Reporte XXV Ficviña: entre la re-invención y la herencia

Ficviña busca su identidad y este año la dirección artística de Edgar Doll dio señales claras  que quiere consolidar un camino empezado el año pasado: mayor presencia de actividades académicas y de difusión, una competencia cien por ciento latinoamericana, y focos de interés histórico. Atrás quedó el tufillo pseudo glamouroso de años atrás, el mismo que acogotaba los cocteles con autoridades municipales el mismo que lograba que las películas fuesen algo secundario. A su vez, la pregunta por la identidad hoy de este festival, parece girar en torno al rumbo del cine latinoamericano, estableciendo con orgullo la marca de 1969 como el festival que dio punta de lanza al llamado “nuevo cine latinoamericano”, haciéndose cargo tanto de esta herencia como de la  posibilidad de una innovación crítica. Lo más nítido al respecto este año fue la presencia de Fernando “Pino Solanas” a quien se dedicó una retrospectiva bastante completa y quien dió a su vez una clase magistral. En un diálogo atento con  Doll, Solanas repasó en ella parte de sus planteamientos estéticos respecto a un “cine de fusión” y a la vez de compromiso político, así también se dio incluso el lujo de pelar a Piazzolla (“una persona poco culta”) y de despotricar contra el gobierno de Cristina Kirchner, en un tono impostado de molestia, arenga – y campaña- política que empañó en parte el encuentro. Un discurso que pareciera quedarse monumentalizado en la épica de una política sesentista.

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Todo lo contrario me ocurrió con Isaac León Frías a quien tuve el gusto de entrevistar, y quien presentó un libro que me parece que es un deber de leer “El nuevo cine latinoamericano de los sesenta. Entre el mito político y la modernidad fílmica”, especie de summa personal (de cerca de 450 páginas) que repasa desde un punto de vista privilegiado- quien vino a Viña el 67 y 69- los dilemas de los nuevos cines de los sesenta desde una postura aperturista y frontal contra el discurso político más cerrado. En una discusión imaginaria con Getino, pero así también con textos “clásicos” como son el de Zuzana Pick o los de Paranaguá, toma de este último el deseo de realizar una historia comparada del cine latinoamericano que dé cuenta de sus réditos, sopesando a distancia el canon y sobre todo sus exclusiones. ¿Tiene derecho el cine latinoamericano a una modernidad cinematográfica? ¿Es posible abrir el canon político hacia uno estético de reivindicación cinéfila? ¿Dónde podríamos realizar un “corte” en los nuevos cines? Son algunas de las preguntas que surgen al leer el libro, uno de franco diálogo y diría hasta necesario respecto de volver a revisar y abrir las discusiones del cine de la década del sesenta.

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Estas huellas de la herencia y la invención, estuvieron presentes en parte de la competencia, donde algunos “neo” clásicos como Barreto, Lecchi o Subiela (clásicos noventeros de Ficviña) competían con nombre “casi” nuevos o nuevos lisa y llanamente (Perrone, Said, Puenzo, entre otros). A su vez las propuestas que más me interesaron a su manera, dan cuenta de este “intertanto” del cine latinoamericano, sin duda Avanti Popolo de  Michael Wahrmann una película de corte más experimental- quizás la más experimental de la muestra, un filme donde viejas canciones políticas, filmaciones en super8 y una relación padre-hijo dan cuenta de una cierta poética espectral de la ruina. O el caso de la brasilera Memorias cruzadas de Lucia Murat que realiza una ficción argumental donde un grupo de padres e hijos militantes de izquierda debate sobre su memoria política y su lugar hoy en Brasil. Por su parte, otro grupo de filmes parece debatirse entre un realismo y un “dar cuenta” por vía de la ficción o lo documental de ciertos presentes conflictivos.  Respecto a políticas de identidad desde la mirada de un niño construyendo una alegoría política sobre Venezuela , por ejemplo,  Pelo Malo de Mariana Rondón.  O el caso del documental El gran pobre circo Timoteo de Lorena Giachino , un documental de corte más clásico pero que da cuenta de la sobrevida cotidiana del circo popular transformista desde la perspectiva de Timoteo el comediante,  o la cubana  Jirafas de Enrique Alvarez- quien ha venido antes a Ficviña- quien desde cierta cotidianeidad de un grupo de jóvenes retrata a una generación que se debate entre la angustia y la espera, entre una libertad precaria y la monotonía más absoluta, con un futuro que no se vislumbra nítido en la isla.  Cierta sutileza se recorta en las escenas finales de esta película que da cuenta de un momento presente en Cuba. Quizás en este mismo grupo El verano de los peces voladores de Marcela Said, su primera ficción luego de Opus Dei y El mocito, una película que hace ecos de La ciénaga de Lucrecia Martel, en un fundo sureño donde una joven de clase alta toma conciencia de la existencia del pueblo mapuche en el seno de una familia oligárquica. Con poco vuelo pero hermosa fotografía, la película pareciera estar a medio tono entre cierto clima Donosiano de decadencia y el “cine denuncia”  sin que quede claro finalmente el objetivo central del filme, crear una poética personal o iluminarnos con su –pongamos- discurso- pongamos- político.

