La mirada incendiada: Visión suturada
El supuesto motivo originario de la narración, del rememorar subjetivamente a Rodrigo, que conoció y no conoció, más que incendiar, indignar o conmover, se petrifica en la imagen banal que muestra el acto homicida de la policia en los dos jóvenes. La única escena de tensión de la película es la que la curiosidad, el morbo o la compasión esperan de la película. El nudo de todo, lo que incendia, pudo aparecer en cualquier momento, pero se le deja como gran final, ya durante la película se van arrojando pistas que aluden al fuego. Pero la transparencia de la narrativa y la figuración apuntan al subrayado, a la conclusión de lo que ya se sabe pero hay que ver porque hay que dejar claro y emocionar. Sin embargo, en concomitancia con el pudor, y en vez de ir con todo, acá se sutura el punto de vista de Carmen, que en ese momento es aferrada violentamente y no es su mirada la que dispone el momento de la quema.
Precedida de alegatos por parte de Verónica de Negri y ultracomentada antes y después de su estreno on line por sus omisiones y alteraciones respecto a las situaciones y personajes que aborda, la película bien puede servir para que el debate sobre la representación en cine de "hechos de la vida real" o la historia traspase las opiniones en caliente y se transforme en una reflexión que hace falta tanto como la que tiene por objeto el "no olvidar" relacionado con el pasado dictatorial. La estrategia para definirla, que tanto se ha advertido, de que es "una película inspirada en hechos reles", podemos asumirla y tratar de pensar en qué consiste en ese atributo ficcional que propone poner adelante la distancia con los hechos del pasado.
La mirada incendiada se construye desde un relato imaginado (por Carmen Gloria Quintana) que narra desde un no-lugar en la representación. Su voz es instancia pura de enunciación, en principio no aparece su figura ni su voz en alguna imagen. Cuando la veamos, bastante después, será dentro de su propio relato. Su narración tiene un tono intermedio entre la fabulación y el recuerdo; es esa voz la que la película (guion, puesta en escena, ficción) delega como instancia afectiva, afectuosa y nostalgica. Con ese tono asume una opción que prefiere la cercanía y la piedad a -por ejemplo- la fuerza vengativa o la desazón victimizante. A modo de comentario e instancia enunciadora que prende la ficción, ese afecto atraviesa la película y las historias que pone en marcha: la de Rodrigo Rojas de Negri (Juan Carlos Maldonado) en Chile y la tensión amorosa de su tía Amanda (Catalina Saavedra) con el dueño de un puesto de fotos (Gonzalo Robles).
Sin embargo, por encima de ess trama romántica, es en torno a Rodrigo que se arma la narración. El resto son lo que son en cualquier ficción: secundarios. Rodrigo se va dibujando desde la simpatía y la ingenuidad. Su sentido del humor y su indignación también se las resalta. El discurso político más directo aparece más bien encarnado por el personaje Maria Izquierdo, y en ocasiones, por la Tía. Ambas son la voz de la conciencia política y a grandes rasgos dibujan los parametros en los que se entenderá la dictadura por la pelicula. La opresión y violencia, la pobreza y el desprecio, el sufrimiento (del pueblo) y el poder (del Estado). Aparte de los personajes, otros elementos que describen el escenario dictatorial son los esperables: las marcas epocales que fetiches como el bando de Radio Cooperativa, canciones, ropa y otros designan inmediatamente la situación histórica.
De pronto la vida en dictadura de ese año 1986 adquiere un rasgo tan casto como la relación que emprenden la hermana de Carmen y Rodrigo. La ideología se desvanece en las escenas de activismo, así como la violencia pierde dureza cuando irrumpe: la película se limita a contar. No hay una postura interna en la película que pretenda problematizar lo ideológico: para eso están los diálogos declamatorios o bien están los fetiches y un par de momentos de violencia y censura. Por su parte, en el acercamiento a los hechos represivos se genera una obviedad: imagen ralentizada, música, gestos de emoción directos. La tensión, la implicación espectatorial, el suspenso o la sorpresa son poco elaborados, no se desarollan subtramas de acción ni hay juegos de afección con la imagen. Parece que el afecto de la narradora se queda en las palabras y no sucede en la imágenes, tampoco la narración busca ahondar más, la siguiente escena viene sin que la implicancia sea mayor, ya sea una detención callejera, una ida a la comida china, atender a un cliente o discutir al almuerzo. Esa falta de mayor énfasis termina por pasarle la cuenta al elenco, el que, si no fuera por su oficio, en otras manos podría haber condenado a la película al ridículo.
