El Huaso (Carlo Guillermo Proto, 2012)
La muerte es la única certeza que tiene el ser humano. Pero hablar de ella en forma honesta, sobre todo dentro del grupo familiar, resulta por decir lo menos, incómodo. Es uno de los grandes tabúes de la sociedad moderna, negadora hasta el cansancio del deterioro, la vejez y la extinción. La ópera-prima de Carlo Guillermo Proto, El Huaso (2012), es un retrato intimista que narra el conflicto familiar que produce a partir de la decisión de su padre, Gustavo Proto, de quitarse la vida antes de que el Alzheimer termine convirtiéndolo en una carga para todos. Allí comienza la historia de este documental, filmado entre Canadá y Chile (lugar de residencia y origen de la familia). El relato, que parte con la promesa de adentrarse en un tema tan actual como la eutanasia, termina siendo un dispositivo que ahonda no sólo en la muerte, sino en las estructuras de poder dentro de una familia patriarcal (razón del título El Huaso), que determinan el actuar de sus integrantes.
Al igual que Hija (2011) de la directora María Paz González, El Huaso podría considerarse como una “obra terapéutica”, en donde el director utiliza las herramientas del documental no sólo para hablar de uno de temas sociales -como es la enfermedad y la muerte- sino también para librarse de ciertos fantasmas que lo rondan. Ambas historias parten de un relato que alejado de sucesos políticos o históricos recientes (como es el caso de El edificio de los Chilenos, que mezcla la historia personal con la Operación Retorno del MIR), sino que abre una puerta sumamente íntima a la mirada del espectador, confiando en que la identificación estará dada por abordar temas tan humanos como la relación entre padres e hijos y las miles de aristas que de allí de desprenden. La honestidad para enfrentar el tema es sin duda la principal arma para lograr una llegada real a la audiencia, que ve reflejada en las dinámicas familiares sus propios conflictos. Ese es el principal valor de esta historia: atreverse a abrir esa puerta con todo lo que ello significa.
Para lograr su objetivo, Proto genera una narrativa íntima y sicológica, en una atmósfera pausada, de imágenes estables y poco luminosas, que se enmarcan dentro del crudo invierno canadiense y del otoñal campo chileno. El Huaso no es en ningún momento un relato alegre, sino que está siempre teñido por una atmósfera reflexiva y doliente, lo que podría considerarse como un estado depresivo. La voz que elige para contar la historia principalmente la de su padre, que en un tono cadencioso y abatido, lee –desde una especie de carta póstuma- las razones que lo llevan a pensar que la mejor solución para todos es su propia muerte. Las conversaciones con su mujer, sus hijos (el propio director entre ellos) irán agregando nuevos elementos que complejizan aún más el relato: la historia del padre de Gustavo (abuelo del director) quién se quitó la vida dejándolos en la calle y su madre que murió víctima del Alzheimer.
A diferencia de otros documentales que tratan el tema del Alzheimer (Complaints of a dutiful daughter, de Debora Hoffman, 1994), la narrativa se aleja del deterioro de la salud y la cercanía a la muerte. Se trata de una decisión personal que va mutando desde lo racional hacia lo emocional e incluso lo depresivo del personaje principal, lo que complejiza la historia a medida que avanza. Él es un hombre de 58 años, rodeado de hijos y nietos, con una situación familiar sumamente estable y una salud hasta ese momento bastante buena, salvo por sus constantes crisis de ansiedad. Pese a ello, su decisión de quitarse la vida es constantemente debatida no sólo con sus hijos y su esposa, sino incluso con su nieto pequeño, que a partir de su corta edad es expuesto a los miedos de su abuelo. Esto genera roces y distintos puntos de vista, resaltando además las diferencias de género que se dan dentro de la familia a la hora de enfrentar el tema.
De esta forma, el título del documental, El Huaso, más que una característica de “hombre libre de campo”, es un reflejo de un patriarca tozudo, víctima y a la vez victimario (sea o no ese el deseo del director). La identificación del espectador, por tanto, salta desde el personaje principal hacia los secundarios, al empatizar mucho más con la carga que significa lidiar con un padre que quiere quitarse la vida. Se ven además estructuras familiares que tienden a replicarse en distintos niveles. La historia pasa, de esta forma, a ser un relato que se basa en lo psicológico.
La visión de Gustavo sobre su propia muerte es bastante personal. Está, por ejemplo, la clara contradicción entre su ferviente devoción católica en contraste con la idea del suicido (que es castigada por esta religión). El tema de la planificación de su muerte parece ser una idea que lo ronda a él como persona, producto de sus fantasmas, más que una decisión racional y generosa. Esto pone al espectador en jaque respecto de la empatía que tiene respecto de Gustavo y el respeto por su decisión, logrando así un entramado mucho más complejo. El espectador puede pasar de la compasión incluso a la rabia.
Resulta interesante adentrarse en la mirada de este director Chileno-Canadiense, hijo de inmigrantes económicos, que nos devela el imaginario que tienen respecto de Chile las llamadas “segundas generaciones”, el cual obviamente está mediatizado por elementos foráneos: de esta forma “El Huaso” se acerca mucho más a un cowboy triste y solitario, (del tipo Clint Eastwood) que al típico personaje del Chile central. Esto, sin duda, es el reflejo de un problema identitario que ronda a esta familia, respecto del tema de las raíces y la permanencia.
No hay una narrativa clara, eso sí, que permita entender concretamente cómo se construye el relato del director. No sabemos por qué la familia ha decidido contar su historia a la cámara (si todos están de acuerdo, si hay reparos) ni cuáles son las reglas, lo que siempre es útil a la hora de lograr verosimilitud. En el caso de El Huaso, el padre comparte con su hijo el rol del narrador. Sin embargo, tiende a poner límites para hablar del tema de su muerte. No quiere que se metan en su decisión. Pero entonces ¿por qué participa tanto de la filmación, incluso leyendo sus propios escritos? Ciertamente puede ser un elemento que agrega complejidad, ya que quien vea el documental puede sentirse, al igual que la familia, manipulado. (Sabido es que el suicidas actúa, no comentan sus intenciones. Quienes lo hacen, es como una forma de llamar la atención). Sin embargo, a veces desorienta y resta fuerza a ciertas escenas que podrían llegar a parecer demasiado preparadas (como los momentos de reunión familiar en que se aborda el tema).
El final de la obra es sin duda la mayor fortaleza de su narrativa. El último giro, entrega una enorme respuesta a este dramático viaje, que sin duda logra atrapar la atención del espectador y desarrollar reflexiones que van mucho más allá de la muerte, y que se relacionan con la forma en que construimos y vivimos nuestra propia historia, sobre la base de nuestros miedos, herencias y fantasmas.
Pilar Gil Rodrigo