El viaje espacial (1): El recorrido no siempre es fácil

En cierto sentido, este documental se emparenta con los dos grandes proyectos de Mapa Fílmico de un país (MAFI); Propaganda (2014) y Dios (2019), tanto en lo formal como en lo ideológico. No es de extrañar considerando que Carlos Araya trabajó en la realización de ambos. Sin embargo, hay dos elementos en el tratamiento visual que las diferencia automáticamente: el uso de un objeto físico como guía del largometraje y la utilización de planos detalle. Araya trata de mostrarnos la relación entre espacialidad, movimiento, tránsito y migración. Entre bus, paradero, viaje, pasajero, espera y espacio de diálogo. 

Transitar. Aquella básica y -muchas veces- compleja acción es el centro del largometraje documental El viaje espacial, dirigido por Carlos Araya, quien presenta su idea desde un objeto base: los paraderos, figura que cualquier persona que viva lejos del centro político comunal, regional o nacional conoce muy bien.

Lo primero que salta a la vista es lo curioso del nombre. No es un trayecto espacial hacia a las estrellas o al cosmos; es espacial con relación al lugar en que habitamos. Literalmente es el recorrido -tanto físico como simbólico- desde un espacio a otro, expresado en planos estáticos del objeto central del largometraje, el que al mismo tiempo se posiciona en el centro del encuadre. Podemos ver este recorrido en el paso de una turista extranjera por el sur de Chile, así como en las conversas cotidianas que se dan en la espera del transporte. Incluso se puede observar en los deshabitados y abandonados paraderos de las zonas más extremas del país, donde la arena del desierto o la vegetación del bosque tratan de recuperar el espacio que consideran suyo por naturaleza.

Pero con el pasar de los minutos, la migración surge como la principal preocupación del director nacido en Calama, logrando escenas realmente memorables al respecto. Ejemplo de esto es cuando, en un paradero atestado de personas (vaya tiempos aquellos), vemos a un grupo de policías buscando a alguien. “¿Estás seguro de que era chileno?”, le pregunta el carabinero al aparente afectado. “Sí”, le responde mientras atrás, entre la masa humana, otro policía asusta y amenaza a un inmigrante haitiano con llevárselo detenido, cual gato persiguiendo a un ratón por mera diversión.

El tránsito, sin embargo, no se limita solamente a la migración, pues este se encuentra en todos lados. En el viaje de la casa al trabajo, en el carrete a las 12 de la noche y en la espera del bus que te lleva a conocer un nuevo destino turístico, todas escenas presentes en el documental. Si bien a ratos pareciera que abarca demasiadas temáticas quedando algunas aisladas como simples anécdotas, igual se dilucida un eje central que une todo. Araya trata de mostrarnos la relación entre espacialidad, movimiento, tránsito y migración. Entre bus, paradero, viaje, pasajero, espera y espacio de diálogo. Todo mediado por planos generales muy abiertos y estáticos del paradero, intercalado con eventuales planos detalle de objetos usualmente relacionados al viaje o a la migración: una carpeta de consultorio, un boleto de bus o el celular revisando la última foto de Instagram a la espera de que el vehículo parta.

En cierto sentido, este documental se emparenta con los dos grandes proyectos de Mapa Fílmico de un país (MAFI); Propaganda (2014) y Dios (2019), tanto en lo formal como en lo ideológico. No es de extrañar considerando que Carlos Araya trabajó en la realización de ambos. Sin embargo, hay dos elementos en el tratamiento visual que las diferencia automáticamente: el uso de un objeto físico como guía del largometraje y la utilización de planos detalle.

Sobre esto, podemos observar dos dimensiones del uso del paradero como elemento guía. El primero es el de explicar algo sobre el lugar donde se encuentra dicho paradero, ya sea la idiosincrasia de la gente que habita el lugar donde se ubica o el contraste geográfico entre un plano y el siguiente. En segundo lugar, se utiliza como pretexto para contar una historia sobre la migración o el viaje en sí de un modo similar al que Perut & Osnovikoff utilizan con Futbol y Chola en Los reyes (2019). Precisamente en esta forma de contar está el centro de la atención ideológica en la que Araya pone el foco, ya que el eje narrativo acerca de lo racista que puede ser la sociedad chilena, por desinformación o decisión, se encuentra en este tipo de planos/escenas.

Esto de ninguna manera quiere decir que la primera dimensión carezca de peso o sentido. Si bien hay escenas de este tipo que se hacen un tanto largas y pareciera que poco aportan narrativamente, estas son relativamente pocas. Aunque parece justo recordar que la producción de El viaje espacial no cuenta con el ejército de camarógrafos del que MAFI dispone. De hecho, los planos estáticos donde sólo se muestra un paradero vacío suelen decir mucho del lugar donde se encuentran, además de tener un gran valor estético. De esto habla el director en una interesante entrevista, donde reconoce que “la filmación de esos planos fueron una lucha constante entre el seguir filmando y el irse a la chucha. Hay una voz que te dice en la cabeza ‘tenís que cortar’, ‘esta hueá ya no da pa más’, ‘no va a pasar nada’. Pero tu tenís que persistir, porque algo va a pasar. Está la tensión, los personajes, ¡tenís que seguir! Como los Lumiere, cine primitivo. Un plano fijo y pico, el tren va a llegar”.

Una de las grandes diferencias con Dios es lo acertado del montaje. El director no fuerza la sucesión directa entre un plano y otro. Si hay algo que no se pueda unir narrativamente hablando, no se complica la cabeza en forzarlo, pero cuando realiza la conexión entre planos, es muy efectivo el efecto narrativo y simbólico que produce.

Pese a que se puede plantear que estamos descubriendo el comportamiento social de quienes viven en Chile, El viaje espacial no es un trabajo etnográfico donde el director se ha ganado la confianza de los sujetos filmados y por tanto actúan de forma natural, pero sí es un gran ejercicio sobre el comportamiento de las personas frente a una cámara. Por eso es interesante cómo algunos sujetos realizan determinadas acciones tras mirar directamente al lente que los registra, porque la cámara condiciona o, al menos, modifica las acciones de quien está siendo filmado.

El cierre del documental se puede leer como una declaración de principios. En él se está marchando por la muerte de Joane Florvil, mujer haitiana que murió en 2017 debido a la inoperancia y falla comunicativa de carabineros y funcionarios municipales, situación que culminó con la condena en contra de la municipalidad de Lo Prado por discriminaciones arbitrarias, lo cual es poco y nada considerando la gravedad de lo ocurrido. Pero el aporte de Araya al visibilizar situaciones cotidianas no es menor ya que, como en el documental se aprecia, aún estamos lejos de lograr que este tránsito sea justo y ameno para todas y todos.

 

Título original: El viaje espacial. Dirección: Carlos Araya Díaz.  Guión: Carlos Araya Díaz, María Paz González. Fotografía: Adolfo Mesías. Casa productora: María una vez. Producción: María Paz González. Montaje: Carlos Araya Díaz, María Paz González. Sonido: José Manuel Gatica.  País: Chile. Año: 2019. Duración: 62 minutos.