Informe XXII Ficvaldivia (4): Cuentas regresivas, juegos de archivo y ensoñaciones
Cuentas Regresivas
Sergio Oksman, brasileño radicado en España que codirige O futebol junto a Carlos Mugnira, quien no ha visto a su padre hace más de 20 años y le propone a este viajar a Brasil para el mundial y ver juntos cada partido, si bien el encuentro entre ambos es real, tanto la filmación como el calendario mundialero son arquitecturas pre-estructuradas. Entre el estado detención temporal que parece imponer el espectáculo futbolero y la planificada puesta en escena del proyecto pareciera que la clave del film, toda su intención y voluntad, está abocada al control del tiempo.
Por medio de un montaje en que lo evidente (los partidos) y lo dramático (el reencuentro) son dejados de lado, se da espacio para que una intimidad más soterrada y anclada en la vida cotidiana rellene con su propio espesor y tempo aquellos vacíos. Entre los bares y televisores antiguos en que van viendo los partidos, o en auto de Simao donde se suceden variados trayectos, filmados de modo tal que otorgan al espectador un espacio para cohabitar esos días junto a ellos, sentados en el asiento trasero del auto, observándolos en sus rutinas, desde un punto externo pero lo suficientemente cerca para que a través de las conversaciones sueltas de las que vamos siendo oyentes nos permitan acompañarlos durante este periodo.
Pero este fino control deja espacio para que algo más que el espectador se cuele en el film, ante este doble control el azar irrumpe y hace de las suyas introduciendo quizás la forma más absoluta de posesión del tiempo, la muerte, que llega inesperadamente y se lleva como escribió Auden silently and very fast a uno de los personajes. La intención por controlar el tiempo se convierte, sin quererlo, en una cuenta regresiva, el cese total, real, íntimo y devastante. Solo quedan cajas, cajas y cajas de los crucigramas que durante toda su vida completó y fue acumulando Simao, las palabras sueltas rigurosamente anotadas en cada casilla, infinitas posibilidades cuadriculadas, múltiples lecturas, una manera particular de ver el fútbol.
De cuentas regresivas y pérdidas también nos habla el nuevo film de Jem Cohen, el primero de sus trabajos con material filmado digitalmente tiene quizás un intercambio de esa poética del celuloide por un poética de lo personal: el archivo personal digital, a través del retrato de personas, animales, paisajes y política de diferentes lugares del mundo por donde estuvo Cohen, Nueva York, Moscú, San Petersburgo, Estambul y Portugal, durante un periodo de tiempo que va de 2012 al 2014, establecen interacciones y modos equivalentes en Counting.
Compuesto por 15 capítulos disímiles que se suceden como instantáneas sueltas, entendemos de pronto que son algo más, es más que un filme ensayo, sinfonía o diario de viaje, es también algo así como una carta de despedida. Es también ese periodo el tiempo de la agonía, no es la pena ni la emoción que produce ésta, sino la visión que la acompaña, lo que fue viendo, viviendo, visitando, sucediendo durante una larga espera, dos años retratados en las instantáneas que deja el paso de los turistas durante una hora en plaza de Moscú, unos minutos de las protesta por el Occupy Wall Street, una hora del reflejo de los transeúntes en las vidrieras de una esquina de Manhattan, en el momento en que la luz de la tarde entra y pinta con sus colores y forma su departamento en Nueva York. Contar es también congelar como lo es filmar, retratar, archivar. Filmar lo que sucede, contabilizar una espera, congelar una despedida.
