El color del camaleón (1) : Cómo hablar de lo que no se habla

El documental que comentaremos nos trae a colación dos temas que parecieran nunca perder vigencia debido a sus profundas raíces para entender la constitución del Chile actual y la inacabada condición en la que se encuentra. La memoria y la violencia parecen ir siempre de la mano, en tanto la primera constantemente se encarga de traer a la palestra la segunda. Casi como enrostrándonos que, lamentablemente, la memoria siempre será patrimonio y herramienta de los vencidos, mientras que la Historia (con mayúscula) pertenece a los vencedores, a quienes debemos la violencia rememorada.

El color del camaleón es un documental intensamente personal que trata de la reconstrucción que hace Andrés Lübbert sobre lo que fue la vida de su padre Jorge Lübbert en los primeros años de la dictadura en Chile, antes de partir a Alemania Oriental y posteriormente Bélgica. El director relata cómo la relación siempre había sido distante entre él y su padre, dado la personalidad retraída y poco comunicativa del segundo. La comunicación se volvía aún más difícil cuando el tema trataba sobre los motivos que llevaron a Jorge a abandonar Chile. Y es que este, a los 21 años, fue reclutado por la dictadura para recibir entrenamiento militar, aprender técnicas de espionaje, armamento, tortura y manipulación, todo bajo extorsión y la amenaza de asesinar a su familia si es que no cooperaba con los organismos de inteligencia y represión del Estado. Ahora, a sus 60 años, Jorge se ha convertido en un camarógrafo de zonas de conflictos militares en el mundo y ha accedido, por medio de su hijo, a reconstruir un doloroso pasado al que esperaba nunca volver a mirar.

El documental está dirigido hacia Jorge, con quien el director constantemente dialoga frente a frente, a la vez que es también proyectado como futuro espectador del mismo, ya que muchos de los cuestionamientos que Andrés plantea en reflexiones tipo monólogo en off están específicamente dirigidos a su padre. Es por esto que la película es un producto narrativo bastante personal, no obstante es necesario hacer notar las implicancias que tiene sobre la memoria, la violencia y sobre poner en palestra que la dictadura no habría terminado. Esto último debe ser enmarcado en dos sentidos. Uno relacionado con la justicia ausente y la impunidad de agentes del Estado que violaron los derechos humanos bajo la dictadura de Pinochet y, por otra parte, el desconocimiento aún existente respecto a las redes y formas de funcionamiento que tenían los organismos represores entre 1973 y 1990, sobre todo la relacionada con la utilización de civiles como herramientas de inteligencia y represión.

Pese a estos temas inconclusos que El color del camaleón deja dando vueltas, lo interesante de la película viene a ser cómo por medio del documental se aborda un tema tan traumático y sensible para el protagonista, el cual no quiere hablar, en un relato que se articula en tres momentos que no son claramente delimitados, pero en los cuales existen secuencias e imágenes que ayudan a identificar su presencia. En un primer momento identificamos con claridad el silencio de Jorge frente al tema de su huida de Chile y todo lo que le aconteció aquí antes de partir a Europa. Se lo ve fumando un cigarro en un balcón en silencio y mirando la cámara de reojo, casi como ignorándola. Una actitud reacia a la cámara también se manifiesta cuando llegan a Chile y Andrés comienza a grabar. Jorge protesta porque ya empezaron a registrarlo, mostrando cierta incomodidad por el dispositivo fílmico y, quizás, por los temas por los que este se puso en funcionamiento, relacionados con un pasado oculto que ha mantenido en secreto durante demasiados años y respecto al cual no parece haber una forma sensible para abordarlo.

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El silencio de Jorge viene desde hace mucho tiempo, el director cuenta cómo desde los 19 años carga con esta historia en la cabeza sin tener resultados positivos por parte de su padre, por lo que decide concurrir a los archivos de la Stasi, el organismo de inteligencia de la ex República Democrática Alemana, en donde, sorpresivamente, encuentra un nutrido expediente acerca de Jorge Lübbert, a quien identifican como un agente de la DINA-CNI. En esta parte, podemos notar como hay forma de acceder parcialmente al pasado de Jorge sin que este tenga necesidad de hablar, pero el retrato que se hace de él no tiene completa relación con lo que oculta de su pasado y lo traumático de aquel. El silencio del protagonista se comienza a romper de manera corporal en Chile, cuando paseando por Santiago se encuentran con una marcha en conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado; aquí no puede disimular su emoción frente a los homenajes a los detenidos desaparecidos, rompiendo en llanto.

En este momento hay una escena bastante significativa para entender la actitud de Jorge frente a la cámara. Sentados en una plaza, el director le hace algunas preguntas con las que encuentra una respuesta y reacción recurrente: no forzar las cosas; porque hay un intento de hablar, pero que es siempre lento y lleno de retrocesos e inseguridades, como cuando alguien habla e inmediatamente se desdice poniendo en duda lo que acaba de decir. En esta ocasión es Jorge quien fotografía a su hijo y al camarógrafo que lo graba y sigue por todas partes. Luego la foto se nos muestra, y de alguna forma vemos con los ojos de Jorge cómo está siendo mirado, bajo la constante presencia de la cámara y su insistencia por entrar en el pasado.

