Informe XXIX FICVIÑA, 50 años (2): De traumas, pactos e imagen cruda: un anestésico visual recorre la pantalla grande

Un festival de cine se propone muchas cosas. Una es, proponer para resolver las eventuales inquietudes cinematográficas de su audiencia. Resulta un desafío año a año poner en cartelera la pertinencia y la agudeza, en contraste con los desafíos que la cultura impone, y dar paso a transformar la premisa de la creación de audiencias en una necesidad. Resulta complejo establecer si aquella conjetura, es la base que cimienta la organización de tan prestigioso festival, sin embargo, da la impresión que su motivación trasciende a cualquier análisis critico respecto a lo que desean proyectar, y lo que entendimos nosotros los invitados. Aun así, fue una grata experiencia. A continuación, comentaré dos documentales presentes en la competencia internacional: El pacto de Adriana de Lisette Orozco y La libertad del diablo de Everardo González

pactodeadriana

Los pactos invitan por lo general a un cuestionamiento. En ese caso, es un cuestionamiento familiar que surge a partir del descubrimiento, por parte de la realizadora Lisette Orozco – y su familia – que su tía Adriana, la “Chany”, perteneció a la DINA, la policía secreta del régimen dictatorial de Pinochet, responsable del exterminio de cientos de personas.

Esto lleva a Orozco a tomar la cámara como una necesidad para comprender las distintas aristas del caso que en concreto es una acusación de participación en tortura, iniciando así, un vertiginoso viaje documental, reflexivo y de completo auto cuestionamiento, en la que la realización misma se vuelve un posicionamiento que se vuelca en contra de su tía.

Los recursos utilizados en la producción resultan pertinentes. Las entrevistas a su tía e involucrados llevan el ambiente dramático de forma coherente con las necesidades que el mismo proyecto se platea; sugieren de manera consistente las distintas visiones, desde Chile y hacia Australia – país al que Adriana  Rivas se fuga – con la finalidad de exponer la desesperación que genera el relato, tanto en su realizadora como en su protagonista.

La película recurre constantemente el camino de la reflexión con la realización misma explorando con las sensaciones de dolor que proyecta la protagonista y  sus víctimas. Es una película que desprecia el hecho de aceptar, desde hace muchos años, que en Chile se torturó. Resultan interesantes los fotogramas donde se ve a Orozco sumamente afectada por el homenaje a Pinochet en el teatro Caupolicán; dentro de su investigación, quizás con el afán de comprender que en Chile si hubo un genocidio, la película transita por los horrores de la extrema derecha, sin una postura clara.

Participar de su proyección es un arriesgado juego ético, comprendiendo que muchas veces las temáticas, si no son abordadas con responsabilidad, pueden sobrepasar los limites de lo cinematográfico.

Lo cierto es que, Adriana fue una agente de la DINA. Lo concreto es que la realizadora busca a toda costa comprender el hecho, del porque, su tía no lo reconoce, y en ese transito, el relato se despedaza perjudicando la posibilidad de acercarse a la historia, y su fuerza.

Al finalizar, las posibilidades de empatía con el relato se destruyen. Gana la manipulación de los personajes, y en una revisión del trayecto de la película, la sensación es de total desamparo desde la visión subjetiva y familiar que la película propone.

Sin embargo, creemos es una película pertinente con su objetivo, alejada de querer expresar estéticamente mas de lo que se propone. No desea ser mas de lo que es: un documental acerca de una torturadora prófuga y de su familia, y eso se agradece.

Por otra parte, La libertad del diablo es un documental en donde se exponen las distintas visiones de la violencia contra el narcotráfico y el sicariato. Es una película que se ancla en las distintas visiones testimoniales de sujetos que vivieron – y viven – el aniquilamiento de los carteles que, instalados en sus pueblos, determinan el cotidiano de toda su comunidad.

El desarrollo criminal, expuesto en la película, esta sujeto a convivir en total impunidad; entre muertos, policías, y narcotraficantes, se determina el enfoque de la violencia, que en todos los casos, esta destinada a la gente pobre: familias enteras asesinas por el narco estado con amparo tácito de las instituciones policiales y del ejercito. El relato es ensordecedor.

La película instala sus decisiones estéticas con la finalidad de resguardar el anonimato de los testimonios, pero posiciona su visualidad por encima de la crueldad de sus historias. Las máscaras utilizadas no filtran el sufrimiento de la gente que, al recordar los momentos mas crudos, llenan de lagrimas el recubierto de sus rostros: la miseria cubierta en estética banal, con la idea de llenar cines para la satisfacción de una critica, no debe ser el objetivo de los festivales.

El testimonio de los sicarios vuelve lo dramático en insensibilidad visual.  Los detalles de producción y motivación artística – que insistimos, trasciende a las historias y la gente  - re afirman el hecho de que La libertad del diablo no proyecta las historias crudas y dramáticas de los narcos estados en México como una posibilidad de comprensión humana, sino que es una forma de acercarse, desde los ejes y elementos que ofrece hoy la producción de una película, a las distintas historias de sangre que ofrecen los pueblos del país vecino.

Apunta a una insensibilización de los relatos, y resulta imposible no preguntarse sobre los mecanismo de producción, y si acaso los involucrados rescatan algo del film, al verse en pantalla grande.  La única posibilidad que tenemos como espectadores, al ver una película como La libertad del diablo, es comprender que aquella miseria disfrazada con mascara y paletas de colores, no es muy distinta a la de los asientos de cine en la que vimos  la película.

Las dudas surgen a partir de lo que uno busca principalmente en el cine. Para mi, ambos documentales se nutren de historias complejas - en niveles distintos, desde lo narrativo hasta la potencia de los relatos – para consolidar un proceso particular. En el caso de El pacto de Adriana, es generar desde la compleja y violenta historia de su tía, una película en la que finalmente, nos quedamos con la desesperación de su realizadora en el transito de producción de la misma. Y en La libertad del diablo, a partir de las historias de violencia,  la finalidad de insensibilizar a las audiencias lo que lleva al documental como una mera herramienta de visibilización de problemáticas y no de posturas frente a los acontecimientos.