Tal como dice Ramírez, lo hace con la diligencia del artesano, pero también desde una mirada que nos dice que él no tiene mucho que hacer aquí. De todas formas, hay algo que me tiene intrigada. La música en La ville, ¿a quién se le puede haber ocurrido eso? Estos coros celestiales de pacotilla, ¿cuál es el verdadero afán en esa intervención, si no es reírse un poco de esa falsa grandiosidad? 

Q: Yo creo que hay una diferencia importante entre las dos películas. El proyecto arquitectónico que La ville nouvelle filma es un adefesio, un mamarracho corporativo que incorpora a un supuesto artista para legitimar la mentalidad burocrática que lo inspira. De hecho, todos esos planes terminaron en un fracaso artístico y urbano.

R: Esa historia es mucho más impresionante que el corto mismo. Esa “ciudad nueva”, de la que tanto habla el burócrata, es Noisy-Le-Grand: un proyecto que se terminó unos tres años después que Ruiz visitó el lugar. A través del tiempo, varias películas de corte futurista lo han usado como set (Brazil y Los juegos del hambre, entre otras), pero es tal su argamasa de estilos, de edificios y de cemento involucrado, que hoy es mitad curiosidad y mitad fallido sueño urbano. La mismísima explanada cuyos inicios filmó Ruiz -el Pavé Neuf, que cuenta con obras del escultor húngaro Erwin Patkaï, principal entrevistado del documental- hoy está convertida en uno de los sitios más peligrosos del sector, repleto de pandillas. 

Q: A mí me parece que Ruiz hace un film adefesio en consonancia con el proyecto: entrevista funcionarios, muestra al escultor turco con sus delirantes ideas de dominar la naturaleza y de fingir que allí hay una propuesta comunitaria. Como en la película del castillo de Chambord, Ruiz termina la película contrastando tanto disparate burocrático con la presencia humana. Pero lo hace como si quisiera subrayar lo horroroso que es todo. Image de sable, en cambio, es una película sobre una locura individual, no colectiva, la de un demente misántropo que odia a los niños y a los caracoles, pero está obsesionado con las estatuas de arena; una especie de místico de la nada misma, un artista de lo perecedero y de lo insignificante. Ruiz no deja de burlarse un poco -el personaje tiene mucho de absurdo- pero lo filma con respeto, lo muestra en su trabajo y lo ilustra con la obra, que no deja de ser original. 

P: Me parece que esa dureza con la que es tratada toda la obra de la “ciudad nueva”, incluso la forma en la que exhibe a los responsables, también habla de lo impenetrable, de estructuras que corren con sus propios colores y que no se detienen a pensar en el resto. La experiencia de este arquitecto que construye castillos de arena, en cambio, también nos muestra a un personaje que está fuera de la comunidad, pero con una obra mucho más dúctil y frágil. La monumentalidad del escultor que diseña la villa, en cambio, es observada como si todo lo que nos quiere contar pudiese grabarse como un mero trámite. Lo verdaderamente atractivo es el otro punto, el interés por el arquitecto que reconoce su obra de arena como algo precario y por lo tanto, con mucha menos posibilidad de trascendencia, aparentemente. Lo leve y lo pesado se contraponen aquí. ¿Muy kunderiano todo, no?

Q: En el fondo, la obra de Pieter Wiersma, que así se llama nuestro arquitecto de arena, resulta más consistente y menos frágil que la de los que perpetran la ciudad, con esa cantidad de cemento cuya verdadera vocación es convertirse en una ruina joven.

R: Este Ruiz que viene de sumergirse a fondo en mundos como el de Klossowski, que luego se entretuvo inventando películas para sus amigos de Cahiers du cinéma y que después, por si fuera poco, se metió a armar su propio Manual de historia de Francia usando teleseries históricas… Me pregunto si este Ruiz no se siente identificado un poco con la manía y el sentido de misión de este arquitecto que se construye castillos con materiales fragilísimos, pero lo hace como si estuviera creando un legado capaz de sortear los siglos. 

Q: Es muy tentadora la idea de pensar a Ruiz como un cineasta loco que construye catedrales en la arena guiado por una especie de voz interior que lo lleva de una playa a otra. En el principio de Image de sable hay un cartel a la entrada de la playa que dice algo así como “Playa sin mantenimiento y sin vigilancia”. Creo que a Ruiz le gustaban esas playas sin referencias, un poco abandonadas, más que las de Viña del Mar o las de Cannes. De todos modos, no logré averiguar dónde está filmada la película ni tampoco el origen de la voz en off en francés, que no es la del arquitecto, cuyo idioma tampoco pude descifrar: se supone que es holandés pero me pareció que hablaba en alemán. 

R: El detalle del letrero al que se refiere Q se complementa perfecto con la imagen que vemos al inicio: una retroexcavadora que se mueve por la arena. Por un segundo, uno cree que vamos a presenciar algo construido en gran escala, pero resulta que los castillos y catedrales que Wiersma ejecuta en la playa no tienen más de 40 centímetros; claro que, una vez que los termina, procede con todo cuidado a tomar su fotografía, aparecen majestuosos y desmesurados, casi como de portada de un libro de fantasía. Es en esa contradicción que, creo, reside el misterio, el encanto y también el buen humor que proyecta la película. Ruiz y Descendres lo pasan bien al lado de Wiersma, mientras éste va trayendo paladas de arena y luego baldes con agua de mar para armar su escultura de arena número 111. Filmado de lejos mientras se devuelve con el balde, Wiersma parece de pronto casi un niño que juega en la orilla, pero sus niñerías no tienen nada de infantiles.

P: Siento que eso es fascinante. ¿Se acuerdan de cuando hablamos de la manipulación que ejerce Ruiz sobre el espectador? Hay un juego impresionante aquí, en que Ruiz nos mete en el mundo de este arquitecto y pese a que sabemos que el personaje no está reconstruyendo Chartres, te descoloca descubrir que son estructuras así de pequeñitas en relación con el entorno. Porque eso es lo otro: durante todo el cortometraje creemos que Wiersma está lejos de absolutamente todo, pero al final vemos que a sus espaldas hay una estructura gigante. Lo sitúa, nos da una escala y nos hace despertar de nuestra ensoñación. 

R: Es verdad. Esto nos recuerda que a Ruiz le fascinaban esas confusiones adrede de la mirada, esos trompe l’oeil, esos espejismos.

 

Q: Y ahora los voy a amargar un poco. Bueno, no sé si esa es la palabra adecuada. Esta tarde descubrí en la web un artículo de tres académicos valencianos que toman Image de sable y otras dos películas de Ruiz, entre ellas la de Chambord, y desarrollan una complejísima teoría sobre cómo Ruiz usa la banda sonora para contradecir las ideas sobre el sonido de Chion. Dicen estos señores que la base de la película está formada por una triple estructura que contiene la voz, el ruido del mar y la música de una sonata para cello de Hindemith sobre la cual se montan las imágenes. Me pareció todo un disparate, pero quién sabe: Ruiz da para todo, incluso para nuestras conversaciones.