Informe XXIV Fidocs (3): A imagen y semejanza. El aura de la copia

Toda la película está compuesta principalmente por planos detalles de los objetos manufacturados y de las manos que las trabajan, mientras escuchamos ocasionalmente fuera de campo las conversaciones de quienes poseen esas manos, pero, por sobre todo, el sonido que emiten las herramientas y utensilios en el proceso de manufactura. Poco a poco la riqueza de este tratamiento estético va tomando forma en la misma medida que lo hacen las réplicas, e hipnóticamente como espectadores nos sumergimos en un mundo de objetos, herramientas y sonidos.

En su reconocido ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Walter Benjamin señala cómo la entrada de técnicas y métodos de reproducción en el campo del arte han despojado a la obra misma de su aura. Benjamin entiende el aura como “la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar)”, una especie de encarnación de autenticidad y tradición presente en la obra original. Para Benjamin este despojo del aura tenía un potencial liberador: la obra de arte ya no estaba sometida al ritual religioso y perdía todo valor cultual, ganando uno exhibitivo (según esto, el cine sería el arte insigne de su época). En A imagen y semejanza (2019), primer largometraje documental de la directora argentino-inglesa Jessica Sarah Rinland, que recientemente fue exhibido en la vigésimo cuarta edición de FIDOCS, la inquietud parece estar puesta en la restitución del aura, pero no a la obra original, sino que a su copia.

El argumento del film es sencillo: seguimos minuciosamente el proceso de confección de réplicas de objetos de interés museológico tales como un colmillo de elefante -el objeto central de la película -, vasijas ancestrales o una caja de madera con ornamentos. El trabajo es llevado a cabo por conservacionistas, tanto de objetos de origen natural como humano, en diversos museos e instituciones del mundo.

Toda la película está compuesta principalmente por planos detalles de los objetos manufacturados y de las manos que las trabajan, mientras escuchamos ocasionalmente fuera de campo las conversaciones de quienes poseen esas manos, pero, por sobre todo, el sonido que emiten las herramientas y utensilios en el proceso de manufactura. Poco a poco la riqueza de este tratamiento estético va tomando forma en la misma medida que lo hacen las réplicas, e hipnóticamente como espectadores nos sumergimos en un mundo de objetos, herramientas y sonidos.

Pareciera ser que somos partícipes de un meticuloso ritual, incluso casi de carácter religioso. La cámara es totalmente seducida por las réplicas en construcción, por los detalles y las meticulosas manos que los trabajan. Podemos auscultar a través del lente cada detalle de los objetos, nada le niega el objeto a la cámara, salvo su verdadero origen, puesto que pronto perdemos noción de cuál es el original y cuál es la copia.

Volviendo al planteamiento inicial, si para Benjamin la reproducción técnica de la obra de arte la liberaba de su aura y su dependencia de un ritual, en A imagen y semejanza Jessica Sarah Rinland realiza una operación restitutiva del aura, pero esta vez, en la copia. Asistimos a este ritual y somos partes del trance que muchas veces es acompañado de sonidos tribales y salvajes de fondo. Solo hacia el final de la película podemos observar a los seres humanos unidos a esas manos que cadenciosa y minuciosamente daban luz a las réplicas. Al terminar su horario laboral los vemos brevemente liberarse de la especie de hechizo al cual han sido sometidos por sus creaciones, como si las réplicas les dieran finalmente la libertad para respirar o fumar un cigarrillo viendo el paisaje.

Filmada en 16mm, A imagen y semejanza resulta ser una placentera experiencia audiovisual, cuyas reflexiones e inquietudes sobre el original y la réplica no conllevan al sacrificio de la dimensión estética, al contrario: es precisamente en esta última donde la reflexión se hace posible. En una época donde la copia (entendida como práctica y como objeto) se ha vuelto universal y cotidiana, A imagen y semejanza puede presentarse como una oportunidad para experimentar e interrogar el lugar desde el cual interactuamos con los objetos y de qué forma ritualizamos nuestra experiencia entorno a ellos.