Blanco en blanco (1): Testigo ausente
Es la pregunta por la mirada que hay detrás de una cámara fotográfica, las motivaciones de quien mira, cómo llegó a retratar un hecho o una persona, qué lo llevó a disparar en un momento preciso que puede convertirse en parte de un registro histórico, lo que motivó al director Théo Court a realizar Blanco en blanco.
Blanco en blanco, del director chileno-español Théo Court, es una invención sobre la mirada que podría haber retratado la matanza selknam o un matrimonio forzado de una niña con un terrateniente que financió la colonización, en un paisaje extremo como Tierra del Fuego a finales del siglo XIX. Luego de un amplísimo recorrido por festivales internacionales de lugares tan lejanos como San Petersburgo, Bielorrusia o India, la ficción que le valió a Court el premio a la Mejor Dirección en la Sección Orizzonti del reconocido Festival de Cine Venecia en 2019, finalmente se estrenó en Chile de manera on line dada la permanencia de la pandemia y no en una pantalla de cine como su tremenda fotografía habría merecido.
Justamente, es la fotografía la gran protagonista de esta obra que le significó a Court siete años de trabajo, en que el fotógrafo Pedro (Alfredo Castro) llega a la hacienda de Mr. Porter para fotografiar a una pequeña niña que es la novia de este hacendado escocés omnipresente que decide los destinos de los mercenarios, al que nunca vemos pero que es el dueño de todo, incluidas las personas. Dado que las cámaras fotográficas de placa de aquella época no permitían una obturación y velocidad para captar el instante (que en la película se grafica con la cuenta de segundos en que la persona retratada no debía moverse), los fotógrafos hacían representaciones a posteriori de los actos, lo que obliga a Pedro a crear una macabra puesta en escena sobre los indígenas selknam, víctimas de un genocidio por parte de los colonizadores europeos.
Como fotógrafo de origen, que cursó en España antes de estudiar cine en Chile y San Antonio de los Baños en Cuba, Court reflexionó en su segundo largometraje sobre el impacto visual de las imágenes y la estetización de la crueldad al ver las fotografías del ingeniero rumano nacionalizado argentino Julius Popper, un cazador de indios que formó parte de la campaña de exterminio de la población indígena y que en su álbum fotográfico de la expedición describe el modo de vida indígena en textos y fotografías donde abundan los cadáveres de selknam. Previamente, el proyecto Blanco en blanco había comenzado a gestarse inspirado en el periplo que emprendieron por Punta Arenas y la Patagonia el pintor Pedro Luna y el escritor Enrique Lihn en los sesenta.
En una entrevista que tuve la oportunidad de hacerle, Théo Court señaló que buscaba poner al espectador como sujeto crítico o quizás volviéndose víctima o culpable de lo que mira. "Me interesaba mucho esa subjetividad que estaba observando el personaje", dijo Court. "Pedro como una especie de testigo ausente de la realidad. Somos cómplices a través de la mirada de las cosas, incluso a través de nuestra no-acción de lo que observamos y cómo vamos tiñendo esa propia realidad, volviéndola estética para ir nublando un poco lo que realmente ocurre en esas imágenes”. Es la pregunta por la mirada que hay detrás de una cámara fotográfica, las motivaciones de quien mira, cómo llegó a retratar un hecho o una persona, qué lo llevó a disparar en un momento preciso que puede convertirse en parte de un registro histórico, lo que motivó al director a realizar Blanco en blanco.
Asimismo, en esta ficción se plasma el interés de Théo Court por mostrar entornos atmosféricos donde el individuo está expuesto a un paisaje radical como en Tierra del Fuego; al igual como ocurre en una casona en decadencia en Ocaso (2010), su primer filme de ficción, plagado de texturas y de un tiempo que, ya transcurrido, parece haberse congelado en los colores ocres del adobe resquebrajado. Como heredero del cine de sus tíos maternos Juan Carlos y Patricio Bustamente en los ochenta con su poética visual del campesinado -con quienes se inició como asistente de dirección en una serie de cuentos chilenos en la región del Maule-, Théo recibió la influencia de esa mirada sobre la temporalidad y lo que se va desvaneciendo, que se va perdiendo por la modernidad y los personajes que quedan fuera del sentido de la realidad. El mediometraje Domingo de gloria (1980) de los hermanos Bustamante es una película que Théo suele revisitar por la materialidad, la textura y la forma de aproximarse a los habitantes del campo.
Blanco en blanco logra una atmósfera inquietante y desoladora, en esta ficción grabada entre la Patagonia chilena y Tenerife en España, que sin ser una historia sobre el genocidio selknam se vale de ese imaginario para denunciar el colonialismo y la asimilación cultural que sufrieron los primeros habitantes del fin del mundo. La imagen de un hombre selknam cubierto de plumas blancas resplandecientes que parece sacado de una ceremonia del Hain, se expresa como un momento místico en el paisaje patagónico en medio de la arremetida de los mercenarios que les cortaban las orejas y exigían un pago como parte del exterminio.
Por otra parte, son las fotografías a niñas (incluso desnudas) realizadas por el autor de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll, en el siglo XIX la referencia de la sobrestetización e hipersexualización a la que recurre Court para inspirar las agresiones que sufre Sara, la niña de apenas 14 años obligada a casarse a su corta edad en un matrimonio forzado.
Mandatado para fotografiar el casamiento de la pequeña con Mr. Porter (que nunca aparece, ni siquiera en su matrimonio), Pedro se obsesiona por retratar la belleza infantil de Sara tocada por la luz particular del fin del mundo, como último atisbo de la infancia antes de su matrimonio. Ella se convierte en el blanco de sus obsesiones en medio del paisaje salvaje, nevado y patagónico de ese mismo color. Pedro intenta erotizar a Sara bajándole el pabilo del vestido a los hombros o pidiéndole que se saque la ropa, tal como lo hacía el diácono inglés Lewis Caroll, que debió dejar de fotografiar a Alice (que inspiró la clásica novela de fantasía) por la preocupación de la madre de la niña por los paseos y sesiones en que el autor le pedía a sus pequeñas modelos que posaran “vestidas de nada”. Al respecto Court señala que es el espectador el que construye la perversidad de la escena, más que lo que realmente ocurre, haciendo responsable al que observa sin hacer un juicio de valor sobre lo que está mirando.
En Blanco en blanco Court se plantea cómo participamos de la representación de las imágenes y se cuestiona cuál es el límite de un artista al producirlas, mientras en Ocaso trabajó sobre la atmósfera de la decadencia. Para su tercera película, que ya está imaginando, el director chileno-español espera lograr un equilibrio entre sus producciones anteriores en cuanto a la forma de producción; un policial que luego cambia de género, que usará un formato híbrido entre Hi8 y 35mm para contar la historia de un poblado en el Maule, la misma cuna del trabajo de sus tíos Bustamante, que innovaron en el cine de autor chileno y su representación de la cultura campesina.
Título original: Blanco en blanco. Dirección: Théo Court. Guion: Théo Court, Samuel M. Delgado. Casa productora: El viaje films (España), Pomme Hurlante Films (Francia), Quijote Films. Fotografía: José Ángel Alayón. Montaje: Manuel Muñoz Rivas. Dirección de arte: Amparo Baeza. Música: Jonay Armas. Reparto: Alfredo Castro, Lars Rudolph, Lola Rubio, David Pantaleón, Alejandro Goic. País: Chile, España, Francia. Año: 2019. Duración: 100 min.