Editorial: Una historia de violencia (censura y racismo en Hollywood)

Proponemos poner entre paréntesis la discusión sobre la censura, que tantas vestiduras parece rasgar, para pensar otras dimensiones del problema. Lo que queda claro es que necesitamos otro lenguaje y más contexto para poder pensar este conflicto que tiene tanta tinta derramada. Poco se habla, por ejemplo, de revisar a fondo la historia de estas representaciones raciales al interior de la historia del cine norteamericano. Para pensar ello, debemos volver, quizás, al origen violento de un malestar social. Un racismo estructural que ahora estalla con fuerza en ese país.

Hace menos de una semana la cadena de televisión HBO anunciaba que bajaba de su parrilla programática Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), luego que John Ridley, guionista de 12 años de esclavitud (2013), lo solicitara "por perpetuar los estereotipos más dolorosos para los afroamericanos”. Todo ello sucede el marco del estallido social en Estados Unidos por el asesinato a manos de la policía de George Floyd con motivos abiertamente racistas. El hecho volvió a abrir una herida profunda, polarizada por la simpatía supremacista del actual gobernante, Donald Trump, quien, por no ser menos, declaraba a propósito de la premiación de Parasite del coreano Bong Joon-ho, durante la última premiación de los Oscar: “Traigamos de vuelta Lo que el viento se llevó”.

No se trata de una película cualquiera: se trata de una película que históricamente ha sido cuestionada por contener representaciones racistas, ambientada en plena Guerra de Secesión en una plantación de algodón, reproduciendo no sólo el espacio del imaginario esclavista, sino también la de los sirvientes obedientes, como la “Mammy”, empleada servicial e históricamente representada en desmedro de una identidad afirmativa del hombre negro.

Mientras la reacción de HBO ha sido cuestionada en redes por blanqueamiento histórico obligándola a matizar su decisión (ahora señalan que la pondrán a disposición con un contexto explicativo), lo cierto es que es la palabra “censura” la que se ha repetido con fuerza en la discusión, aduciendo el retorno a “tiempos obscuros” y medievales (ver la columna del rector de la UDP Carlos Peña del día de ayer). Por cierto, una pregunta de base que podría surgir aquí es si el acto de sacar una película de circulación es suficiente, o si, al menos, sin contexto no queda reducido a una acción sin sentido.  

Proponemos poner entre paréntesis la discusión sobre la censura, que tantas vestiduras parece rasgar, para pensar otras dimensiones del problema. Lo que queda claro es que necesitamos otro lenguaje y más contexto para poder pensar este conflicto que tiene tanta tinta derramada. Poco se habla, por ejemplo, de revisar a fondo la historia de estas representaciones raciales al interior de la historia del cine norteamericano. Para pensar ello, debemos volver, quizás, al origen violento de un malestar social. Un racismo estructural que ahora estalla con fuerza en ese país.

Se retrotraen aquí cosas tan recientes como el premio a mejor película en los Oscar 2018 a la consensual Green Book (Peter Farrelly, 2018) dejando atrás a la combativa BlacKkKlansman (Spike Lee, 2018), tratándose de dos miradas opuestas al respecto de la representación del conflicto racial en ese país. Para Spike Lee no era la primera película de películas de choferes dirigidas por blancos sobre temas raciales que se imponía en su carrera, lo que traía a colación el Oscar de 1989 a Conduciendo a miss Daisy (1989), el mismo año de Haz lo correcto.

Pero la historia de este conflicto de representaciones nos lleva tan lejos como al origen: me refiero, claro, a El nacimiento de una nación (D. W. Griffith, 1915). Con su estreno se desató tanto una ola de protestas por parte de grupos de afroamericanos, acusando la carga racista llena de estereotipos negativos representados en pantalla como el resurgimiento de una oleada de linchamientos a hombres negros inspiradas por el Ku Klux Klan. Poco conocida es la historia de lo que era la contestación a esa película, The Birth of a Race (John W. Noble, 1918), que en principio se iba a adherir a la primera, pero luego tuvo una circulación pequeña como largometraje por cuenta propia sin mayor éxito o apoyo comercial.

Esta historia de identidad racial en el cine norteamericano, nos lleva de lleno a los cineastas afroamericanos pioneros que hablaron abiertamente temas de conflicto y racialización –en una línea que va de Oscar Micheaux a Marlons Riggs, de Charles Burnett a Spike Lee–, así como a aquellos cines “menores” que tuvieron un lugar preponderante en la construcción de una identidad propia para la cultura urbana afroamericana; por ejemplo, el Blaxploitation en la década del setenta. También nos invita a revisar películas menores que tempranamente representaron estos temas al interior de la industria. Me refiero a películas como Home of the Brave (Mark Robson, 1949), No Way Out (Joseph L. Mankiewicz, 1950), The Well (Leo Popkin y Roussel Rouse, 1951) e, incluso, la condescendiente Imitation of Life (Douglas Sirk, 1959), las que en su momento abordaron desde géneros específicos y menores -el melodrama o el noir B- dimensiones dramáticas de estos conflictos de identidad y representación. Todos fragmentos para la construcción de un imaginario que  debe ser analizado a fondo, como nos han invitado en recientes columnas Carlos Aguirre y María Yaksic en este mismo blog.

Volviendo al presente, la cuestión del racismo -y su problematización en el cine estadounidense- nos puede parecer lejana y externa, pero la verdad es que hace años la socióloga Maria Emilia Tijoux nos viene advirtiendo que se encuentra en la médula de nuestra identidad nacional un imaginario de “blanqueamiento” que ha tendido históricamente a producir a sus “otros”. Problemáticas de racialización, identidad y migración que hace un tiempo el cine local viene tomando como algo propio: las películas Petit frère (2018), Naomi Campbel (2013) o Perro bomba (2019) dejan testimonio de ello.

Tal como queremos dar a ver, el problema va más allá de quitar o poner una película de cartelera y, por cierto, un poco más allá de los “tags” relativos a la censura y la libertad de expresión. Si se toman estos como puntos de llegada y no de partida para un análisis, bien nos quedamos con las peores lecciones del siglo XX: esa libertad de expresión ha tenido color y privilegio, mientras otras comunidades e identidades minoritarias han tenido que luchar por ganar ese espacio (el problema es que esa “libertad” se reparte desigualmente y que la censura ha ido en el detrimento de esas identidades, sean raciales, de género, de clase o incluso ideológicas). Es, por cierto, esta “lucha” al interior de la industria la que también la hace inestable, horadable y negociable, y no una estructura “dura” o inamovible. Para pensar ello, por cierto, quizás tengamos que salir de nuestras zonas de “confort”, generalmente vinculadas a la “buena consciencia”, para pensarnos desde el lugar incómodo del lugar que ocupa nuestra posición en una historia larga de violencia y negación. Poner a disposición esa historia de representaciones, luchas, obliteraciones es parte de la solución, así como ponernos a pensar qué tipo de historia queremos construir. Quizás ahí pueda existir un grano de arena que el cine puede aportar para comprender por que  estos conflictos- que no son nuevos- vuelven a estallar hoy.