Diálogos Exiliados (3): Tres Tristes Tigres
En su tercera conversación, Pinto, Quintín y Ramírez se paran frente a frente con el primer largo terminado por Raúl Ruiz. A medio siglo de distancia, uno tiende a mirarle como si fuese un monumento, pero en 1968 Tres Tristes Tigres era un nuevo intento del realizador -ahora de 27 años- por dejar su marca en un cine chileno que apostaba por vientos de renovación. El resultado hizo historia, como veremos.
Tres Tristes Tigres (1968)
Quintín: Estamos ante el primer largometraje real, efectivo y verdadero de Raúl Ruiz. No tenemos más excusas. Pero podríamos empezar con alguna información de contexto.
Ramírez: A Ruiz se le “prende la ampolleta” de Los Tigres tras ir a ver la obra de teatro del mismo título escrita por Alejandro Sieveking y montada por El Cabildo, la compañía de actores que actuó después en la película. Algo en ella activó su idea de explorar en el cine un mundo que le resultaba familiar: el del Santiago nocturno, trasnochado y medio alcoholizado en que navegan los personajes de su película.
Q: No leí la obra y parece que Alejandra tampoco, así que Ramírez va a tener que ilustrarnos. Sobre todo en lo que difiere con la película.
R: La obra tiene dos actos y transcurre enteramente en un departamento. Allí se encuentran el trio de protagonistas. Rudy es un seudoempresario tirado a pije; Tito es un buscavidas, empleado de Rudy, y Amanda una vedette desempleada que es hermana de Tito. Hay una fiesta, una borrachera, Amanda se acuesta con Rudy por dinero y, al final, los hermanos, derrotados, se van. Hay un cuarto personaje que sale y entra: Alicia, una vecina y la mujer que le arrienda el departamento a nuestro empresario. En la obra, a diferencia de la película, el personaje principal es Rudy.
Pinto: Curioso que Ruiz haya cambiado de protagonista, porque en la película todo está visto desde la vereda de enfrente, desde Tito y Amanda, que pertenecen a otro mundo. Diría que incluso mira con cierto desprecio a Rudy, Sanhueza y todos quienes aparecen desde ahí.
R: Es que Sieveking busca hacer una crítica descarnada de la clase media, o clase media emergente, como diríamos hoy. Y Rudy está justo al centro de eso, lo encarna. Por eso, Tito y su hermana son más bien periféricos en la obra teatral. Están ahí para ofrecer contraste. Ruiz, sin embargo, gira el sentido del material en otra dirección muy distinta y así el personaje central pasa a ser Tito.
P: Esa mirada desde la periferia está dada desde el primer quiubo de Amanda hacia su hermano, desde abajo de la micro. Desde ahí, el recorrido nos hace deambular con los personajes, entrando y saliendo de todo tipo de bares y restaurantes. Ese deambular nos hace incluso perder la noción del tiempo. Los personajes preguntan cada tanto qué hora es, qué es eso que el otro está comiendo, la fiesta deviene en única realidad y ya no podemos diferenciar la noche de la mañana.
Q: La película tiene tantos planos que es difícil de describir. Pero hay tres elementos que van aumentando paulatinamente su intensidad a pesar de los giros dramáticos y los cambios de ambiente. Son el alcohol, la violencia y la desolación. Creo que es una de las películas más alcohólicas, más violentas y más tristes de Ruiz.
R: Me tinca que lo que hace la diferencia, lo que lleva la película a otra galaxia -muy distinta de la que habita la obra original- es el personaje de Lucho Úbeda (Luis Alarcón), ese afuerino que anda de visita en Santiago, y su interacción con los dos hermanos con los que anda de comilona en comilona, de trago en trago y de local en local. Si en la obra de Sieveking los “tigres tristes” son Rudy, Tito y Amanda, en la película se suma otra trilogía, la de Tito, Amanda y Lucho. Los otros tigres.
Q: No estoy seguro de que los tigres del título deban identificarse con un trío de personajes o con otro. Para mí es solo un trabalenguas, con el que Rudy y Amanda se ponen a jugar en un momento que marca un punto de inflexión en el nivel de alcohol y de violencia. Pensarlo como metáfora o interpretación de la película creo que confunde un poco. Hay más tigres que tres y, en todo caso, no sé si son tigres. Ni siquiera en algún sentido irónico.
R: Lo que sí hay son estos dos tríos de personajes. En cierto modo, Lucho le hace el contrapeso como personaje a Rudy. Cuando están con uno y con el otro, Tito y Amanda tienden a plegarse a sus ritmos, humor y respectivos sentidos del absurdo. Son un poco los camaleones de la historia, los que se adaptan según la circunstancia.
P: A mí me gusta mucho el personaje de Lucho Úbeda. Siento que es una encarnación de toda esta cosa onírica, rara de Ruiz, sobre todo hacia el final de su aparición, en que el personaje está listo para viajar con otros al Sur; aunque nunca queda claro cómo llegó, cómo se va, de dónde es, nada. Y coincido en esto último que dice Ramírez, es como si Tito y Amanda buscaran a su tercer tigre, ya sea en su periferia o en este otro mundo.