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Un caso absolutamente aparte- por trayectoria, por todo lo que se ha escrito es P3nd3jo5 de Raúl Perrone cineasta de culto argentino con más de 30 películas, muchas de ellas ambientadas en los suburbios de Ituzaingó. Con P3ndejo5  Perrone pareciera querer re-inventarse, proponiéndonos una especie de opera cumbianchera donde no hay diálogos, aunque tampoco podemos decir que es una película “muda” debido al trabajo de sonido ambiente. 4 historias de adolescentes skaters, errantes, sin mucho destino, con mucho énfasis en la visualidad y cierta estética clipera que atenta en más de una ocasión con cierta dimensión trágica y redentora del cuerpo Pasoliniano al que se dice homenajear. Excesiva, extensa, ambiciosa por un lado. Por otro: osada, emotiva, experiencial. ¿La crítica? Dividida.

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Otro de los momentos relevantes de este año que confirma esta dimensión histórica fueron las actividades de rescate de archivos fílmicos, acompañados de un diálogo académico en el que me tocó participar. Este año dedicado a los 40 años del golpe, se repasó parte del programa ya exhibido en cineteca nacional, y algunas otras novedades como es el caso de Así nace un desaparecido de Angelina Vásquez,  hermosa animación tan expresiva como dolorosa y didáctica filmada desde el exilio, Toda una vida  (1980) dirigida por Luciano Tarifeño con fuerte presencia de Claudio Digirolamo,  parte de  un fenómeno que recién se encuentra en proceso de re descubrimiento respecto a la cantidad de películas realizadas bajo el alero de Ictus durante la dictadura, ficciones argumentales de interpelación comunitaria, en este caso una situación al interior de un manicomio donde fantasmas del pasado rondan una cotidianeidad de cuatro paredes entre enfermeras y el personaje alucinado de un loco interpretado por Nissim Sharim. Otras de las películas mostradas incluyeron Rebelión ahora (1983) de Rodrigo Gonzalvez y Huellas de sal (1989) de Andrés Vargas,  documentales de corte político filmados durante la dictadura, la primera una película abiertamente militante que coincide con el ciclo de protestas de 1983 y que sigue el camino emprendido por Pedro Chaskel en Chile. La segunda, en U matic realizada hacia fines de la década del 80 sobre la caravana de la muerte y las sombras de una memoria no resuelta, un documental testimonial y poético que utiliza el cross fading del umatic. Por último y enmarcada en la dictadura pero sin hacer referencia directa a ella Caminito al cielo (1989) de Sergio Navarro y Alejandro Elton, documental de carácter social sobre un grupo de jóvenes de población, que toma elementos del documental etnográfico para realizar un documental de creación y de marcada puesta en escena (interactivo para los Nicholsianos), que se mantiene fresco en su registro de época y modos de habla, así como en su forma cinematográfica, que posee tanto elementos del directo como del testimonial. Una mirada, además, directa, sin censura ni criminalización, ni mucho menos paternalismo, sobre la droga y la marginalidad.

Cierro con lo que alcancé a ver de la retrospectiva de Gustavo Fontán, un caso único de lo que conozco del cine argentino, que viene cerrando una trilogía en torno a una casa con La casa (2013), película de densa atmósfera de una casa en demolición, donde las relaciones entre lo visible y lo invisible, entre la abstracción y la concreción, lo difuso y lo objetual marcan presencia en lo que podríamos denominar como “documental experimental” y “sensorial”. Me quedó pendiente la muestra, pero me dejó muy interesado.

Por: Iván Pinto Veas