La voz en off (2): A veces el ciruelo siente pena y retrasa la noche en el jardín
Cristián Jiménez, uno de los cineastas novísimos del cine chileno, es el autor de una obra que ya cuenta con tres títulos. A Ilusiones ópticas (2009) y Bonsái (2011), se le suma su último filme La voz en off. Con ella continúa un camino singular, al combinar lo absurdo, por una parte, con lo melancólico, por otra, como extremos entre los cuales se configuran capas de emociones, no unívocas, más bien cambiantes y orgánicas. Son tramas, las de las tres películas que, a veces más y a veces menos, giran en torno a los afectos, pero afectos distanciados de la emoción edulcorada. Acá las emociones emergen desde una puesta en distancia, una postura a ratos descreída, no tan solo desde la narración, más bien desde la posición de unos personajes que parecen espectadores de sus propias vidas, de sus relaciones amorosas, de sus hábitos familiares; conscientes de sus acciones y de los efectos que estas tienen en sus vidas.
La ópera prima de Jiménez, Ilusiones ópticas, se sumergía en una mirada ácida al Chile de inicios de los 2000, en un relato coral plagado por personajes presos de conflictos sociales; mientras Bonsái, por su parte, se construía desde la nostalgia, en un relato de amor y des-amor narrado a dos tiempos, donde el presente era (casi) una mala jugada del pasado. Todas las películas de Jiménez tienen lugar en la ciudad de Valdivia; en Ilusiones ópticas, se asomaba desde atrás de la bruma, del mall, de los suburbios de casas iguales. En este último estreno, en cambio, Valdivia se exhibe como una ciudad–escenario: los personajes la habitan y la cámara la recorre y se detiene, como si de una postal se tratara, en fragmentos tradicionales que son parte del folclore de la zona, reconocibles por cualquier turista que haya pasado por allí alguna vez. Una ciudad que se aleja bastante de la que exhibía Ilusiones ópticas, ahora desaparece el mall y el suburbio y Valdivia se presenta como cualquier urbe gringa o francesa: de calles tranquilas y casa antiguas, con cafecitos de linda vista, bibliotecas acogedoras y personajes vegetarianos que la recorren en bicicleta o paseando a los perros, cuando la lluvia lo permite.
La voz en off se instala como una crónica familiar. Si bien la protagonista es Sofía (Ingrid Isensee), ella es parte de una familia extendida, donde hay hijos, ex maridos, amantes, padres, abuela, nana. Todos esos personajes se conectan y desconectan, formando una trama fragmentada de los conflictos propios de la época que nos acoge.
Como las anteriores, esta película mantiene una propuesta particular tanto en los diálogos -sagaces y concretos- como en un diseño de actuación siempre contenido. Esa mesura da paso a momentos de profunda emocionalidad. Acontecimientos pequeños y aislados, absurdos, que despliegan una humanidad particular: una langosta que vuelve al río, una mentira escrita en el chat, un clavo que traspasa las botas para la lluvia.
No hay un argumento unívoco que vaya guiando la acción. Hay, por el contrario, secuencias que van dejando huellas y que se van siguiendo como si fuesen migas de pan. En esa trama compleja y descentrada Jiménez compone personajes entrañables: el papá recientemente emancipado y absolutamente bobo (un genial Cristián Campos), la hermana cool (María José Siebald), que vuelve luego de un buen tiempo en Francia para chocar violentamente con los rollos de la familia. Una madre (Paulina García), abandonada luego de un matrimonio de 35 años. O un exmarido sikh, que llega demasiado tarde a buscar a los hijos y en vez de excusarse cuando lo interpelan, suelta seriamente una frase que dice así: “a veces el ciruelo siente pena y retrasa la noche en el jardín”. Todos ellos son miembros de una familia que se relaciona desarticuladamente, a partir de (pre)juicios, de juegos de poder, de sospechas.
Podríamos proponer que La voz en off sigue la tradición de un tipo de cine que no es tan antiguo; la de un indie norteamericano -con firma en Sundance– conformado por un grupo de películas corales que giran en torno a seres disfuncionales. Pero enunciar algo así tiene también algo de mezquino, en tanto en ese cine hay una fórmula que acá el director no perpetúa. Es, por el contrario, un sello muy propio –relacionado tal vez con un cinismo omnipresente que se expresa con orgullo, o una propuesta extremadamente ácida hacia la institución de la familia– la que vislumbramos en esta filmografía en curso. Un modo singular de proponer un mundo. Acá, el dispositivo de la ficción se erige, en el final, mediante una voz en off. En un juego lingüístico en donde el narrador se pone a sí mismo en una posición extraña. Supuestamente él sabe lo que la protagonista necesita. Y, al mismo tiempo que lo expresa, da cuenta de la imposibilidad de cambiar el devenir. Al final el narrador, tal como los personajes –y como nosotros mismos– es un espectador más en esta historia.
Nota del comentarista: 8/10. Promedio del blog: 8/10. Título: La voz en off. Dirección: Cristián Jiménez. Guión: Cristián Jiménez, Daniel Castro. Fotografía: Inti Briones. Montaje: Soledad Salfate. Sonido: Jean-Guy Véran, Cristián Freund, Manuel Robles. Reparto: Ingrid Isensee, María Siebald, Paulina García, Niels Schneider, Cristián Campos, Maite Neira, Lucas Miranda, Shenda Román. País: Chile-Francia-Canadá. Año: 2014. Duración: 98 min.