A esta altura ya pasamos a un segundo momento en el relato, caracterizado por el intento de cooperación de Jorge por contar su testimonio, aunque siempre con frenos y sin muchos detalles. Se hacen recorridos por edificios, que el director deduce son reconocidos centros de detención y tortura en base a un documento que es la trascripción del testimonio de Jorge en 1979, en el cual narra lo que lo obligaban a hacer en Chile. La cooperación del protagonista se hace siempre con tropiezos, con diálogos cortos y excusas para no seguir ahondando en ciertos temas. Los lugares que visitan lo provocan, lo hacen recordar y revivir momentos oscuros. El punto más álgido de este recorrido se da en la ida al Servicio Médico Legal, cuando llegan a una habitación llamada “el anfiteatro”, donde Jorge solo mira desde la puerta y no se atreve a entrar. Es de pensar que allí aconteció uno de los episodios más terribles en la vida de Lübbert. Relata que vio cadáveres y abuso por parte de militares y, si bien son cosas terribles y violentas, dice que no contará más por respeto a las víctimas. Luego de eso se marcha por un pasillo sin mirar atrás. Esto sugiere que sucedieron cosas peores a las narradas por Jorge, que no puede -o no quiere- contar con sus propias palabras.

La idea de que está cooperando pese a no hablar mucho se puede entender de dos formas. Una por sus reacciones corporales frente a lugares que evocan ciertos recuerdos, y otra por no negarse a que un tercero grabe y narre su testimonio de 1979 transcrito en papel. Pese a esto, el episodio en el SML demuestra el tope de la cooperación de Jorge, por lo que se hace necesaria la entrada de alguien (se trata de Javier Rebolledo) como mediador del conflicto padre-hijo; quien además es capaz de poner en perspectiva el testimonio de Jorge Lübbert. Aquí ya estamos presentes en el tercer momento del documental.

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Nos parece que hay en la película un conflicto generacional respecto a la valentía entre Jorge y Andrés generado en la aparente ingenuidad del director y en consideración de los procesos de justicia y memoria en Chile relacionados con la dictadura y el nivel de violencia que esta fue capaz de ejercer. Son muchos los juicios inconclusos, miles los detenidos desaparecidos y abundantes los cómplices que no han sido procesados por su participación en la de violación a los derechos humanos, pero esta situación no es exclusiva de nuestro país. Son muchos los lugares donde los crímenes relacionados con DD.HH. no han sido suficientemente investigados y sancionados, incluso en Europa, por lo que no debería ser tan sorprende que el Estado chileno siga una política que -por desgracia- es bastante recurrente en el mundo. La ingenuidad pareciera hacerse virtuosa en Andrés debido a que se acompaña de valentía para enfrentar el pasado y un deseo por conocer lo que ocurrió, en especial con su padre. A su vez, la valentía se contrapone al miedo y desconfianza de Jorge en la actividad de escarbar y denunciar su propio pasado, aún se siente en peligro y teme que los militares puedan tomar represalias contra él y su familia si se enteran que ha estado hablando e investigando. Esta tensión nos parece pierde un poco de cuerpo cuando el director “actúa” frente a la cámara mientras se supone investiga, ya que se denota un poco forzada, al mismo tiempo que contrasta con la honestidad con que Jorge Lübbert expresa su incomodidad frente a los temas abordados.

Finalmente, nos parece que lo que El color del camaleón viene a poner en tensión es el discurso que ha tolerado la complicidad con la violencia de la dictadura. La posición de todos aquellos militares que se excusan, acusando solo haber recibido órdenes o haber temido por su vida si es que no cooperaban, tambalea cuando se los compara con la experiencia de Jorge Lübbert, quien logró resistirse a la cooperación y huir. Se erige una sombra siniestra sobre los agentes de la dictadura que hace enervar un discurso que, hasta ahora, ha sido más o menos consensuado en la no-responsabilidad de tales involucrados. Y es que, como dice el historiador Jacques Le Goff, la memoria, en su capacidad de conservar ciertas informaciones, puede actualizar impresiones o informaciones pasadas. En este caso, la memoria de Jorge ha abierto una nueva grieta hacia el cuestionamiento de la violencia y su “necesaria” aplicación por aquellos que dicen no haber podido negarse a su uso.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: El Color del Camaleón. Dirección: Andrés Lübbert. Guión: Andrés Lübbert. Fotografía: David Bravo. Montaje: Guillermo Badilla Coto. Sonido: Juan Pablo Manríquez, César Fernández, Maarten Leemans. Música: Alejandro Rivas Cottle. Producción general: Francisco Ovalle. País: Chile. Año: 2017. Duración: 87 min.