Lina de Lima: Maternidad transnacional a flote
El segundo largometraje de María Paz González presenta un giro de timón en relación al camino documental que había estado recorriendo desde que estrenó su primer filme, el road movie autobiográfico Hija (2012). En su última entrega opta por cambiar de ruta y desarrollar la tradición del cine de ficción. Dentro de ese territorio se permite desobedecer algunas normas del género melodramático, en ese sentido, logra hacer combinaciones con el musical y la comedia, al mismo tiempo que la dimensión política plasmada en el montaje, a través del entorno cultural, reprime el principal deseo de la protagonista de subirse a un avión, lo cual convierte a esta película en un filme sin una salida de fórmula, sin final feliz.
La configuración de un personaje como Lina se origina dentro del campo del melodrama, sin embargo, resulta práctico analizarla desde sus diferencias con el canon de este género. Para empezar, Lina no es una mujer que está empezando su vida adulta, de hecho, ya se separó del padre de su hijo y viajó de Perú a buscar nuevas posibilidades laborales. Su primogénito es un adolescente que no parece necesitarla mucho a la distancia, lo cual no hace sino acentuar el sufrimiento de una maternidad mediada por la tecnología y encuentros virtuales. Lina ha sacrificado el contacto físico con su único hijo, para hacerse una vida más independiente en Chile, y esta película trata las consecuencias de esa decisión.
Otra diferencia es que la heroína no tiene solo una pareja o amante, sino varios, y ellos no son hombres poco recomendables, como suele suceder en el cine clásico; Lina los elige porque los necesita y ellos acceden sin segundas intenciones. De aquí deriva la tercera diferencia, la película no acusa injustamente a su protagonista, en este sentido, no contiene el juicio de valor implícito que estaba, o está todavía, pero con menos fuerza, en el melodrama, sino que al contrario, propone una renovación de la imagen colectiva y mediática de esta figura femenina: mujer cuidadora peruana en Chile.
El retrato encarnado por Magaly Solier (La teta asustada, Claudia Llosa, 2009) arma esta subjetividad que aparece firme y sólida, a pesar de su rol de madre a distancia, su trabajo como chaperona de Clara -una adolescente con la cual ejerce un rol de intercambio maternal-, y la falta de una red de contactos. Estos obstáculos condicionan los estados de ánimo de Lina, sobre todo el deseo de pasar navidad junto a su hijo, y la expresividad de estos sentimientos están construidos en breves intervalos musicales de estética kitsch latina, que aparecen como pausas narrativas que se abren como espacios virtuales o imaginarios de la propia conciencia de la protagonista. En ellos, la decoración, la vestimenta, el canto, la música, y el baile entregan formas que recuerdan a grandes figuras de los años de oro del cine latino, como Stella Inda, actriz mexicana que se mantiene en la memoria colectiva, en parte, gracias al filme de Luis Buñuel, Los olvidados (1950), donde interpreta el controvertido papel de la madre de Pedro, y se roba el protagonismo en una de las secuencias oníricas más memorables del cine latinoamericano. Estos fragmentos líricos también permiten traer a la memoria a la actriz y cantante operática nacida en Perú, Yma Sumac, cuya imagen y voz dio la vuelta al mundo a mediados del siglo XX.
El contexto social en que Lina de Lima está montada es la globalización, por lo que se encarga de mostrar sus consecuencias en las relaciones interpersonales y comportamientos humanos, entre los que se encuentran la comunicación a distancia a través del uso de smartphones, y otras prácticas transnacionales como el envío de plata por parte de trabajadores migrantes a sus parientes, el cual se efectúa en lugares céntricos de la ciudad conocidos como locutorios o cibercafés. Estos han evolucionado durante el siglo XXI, en gran medida, para entregar servicio a personas que cultivan relaciones parentales a distancia. Es en este espacio público, donde la protagonista es mostrada durante el arco más tenso de la película, si bien no actúa con desesperación, es el momento en que debe realizar la tarea más difícil para que la narrativa tome un camino hacia un final que si bien no propone un castigo, tampoco enuncia la emancipación, es más bien una imagen en que la mirada de la autora sugiere una reflexión abierta acerca del destino de la protagonista y quizás de sí misma.
El segundo largometraje de María Paz González presenta un giro de timón en relación al camino documental que había estado recorriendo desde que estrenó su primer filme, el road movie autobiográfico Hija (2012). En su última entrega opta por cambiar de ruta y desarrollar la tradición del cine de ficción. Dentro de ese territorio se permite desobedecer algunas normas del género melodramático, en ese sentido, logra hacer combinaciones con el musical y la comedia, al mismo tiempo que la dimensión política plasmada en el montaje, a través del entorno cultural, reprime el principal deseo de la protagonista de subirse a un avión, lo cual convierte a esta película en un filme sin una salida de fórmula, sin final feliz. A cambio de eso, Lina debe enfrenar la repetitiva rutina de un trabajador migrante en Chile, en una ciudad latinoamericana que se ha conformado mediante dinámicas neoliberales.
En el penúltimo intervalo musical, donde Lina aparece en una piscina olímpica, su potencia de volar se transforma en un acto de caída libre. Este es el único de los momentos líricos que no ocupa códigos visuales de lo criollo latino (salvo la lengua que es el quechua), sino que opta por un montaje que multiplica la figura de Lina para armar una coreografía que mantiene a flote a varias de ella en el agua. A diferencia de los personajes encarnados por Esther Williams, la llamada sirena de América que protagonizó películas de Hollywood conocidas por su estética y sistema de producción fordista, como Bathing Beauty (1944), Lina tiene miedo de tirarse a la piscina, quizás porque sabe que significa tomar un camino alejado de lo familiar, y sumergirse en un lugar lleno de personas que, como ella, buscan un camino propio.
Al observar la espacialidad de Lina de Lima, en las secuencias en que la protagonista se desplaza tanto por el sector de Plaza de Armas y Bandera, como por barrios suburbanos en el sector oriente de la Región Metropolitana, este filme parece dar continuidad a conversaciones sobre cine, mujer y ciudad, al aludir a los efectos del sistema económico en la representación de lo femenino en el espacio urbano. Por esto es fácil vincularla a películas como Play (2005), de Alicia Scherson, y Lucía (2010), de Niles Atallah, que acusan la influencia del programa de producción y consumo capitalista sobre sujetos femeninos. Si bien esta lectura es posible, también aparece otra, en la que la misma autora reflexiona sobre su propia obra y la posibilidad de continuar su camino en la competitiva, cosmopolita, y más convencional vía del cine de ficción. No es para menos, Lina de Lima ya fue elegida como postulante para representar a Chile en los próximos premios Oscar, y, además estuvo en las plataformas de HBO y Hulu para ser vista por el público estadounidense.
Título original: Lina de Lima. Dirección: María Paz González. Guion: María Paz González. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Casa productora: Quijote Films (Chile), Gema Films (Argentina), Carapulkra Films (Perú). Edición: Anita Remón. Música: Cali Flores, José Manuel Gatica Eguiguren. Reparto: Magaly Solier, Emilia Ossandón, Javiera Contador. País: Chile. Año: 2019. Duración: 80 min.