Informe XXIII FIDOCS (3): La Ciudad Oculta. La sinfonía de un no-espacio
A lo largo de toda la película la cámara mantiene una distancia magnética con el mundo retratado. De a poco, la imagen fragmentada se va haciendo más sólida, habitando empoderada este espejo citadino que dotado de dimensionalidades va creando un mundo suburbano. En esta lógica, el documental se aferra a lo observacional para ficcionar un espacio que se apega a lo real pero que no puede contenerlo y no le interesa hacerlo. Y es en esta vorágine donde la cámara va evidenciando su búsqueda por separarse, de esconderse y revelar desde un punto de vista privilegiado las peculiaridades del no-espacio.
El espacio ha sido una búsqueda de representatividad recurrente en el cine. De hecho, la realización de una película es una búsqueda espacio-temporal en donde el cineasta decide su destrucción, para luego elaborar una reconstrucción ficcionada de ese espacio fílmico.
En la última película de Víctor Moreno, La Ciudad Oculta (2018), el espacio se instaura como tema desde el primer momento, no por su desarticulación cinematográfica, sino más bien, por su invención a través de las posibilidades que permite dicho espacio. La película inicia con esa búsqueda: donde el encuentro con las imágenes sonoras abren la puerta a un imaginario espacial para luego revelar el origen de la imagen, unificándose a la perspectiva del lugar representado. Sin embargo, la sensación de un “no-lugar” queda determinada desde su inicio, gravitando a lo largo de toda la película por los canales inconscientes.
Para la realización de este documental, hubo dos piezas claves: los viajes en metro donde la oscuridad es una presencia dotada de cierta materialidad -tal vez conocida- y, por otro lado, la ciencia ficción como creación de un espacio intangible. Bajo este marco, la película se va articulando: la cámara reposa en la oscuridad revelando de a poco a los enseres que habitan el subsuelo mientras que el ruido empieza a transformarse en una sinfonía que nos saca de esa espacialidad conocida para resignificar el todo de lo que nos está mostrando Moreno. Túneles, cañerías, paredes, máquinas, movimiento, hacen de este no-espacio un lugar que se pertenece a sí mismo, que se sitúa en todas partes y al mismo tiempo en ninguna.
A lo largo de toda la película la cámara mantiene una distancia magnética con el mundo retratado. De a poco, la imagen fragmentada se va haciendo más sólida, habitando empoderada este espejo citadino que dotado de dimensionalidades va creando un mundo suburbano. En esta lógica, el documental se aferra a lo observacional para ficcionar un espacio que se apega a lo real pero que no puede contenerlo y no le interesa hacerlo. Hombres en trajes, hombres trabajando, máquinas, desechos de un cotidiano, animales y seres marginados, un mundo creado por el humano para luego deshabitar ese espacio y volver a habitarlo, siempre distante, siempre en tránsito. Y es en esta vorágine donde la cámara va evidenciando su búsqueda por separarse, de esconderse y revelar desde un punto de vista privilegiado las peculiaridades del no-espacio.
En relación a este punto de vista, o si se quiere, a la mirada estetizada que nos hace tener Moreno sobre lo que vemos, hay una búsqueda entre la nostalgia, el imaginario y un no-lugar: planos despojados de simbolismos, materialidad en estado pura que se representa a sí misma y abre el universo de este mundo oculto, para luego salirse y yuxtaponerse en el mundo humano. En este gesto, para mí, hay algo que no resulta del todo coherente que, sin embargo, para el realizador es una búsqueda necesaria: dotar este mundo transitorio de atemporalidad y ritmos para luego romper la imagen y volver a entrar.
Una vez que la sonoridad se impregna en el espectador, la imagen se vuelve un viaje, una espera. Los planos fijos esconden una mirada curiosa, van recorriendo túneles, cañerías, alcantarillas, tuberías, manteniendo distancia entre el mundo inventado y el del espectador -el que sucede fuera de la pantalla-; es por ello que cuando la cámara sale de ese estado buscando mirar desde afuera el mundo subterráneo, el ritmo de la película cambia, el mundo de los objetos cambia y, por sobre todo, el no-espacio se desvela como una ficción.
De esta forma, la parte final de la película resulta interrumpida, porque en esta conexión de ambos espacios surge una tercera -y aparentemente imprevista- conexión que se complementa con la mirada externa del espectador. Bajo esta mirada se va rompiendo la imagen pese a la resistencia que esta tenga; la metáfora ya no es una posibilidad y el retorno del viaje es acusado por el cierre de sus puertas. El universo se ha trizado y por más túneles, máquinas, paredes y enseres que sigan siendo la obsesión del encuadre, el humano como forma simbólica ya se apoderó de ese espacio infinito.
Título Original: La Ciudad Oculta. Director: Víctor Moreno. Guión: Víctor Moreno, Rodrigo Rodriguez, Nayra Sanz Fuentes. Fotografía: José Alayon. Montaje: Samuel M. Delgado, Víctor Moreno. País: España, Francia. Año: 2018. Duración: 90 min.