Q: Sin embargo, Tito y Amanda se encuentran de casualidad al principio de la película y al final se separan. Cada uno tiene su vida. De hecho, no estoy del todo seguro de que sean hermanos. No hay un solo momento en el que hagan alusión a una infancia compartida, o a la familia. Tal vez son examantes. Aunque tengan sus dramas personales a cuestas, también parecen venidos de ninguna parte. Pero es cierto que son capaces de vibrar con el sentido de libertad que aporta Lucho y de agriarse en contacto con Rudy. Como la película, funcionan mejor en la calle y en los bares que en el encierro del departamento de Rudy, que por momentos se hace insoportable, tanto por la violencia como por la servidumbre al origen teatral.
R: ¿Un intento de revertir hacia ese estado de naturaleza y algarabía en el que el trío Lucho-Tito-Amanda vive durante la mitad de la película?
Q: Eso mismo. Es como si la tremenda paliza que Tito le pega a Rudy al final representara no solo una reacción de las clases oprimidas contra las opresoras (aunque Tito no es exactamente un proletario y Rudy es poco más que un muerto de hambre con acento de clase alta), como se ha dicho en relación con la película. Me parece que el deseo de liberarse de ese mundo pequeño burgués incluye el de liberarse también de sus interpretaciones pequeño burguesas: el teatro independiente, la crítica social de la clase media, esa idea brechtiana de usar la dramaturgia para sacar conclusiones a la que hace alusión Ruiz en alguna entrevista. Creo que Ruiz intenta liberarse de muchas más cosas, incluso de cosas por venir, como de una violencia que exorciza haciéndola estallar pero prefigura otras. Acabo de darme cuenta de que en el mismo año, 1968, se estrenó en la Argentina Tute cabrero, una película muy teatral, muy ligada a las tensiones dramáticas de un trío de empleados en los que uno -no se sabe cuál- va a ser despedido de la empresa en la que trabajan. Tute cabrero es parte de ese cine argentino y latinoamericano de la época que Ruiz despreciaba, consideraba sobrevalorado y chauvinista, contra el que empieza a construir su cine, de una libertad, una potencia y un sentido completamente opuestos.
R: Ruiz, además, tenía su propio Tute cabrero: cuando los Tigres se estrenaron –a mediados de noviembre del 68- todavía estaba en cines Ayúdeme usted compadre, un espantoso musical en colores que viajaba por diversas vistas de Chile como quien hojea un libro de postales. En su momento, Germán Becker -el director de la película- denunció a Los Tigres de ser una película atroz y que le hacía daño al cine chileno. Ruiz se enojó y lo acusó de chauvinista. Palos fueron y vinieron, pero en fin, me estoy yendo por las ramas...
P: ¿No sintieron que, precisamente, las escenas del departamento -lo que llamamos escenas de la seducción- cambian el tono general de la película? Puede ser por esa teatralidad obligada. De hecho, inmediatamente después, viene esta toma de Rudy y Amanda alternando sus cuerpos contra una persiana, y ahí siento que se recupera el carácter de lo que hemos visto antes.
R: Esas escenas son entre una cita y un comentario al inicio de Una mujer casada de Godard. La cita es tan descarada que Ruiz hasta le copia un par de encuadres en plan de parodia; y, claro, la “mujer casada” de hecho es una película acerca del magnetismo de la sociedad de consumo, el mundo burgués y un supuesto bienestar -obtenido dentro del matrimonio o puertas afuera. Para seguir con la cinefilia, lo que me vuela la cabeza es la forma en que Tres Tristes Tigres coincide con el Cassavetes de Faces, que también es de 1968. Mal que mal, ambas películas tratan de lo mismo -gente solitaria haciéndose compañía en camino hacia el final de la noche- y también está partida en dos secciones: una claustrofóbica y otra desatada.
Q: Esa idea de los solitarios que se acompañan me hace pensar en el que para mí es el plano más bello de la película, uno en el que Lucho y Amanda junto a Tito y otra chica caminan al amanecer por una plaza cerca del Mapocho en medio de la bruma. Allí está representada de algún modo la otra película, la película de cine, la que está oculta por la película de teatro. Creo que siempre vuelvo a lo mismo, pero en esa escena no hay tigres, ni tristeza, ni cine latinoamericano, ni el mundo de Rudy. Me parece que Ruiz era consciente de que la película tenía un costado más amable, por fuera del crescendo desolador. Al respecto, me gusta algo que Ruiz le responde a Antonio Skármeta en una entrevista de la época. Este le dice que son personajes derrotados y Ruiz le contesta que no son tan derrotados porque no han peleado mucho, como para evitar veredictos tremebundos y ponerlos en un lugar menos truculento.
R: Lo interesante es que muchas de las cosas que nos ocultan la visión de ese otro filme -más romántico, más arrebatado y pasional- son las que están compuestas por esa chilenidad impenetrable a la que Ruiz gustaba tanto de echar mano: los modismos, el habla circular, los chistes, las citas, los códigos nacionales...
