Informe Fidocs 2013: Documental francés, Cao Guimarães y más

Fidocs este año empezó con un síndrome bicéfalo que ya se está volviendo sintomático: el debutante director Ricardo Greene había insistido en distintas entrevistas en la impronta exploratoria que quería darle a la programación, abriendo la discusión sobre el estatuto de lo documental y la apertura de los cruces con la ficción y lo experimental. Durante la inauguración Patricio Guzmán (presidente de Fidocs) en una escueta presentación fue elocuente “no nos gusta mucho lo experimental”. El anuncio no sólo sonaba a advertencia, si no que representaba, quizás, el temor ante algo que pueda “salirse de madre” en el terreno documental (el “grado cero”, “la objetividad”) y tengo la impresión que a gran parte del medio del cine local no parece gustarle mucho la idea tampoco. Así visto, “lo experimental” aparece como un elemento amenazante. ¿Amenazante de qué? De la nitidez, el límite y el comercio.

Es cierto, Fidocs este año fue un laboratorio vivo de formas de expresión y Greene y su equipo quisieron, sin modestias, presentarnos un festival “modernillo”, más escueto, menos pop e incluso más académico. El público fue de a poco, y errores no faltaron (como la fatídica master class de Juan Carlos Rulfo con error de horario), a pesar de ello, no deja de llamarme la atención: las funciones de Guimarães -por mencionar un nombre significativo- fueron de menos a más; las Master class estuvieron llenas, incluso actividades de índole “reflexiva” tuvieron sala llena como la mesa de debate “ficción y documental” o la misma presentación del libro de Harun Farocki con lleno total, sumado al interés que causaron las mesas post La batalla de Chile, sobre todo con la presencia del “rock star” Gabriel Salazar. El público quiere: saber, conocer, pensar.

Sin duda que está todo en veremos, tampoco se sabe como siga y depende de varios factores. Lo cierto es que un humilde servidor se vio cerca de 20 documentales, y se apresta a hacer este informe.

 

Cierta afectación francesa

Los franceses, históricamente cartesianos, analíticos, parecen ahora obsesionados con el amor y la felicidad. Me pregunté si lo primero es algo realmente nuevo, si habrá influido en algo este textito de Badiou sobre que el cine puede filmar la pasión amorosa y la pasión militante. Alain Cavalier, cuyas últimas noticias hablaban de un profundo duelo donde la cámara exorcizaba a la muerte -Irene- parece hoy un niño encantado, enamorado hasta la locura de su mujer a quien dedica todo el documental La rencontre. En él vemos al principio un ejercicio de encuadre y composición. Cierta poética del “objeto encontrado” que Cavalier utiliza y ha utilizado para describirnos personajes y oficios en el pasado, y hoy, más bien los usa para hablar de su cotidianeidad. Lo cierto es que esa rigurosidad parece perderse desde la mitad del documental, loas mediante, donde terminamos enterándonos que hasta los pedos de su amada son maravillosos.

Filmar a los amantes, el “amour fou”: Caillat, otro favoriteado, entrevistado, siempre misterioso y novelesco, también se pasó al bando amoroso, con Une jeunesse amoureuse ("una juventud amorosa", en un juego cercano a Un amour de jeunesse, ficción francesa reciente que también aborda las pasiones juveniles). Si El caso Valérie puede entenderse como un merodeo en torno a la figura de “la desaparecida” y Tres soldados alemanes en torno al “anónimo” perdido en la Historia, Une jeunesse amoureuse puede figurarse como un ensayo novelesco en torno a “la ausente”. En su último documental Caillat repasa sus amores de juventud, que empiezan en el 68 y se prolongan por cerca de diez años. París como escenario de todas estas historias, ronda en la voz y la imagen, que se van contraponiendo con cartas y viejas fotografías. Caillat exorciza sus deudas con el pasado en cada caso, sus viajes, entregas, huidas y duelos, circulan como personajes: intelectuales egipcias, una chilena exiliada, una musa frágil a insegura que nos vamos figurando por el narrador. Verdadera cartografía pasional, Une jeunesse amoureuse puede entenderse casi como una versión documental de Garrel, con algo de Barthes y mucha novela. Caillat, al menos para mí, se confirma como uno de los mejores ensayistas-escritores del cine documental en ejercicio.

