Hamule, la memoria del exilio (2015, Mauricio Misle)
Suelo ser uno de los primeros en manifestar mi preferencia por el cine de corte documental por sobre del de ficción cuando me refiero a la historia tanto enciclopédica como a la del reciente cine chileno. Muchas de las obras maestras de los últimos años juegan con el límite de la realidad y la ficción, o resultan ser piezas documentales exhaustivas que se dedican a analizar movimientos sociales. Es, después de todo, el documental una de las formas más claras de expresión artística de carácter político que ha podido realizarse en Chile, y, por ende, resulta ser más valioso. Sin embargo, hay veces en que el documental no aguanta todo, y el documental chileno no se abstiene de esa falta, una falla mecánica interna, inherente al sistema mismo. El documental puede caer en una anti-propaganda de carácter aparentemente política, pero que finalmente no es más que la expresión absoluta de una falta de punto de vista claro respecto a las situaciones representadas o mostradas.
Ese es el caso del último estreno chileno de la Cineteca Nacional, Hamule, la memoria del exilio, documental de menos de una hora, realizado tanto en Chile como en el límite entre Israel y Palestina. Comienza de una manera prometedora, poniendo en escena grabaciones hechas en cassette, registradas en la zona de guerra y enviadas a Chile, las que ponen al tanto a familiares apartados por la distancia de noticias, nacimientos, o reportes de la guerra; un material en primera persona muy valioso, al cual se le da mucha importancia en los primeros minutos del documental. Sin embargo, es cuando empiezan a interferir las entrevistas con los involucrados directos, que el documental empieza a perder todo su interés e incluso puede llegar a tornarse ofensivo.
Esta crítica no es el lugar para establecer una opinión sobre el conflicto entre Israel y Palestina, sobre todo desde una perspectiva como la mía, en la cual no tengo caballito de batalla ni conexión familiar o personal con ninguno de los dos “bandos” (porque hay que admitir que la discusión política posible, a estas alturas, al menos en Chile, se reduce a nimiedades estúpidas como los “buenos” y los “malos”). Pero sí puedo sentir el dolor del exilio, de estar lejos de la tierra nativa, de las muertes, tanto de un lado como del otro, así como entender a la hora de diferenciar entre organizaciones terroristas y civiles inocentes que sólo quieren recuperar una tierra que siempre les ha pertenecido. Sin embargo, pese a que el documental se posiciona desde una postura crítica hacia Israel y cercana a lo que podría denominarse un “sentido común”, eso no indica que todas las personas que pertenecen a la posición se conviertan automáticamente en santos y mártires, personas a las que hay que respetársele todo lo que dicen y todas sus tradiciones, por moralmente incorrectas que estas sean.
Es el caso de uno de los entrevistados, que narrando su venida a Chile empieza a dar un discurso que pareciera ser sacado de un tratado colonialista del siglo XVIII, indicando que las mujeres árabes “no son como las de acá”, que las mujeres árabes son intrínsecamente mejores porque no estudian y sólo se preocupan por la familia. Hay otras frases para el bronce del olvido que son dichas a lo largo del documental, pero que no son puestas en duda ni comentadas por las imágenes del documental, sino que son miradas con nostalgia, como si ese estilo de vida retrógrado y absolutamente abominable sea algo que también formara parte de la memoria que se quiere rescatar cuando se quiere recuperar el territorio que claramente le pertenece al pueblo palestino.
Puede que el discurso esté relacionado estrictamente con algo de la edad de quienes son los sujetos del documental, de los primeros que llegaron a Chile y que formaron todo lo que tiene nombre “palestino” en nuestra sociedad, pero el documental debería ser un espacio en el cual se pongan en discusión ese tipo de términos y, sin perder de vista la finalidad, la visión respecto a lo que uno cree que es lo correcto. Las personas no son la causa, finalmente, y acá se confunde de una manera que quiere ser propaganda (palabra vilipendiada, pero que creo que debe revalidarse como una herramienta válida de discurso argumentativo), pero termina yendo en contra de la misma causa.
Sin importar la sangre, o las imágenes poéticas desperdigadas por los 50 minutos que dura la película, en Hamule, la memoria del exilio falta una visión política real, ya que se reduce a una crítica absoluta a Israel, sin miramientos a las profundidades mismas del conflicto, las que aún pueden verse y sentirse a través de los audios rescatados -sin duda lo mejor que tiene el documental-, porque hace que el espectador termine tomando una posición negativa. ¿Realmente queremos que en nuestro país quienes lleven la punta de la lanza en una posible lucha por el reconocimiento de Palestina, tengan una visión de mundo que atenta contra la libertad de todos?
Jaime Grijalba
Nota comentarista: 4/10
Título: Hamule, la memoria del exilio. Dirección: Mauricio Misle. Guión: Mauricio Misle, Simón Bergman. Música: Polo Gompertz. Intervención artística: Daniela Molina. País: Chile/Palestina. Año: 2015. Duración: 52 mins.