P: Quería llegar ahí. El lenguaje es intrincado, casi como un encantamiento. Una especie de conjuro, no sé si contra algo o para dar a luz alguna cosa. Hay un momento en que esa magia se materializa, una escena en que Lucho está observando la ciudad a través del reflejo de las botellas, como una de esas fantasmagorías previas al cine. Hemos visto que a Ruiz le gusta esa fantasmagoría y aquí la reafirma a través del lenguaje. Esa escena se contrapone con otra que aparece antes o después, con Rudy y el empresario con el que quiere hacer negocios. Ahí hay una luz que apenas ilumina el departamento, pero no da para más. En cambio, en lo de Úbeda, esa mínima luz sirve para construir toda la imaginería de la ciudad. El lenguaje está ahí, como un resplandor. Cuando los hermanos están con Úbeda, son, como diríamos aquí, “de verdad”.
R: En lo que a Alejandra y a mí respecta, Los Tigres es una especie de repositorio de esa clase de frases, instantes y momentos, pura esotérica chilensis. A uno le queda la duda de cuánto puede comprender un extranjero de todo eso. Cuando la película restaurada se estrenó en la Cinemateca Francesa, allá por 2017, entiendo que la audiencia parisina la miró en medio de un respetuoso silencio. Los únicos que se reían como locos era la banda de chilenos que fueron de invitados. Al revés: cuando los franceses vinieron a la Cineteca Nacional, el escenario era el opuesto. Todos entendían los chistes, las salidas, los sobreentendidos, lo arcano dentro de lo arcano. A propósito Q., ¿cuánto te orientas y cuánto te pierdes con el lenguaje y las referencias achilenadas de la película?
Q: Lo que me pierdo no lo sé bien, justamente porque me lo pierdo.
P: Esa respuesta es muy chilena. Te estamos seteando.
Q: Voy aprendiendo de juntarme con ustedes. Ahora, en esas entrevistas que dio Ruiz y que nos pasó R., Ruiz dice: “Yo que fui chileno aprendí que hay que desconfiar de los chilenos”. Y no lo dice después de veinte años de vivir y hacer cine en Francia, sino al principio de su carrera. Quiero decir, que la chilenidad de Ruiz me parece extraordinariamente ambigua. Nadie más chileno que él, pero nadie más lejos del nacionalismo que justamente denuncia en el cine de esa época.
R: A veces me pregunto si todas esas teorías que algunos críticos -sobre todo estadounidenses- elaboran sobre las películas de Ruiz no proceden precisamente de ese malentendido. Hay algunos gringos que se pierden bastante en cosas que a nosotros nos resultan claras como el agua, y me da la impresión de que Ruiz (siempre interesado por el lenguaje y por lo que se pierde y se gana en la traducción) usó muchas veces en su favor. Los Tigres es particularmente opaca en ese sentido. Por ejemplo, todo el episodio de “La Puntilla”, que existe sólo para que el chiste se muerda la cola, algo que los chilenos constantemente hacemos a la hora de contar cualquier cosa. No hay nada esotérico ahí dentro, ningún significado oculto salvo una oda a nuestro hablar circular, a ese hábito de terminar donde empezamos.
P: Todos hablamos así, tenemos ese tono de voz que siempre está preguntando. Y de repente eso que nos parece la cosa más normal es parte del misterio. No sé si Ruiz andaba en busca de la chilenidad, o si se hizo responsable de ello alguna vez, pero sigo pensando que esta película es lo primero que le mostraría a una avanzada extraterrestre para que supieran de qué se trata mi país.
Q: Como extraterrestre, puedo argumentar que la idea de que Ruiz es el epítome de la chilenidad me molesta un poco. Quiero decir, que con tanto homenaje oficial, con tanto elogio obligatorio, Ruiz corre el riesgo de quedar sepultado debajo de los clichés que supuestamente lo explican.
R: Ese es el peligro. Nos pasa también con Nicanor Parra, Víctor Jara y Violeta Parra. Hay tantas versiones de su chilenidad como agendas de quien las vocea. Lo choro del caso de Ruiz, es que las películas mismas resisten esa clasificación por decreto. Por sí sola, Tres Tristes Tigres resiste de lo más bien la clasificación dentro de una ideología o dentro de una moda. Ya lo hacía, de hecho, al momento de su estreno: cuando uno mira las películas que se estrenaron alrededor suyo -incluyendo clásicos como Valparaíso mi amor o El chacal de Nahueltoro- ninguna se le parece realmente. Sus verdaderos parientes yo diría que eran literarios. Ruiz le dijo a Yenny Cáceres y ella lo consigna en su libro que la película “tiende a Enrique Lihn, pero de repente se parece a Jorge Teillier”. Ruiz siempre se entreveraba con poetas.
Q: Creo que las apelaciones de Ruiz a la literatura formaban parte de una estrategia para eludir interpretaciones simplistas de su obra. Es como si siempre hubiera estado diciendo: “se trata de otra cosa”. A Ruiz le gustaba hablar con todo el mundo, pero si algo no quería era que alguien se quedara con la última palabra. Esas boutades literarias le servían para mantener abierta la discusión, tal vez para hacerla interminable. Y aquí estamos...