Otra cosa me pasó con La bonheur…Terre promise, de Laurent Hasse, con un buen arranque -el personaje después de un accidente decide lanzarse a recorrer y caminar por el interior de Francia- va desinflándose en la medida que aumenta primero la auto-afectación del narrador en el medio del paisaje y luego con el motivo central de la película, la pregunta a sus distintos encuentros acerca de qué es para ellos la felicidad. Cuando esto llega a París y se lo pregunta a quien parece ser un inmigrante marroquí, nos recordamos a Sylvain George y el verosímil se quiebra, se hace insoportable, de hecho.

Sin embargo, el documental de línea observacional y poético sigue siendo una marca registrada francesa. Antes que nada, ví La ley del colegio de Mariana Otero, serie documental de la década del 90 en torno a un liceo de Saint Denis -un barrio más “problemático”- donde un inspector debe lidiar con el manejo de los alumnos y distintos problemas que van apareciendo ante el atento lente de Otero. En una línea del mejor Depardon, y con cierta poética social-infantil que asociamos con Los 400 golpes, la verdad es que me dejó con muchas ganas de ver más documentales de la directora, a los cuales no pude asistir (se mostraban más documentales de ella, la programación Fidocs se me presentó como una golosina muy apretada y con mucha variedad, no siempre se acierta, pero es el juego festivalero, finalmente).

Ni hablar que la última de Nicolas Philibert, La casa de la radio es una joya, el director de Ser y tener, Nenette y tantas otras, es capaz de generarnos atención y entrega a universos sociales determinados, en este caso una radio enorme, con una cantidad de programas, locutores e ideas sobre la radio. El documental emana cariño por las ondas sonoras, la comunicación verbal y no verbal en las cuales una galería de personajes y situaciones nos configuran un universo loco, pasional y singular, donde el sonido y sus distintas formas de apropiación y reverberación es el protagonista. Un grande Philibert.

Guimarães héroe

Cao Guimarães era un misterio para quien escribe y dentro de los focos era quien más me inquietaba. No había visto Andarilho, sin duda, su gran obra, y apenas unos cortos. Tenía cierto temor de encontrarme con una experimentación fría y cerebral o con algo que me dejase afuera. No me pasó eso: Accidente, Otto, Andarilho y su programa de cortos me entusiasmaron al punto de querer entrevistarlo. Con la entrevista su obra creció mucho más y volví a ver Andarilho. Guimarães es un pintor, pero también músico y poeta. El mundo de los objetos, los paisajes, los pliegues, los rostros, le llaman profundamente la atención. Sus documentales pueden entenderse como “accidentes” que aparecen frente al lente, y la cámara tiene una capacidad enorme para transformar eso que filma en un hecho poético.

En Andarilho se trata de tres vagabundos que recorren las carreteras, Guimarães mantiene un “contrato intuitivo” con ellos, pronto, lo que vemos y escuchamos se transforma en un paisaje mental, un universo donde lo interior y lo exterior se confunden, donde el tratamiento visual y el retrato se confunden con la abstracción, y donde la pregunta por el devenir, lo abierto y la fragilidad de la razón aparecen con fuerza. Andarilho se entrega físicamente a este viaje, y nuestro viaje como espectadores a ratos roza esa experiencia de arrojo. Accidente es un cadáver exquisito con los pueblos de Minas Gerais, a partir de un mapa y el juego con las palabras, y con este dispositivo va a captar con el lente personajes, situaciones, fragmentos, detalles, rostros en cada pueblo. Otto es su última película, un documental extasiado frente al amor a su mujer y su embarazo. Reflexión material sobre lo fugaz y la intensidad del presente, es una película que bordea lo experimental, lo personal, lo poético.