Por otro lado, están las alteraciones y omisiones que distancian a personajes y sucesos de la película de aquellos en los que están inspirados y que vienen a representar. Más que hablar de eso concretamente, considero interesante pasar a una disgresión: elaborar un personaje de cierta caracteristicas, y reflejado en una evocación idealizadora, pareciera quitarle cualquier atributo conflictivo o complejo. La película entrega un personaje idealizado (Rodrigo) y aprovecha de escudarse en la otra protagonista del evento real sin mostrarla (Carmen), establecida como narradora y, así, encapsulándole en una instancia ambigua. Si Rodrigo pasa por ángel martir, Carmen se sustrae a cualquier enunciación corporal que la identifique con la violencia directa, real, inscrita en su cuerpo del momento del atentado en adelante. El supuesto motivo originario de la narración, del rememorar subjetivamente a Rodrigo, que conoció y no conoció, más que incendiar, indignar o conmover, se petrifica en la imagen banal que muestra el acto homicida de la policia en los dos jóvenes.
La única escena de tensión de la película es la que la curiosidad, el morbo o la compasión esperan de la película. El nudo de todo, lo que incendia, pudo aparecer en cualquier momento, pero se le deja como gran final, ya durante la película se van arrojando pistas que aluden al fuego. Pero la transparencia de la narrativa y la figuración apuntan al subrayado, a la conclusión de lo que ya se sabe pero hay que ver porque hay que dejar claro y emocionar. Sin embargo, en concomitancia con el pudor, y en vez de ir con todo, acá se sutura el punto de vista de Carmen, que en ese momento es aferrada violentamente y no es su mirada la que dispone el momento de la quema. La imagen se situa, en plano general, en el sentido contrario, en el punto de la cámara, del espectador. Así se puede entender que sea banal para la película que se muestre a Rodrigo atravesándo la imagen de derecha a izquierda quemándose. ¿No iba la historia de eso? Como a cualquier héroe sacrificial, le llegó el momento, el clímax. A mí parecer, en esa indecisión de no apelar al pathos exagerado ni al distanciamiento, así se le quita excepcionalidad al infame evento y a sus víctimas.
La película cierra con la imagen documental de Carmen por el funeral de Rodrigo. La ficción que termina chocando con el documento tiene bastante tiempo dando vueltas en las películas chilenas de este corte memorial (Cabros de mierda, Matar a Pinochet). Ese cruce me parece que termina evaporando la pretensión bienintencionada de una ficción que remueva conciencias. Si la ficción en un mal paso puede banalizar, el insertar una imagen de archivo puede avergonzar la elección ficcionalizante como impostura. Aunque sean ambas -las ficción y documental- de la misma directora, puede imponer una sospecha del por qué recurrir a lo que ya tiene un registro y un peso propio. ¿Para qué volver de otra forma? ¿No sería mejor ahondar en lo que ya hay, haciendo otro documental por ejemplo?
Pero, por sobre todo, es que a ese fragmento que muestra el efecto del fuego y una posible memoria incendiada de una mujer y de un fragmento de la historia infame de una dictadura no se le interroga por su cruce con la ficción, se le deja como epílogo, recuerdo -contradictorio- de que esta historia no es pura ficción. Pasó y puede continuar. Continua hoy. El balance que se puede hacer de La mirada incendiada está mas cerca de la impostura y la cobardía, que actua más como una sutura audiovisual que poco aporta al rescate de una memoria movilizada, lejos de una película que salga a confrontar conciencias y aventurarse en un verdadero cine político (entiéndase: de carga política en sentido amplio que se interroga y experimenta sus formas, no de panfleto o de telefilme que busca ganar en la "política del rating").
En momentos que la sangre del daño ocular se sobrepone como imagen al de los cuerpos quemados de Rodrigo Rojas de Negri y Carmen Gloria Quintana en 1986 no basta recurrir a un "antes como hoy" que apunte a la actividad represora de carabineros. Es de esperarse que en diez, veinte años, o cuando sea, historias como las de las víctimas del estallido de 2019 no sean llevadas a la pantalla de manera tan floja.
Dirección: Tatiana Gaviola. Guion: Pablo Paredes. Fotografía: Elisa García. Casa productora: Ocoa Films, Octubre Cine y TV, Solari Producciones. Reparto: Juan Carlos Maldonado,, Catalina Saavedra, Gonzalo Robles, María Izquierdo, Cristina Aburto, Constanza Sepúlveda, Belén Herrera, Pascal Balart, Estrella Ortiz. País: Chile. Año: 2021. Duración: 95 min.