Recortes sobre recortes

Como se puede ver mi grilla iba desordenada e intuitiva y este informe se parece a un ejercicio de jiu-jitsu. Dentro de los latinoamericanos y chilenos, evidentemente había visto El otro día, el cual ya comenté y que se avizoraba como ganador, y ví también Bela Vista, el cortometraje ganador, un ejercicio en torno a un edificio en un barrio popular de Brasil y la apropiación del espacio de parte de los habitantes. Agüero se repetía como protagonista con ¿Qué historia es esta y cuál es su final? de José Torres Leiva, entiendo que parte de una serie documental para televisión llamada Nada simple-todo simple. Aquí se trata de una conversación entre el propio Agüero y su montajista Sophie Franca en torno a su obra, realmente, en torno a sus momentos personales y las motivaciones de su filmografía a partir del visionado de fotografías. Con tacto y simpleza, el documental va intercalando escenas de sus documentales, generando una buena radiografía de su obra, aunque claramente la gracia del documental es el particular humor de Agüero, y su forma amena, novelesca de llevar el relato.

Quedé helado con Quiero morirme dentro de un tiburón, de Sofía Gómez. De a poco, el documental va inquietando hasta transformarse en algo devastador. Es el seguimiento de dos niños en un hogar de menores. Ella, Tania, una niña que ha cometido intento de suicidio y es sedada con regularidad. Él, Jeremy, un niño con problemas de conducta, pero con claros indicios de que algo más ocurre al interior del Hogar (no sabemos si violencia o presumiblemente abuso). Con un fuera de campo que va creciendo a lo largo del filme y una opción rigurosa por el encuadre, y la observación, Quiero morirme dentro de un tiburón gana con el punto de vista nítido, definido, y la opción de dar una mirada a un mundo donde necesidad, ternura y violencia se mezclan en un clima institucional opresivo.

Cierro con:

Museum Hours, de Jem Cohen era una de las apuestas fuertes del festival. Cohen había pasado la prueba en Chile hace un par de años con Sanfic y la función a la que asistí estaba repleta (ojo: cine experimental, repleto). Dentro de la cinematografía de Cohen es posible asistir a distintos “pactos” de verosimiltud, en este caso se acerca bastante al tratamiento ficcional de Chain, donde dos personajes se encuentran en un espacio determinado. En Chain el mall y los no-lugares, aquí un museo en Viena con obras de Brueghel. Dos personajes, una mujer y un guardia del museo empiezan a relacionarse. Entre medio, en un nivel ligado al encuadre y el tratamiento, Cohen realiza un ensayo visual sobre los límites del cuadro, la experiencia pictórica y el encuadre cinematográfico, donde el museo y la ciudad adquieren el protagonismo. Me gustó que se programara en Fidocs y entiendo por qué, yo la sentí un poco dispersa, deshilachada a decir verdad, y me quedo con el regusto que asistí a una “ficción” con escapes y salidas al ensayo visual y en tercera instancia al documental.

Fuck for Forest (Michal Marczak) y Corman's World (Alex Stapleton), dos de los documentales “hiteros” del Fidocs. El primero, un seguimiento de un grupo activista porno-ecológico. Jóvenes europeos, bellos y radicales, se toman fotografías y filman videos teniendo relaciones sexuales con el fin de juntar dinero para su organización. Su proyecto los lleva a una comunidad indígena en la selva de Colombia, donde toman peyote y son rechazados por la comunidad que lo que quiere es “trabajo”. Verdadera sátira de las ONGs y su mirada paternalista a las causas políticas, es un documental bien llevado con escenas hilarantes. Poco más. Corman's World es Roger Corman in situ, un biopic documental para la televisión, que tiene la buena gracia de utilizar fragmentos de sus películas muy bien escogidos para graficar su estética y rebeldía ante la perfección. Es un documental sobre su influencia tanto en el surgimiento del New Hollywood como el cine independiente americano que cierra, claro, con un reconocimiento del Oscar.