Exploraciones estéticas desde archivo
Destacables en términos de uso y apropiación del archivo encontramos también Beyond zero 1914-1918 de Bill Morrison, en donde a partir de found footage del periodo de la primera guerra mundial trabaja rescatando e interviniendo las imágenes de 35mm, montadas como un todo dialogante y, a través de una banda sonora creada para el film (interpretada por Kronos Quartet), conformando un relato actual pero contundente sobre aquel hecho histórico. Por otro lado, y dentro de la competencia internacional, se presentó Une jeunesse allemande de Jean Gabriel Periot, del que escribimos para el BAFICI, sobre la radicalización de la RAF del Ejército Rojo durante la posguerra alemana. Por su parte, Travis Wilkerson nos hablaba también desde la mirada política del problema de la radicalización, la militancia y el amor. En Machine gun or typewriter? se nos presenta como una radioemisión clandestina, con una narrativa atrapante y desesperada de su conductor en búsqueda de su amor perdido, una militante que se radicaliza a la luz de las lecturas de Ulrike Meinhof y del acontecer político en Los Ángeles, pero su historia de amor se entrecruza con la del movimiento de ocupación en L.A. y una serie de ataques de bombas en la ciudad. El supuesto programa y film, con rasgos de un noir desde la clandestinidad y contrapropaganda, comienza a teñirse de docuficción cuando el mapa de su relación es también el mapa de las bombas. Una construcción asombrosa en términos fílmicos e inteligente respecto a los dilemas que trata, tremenda película como varias otras que posicionan a la sección de Nuevos Caminos al mismo nivel e importancia de la Competencia Oficial, donde además sus bloques programáticos están pensados en forma dialogante como propuestas o juegos de lecturas, como este trabajo de Wilkerson proyectado con Chums from Across the Void de Jim Finn que, siguiendo su delirante humor y crítica política, nos presenta una suerte de programa de autoayuda comunista con toques new age y una estética kitsch, para encontrar nuestro Trotsky interior. El comunismo también como un objeto de consumo disponible para tu confort espiritual. En ambos se incide sobre la cuestión sobre la militancia, una desde una falsa historia de amor, la otra desde la falsa ideología mindfulness.
Ensoñaciones
Cementery of splendour de Apichatpong Weerasetakul nos presenta un hospital temporal en donde se encuentran internados casi una decena de exmilitares (protagonistas recurrentes en sus filmes) que padecen una extraña enfermedad de sueño, además, bajo el cuidado del mínimo personal, se encuentran Keng una joven que se presenta como medium y ayuda a la gente a dialogar con los soldados perdidos en su sueño profundo, y Jenjira una mujer de edad y con una pierna coja que se encariña con uno de los soldados al que nadie viene a visitar, Itt (Banlip Lomnoi, quien protagonizó Tropical Malady).
El estado de estos soldados narcolépticos, muertos en vida, se debe, como nos enteramos gracias a Keng, a que el hospital temporal donde se encuentran, que es en verdad una escuela abandonada, está construido sobre un cementerio de reyes antiguos que continúan en otro tiempo luchando sus batallas con las energías de estos jóvenes.
Sueño y vigilia, muertos, espíritus y vivos, temporalidades otras se cruzan en un film con apariencia realista que introduce casi naturalmente la presencia de los espíritus que exige del espectador una atención y paciencia sostenida entre la cadencia de sus imágenes y una visión más bien quieta del mundo, que otorga de hermosa manera una recompensa a quien se deje llevar por el film (al ritmo de esta canción https://www.youtube.com/watch?v=c8xZwLC9AZs), cayendo en un ensueño en que mitos, sueños y realidad se mezclan, confunden e interrogan. Tiernos personajes, retratados con sinceridad y naturales cuotas de humor la sitúan como una de las películas más entrañables del certamen.
También una suerte de ensoñaciones audiovisuales eran las potentes Bella e Perduta y Kaili Blues de la Competencia Internacional. La primera comienza con el encuentro entre Thomas Cestrone, el cuidador del abandonado palacio de Carditello, y un pequeño búfalo que ha sido abandonado a su suerte en medio del campo, al que recoge y adopta. Por las vueltas de la vida, a pesar de ser la vida del búfalo la que estaba en peligro en un comienzo, Cestrone muere la nochebuena de un infarto y es nada más que un Pulcinella quien se hace cargo del animal. Comienza así una fábula narrada desde el búfalo que nos muestra el impacto del desastre ambiental que viven algunos sectores de Italia y nos habla además de un mundo animal también afectado por las dinámicas del mercado que reivindica su propia voz. Una manera de revelar a nivel cinematográfico aquello que permanece invisible en el debate público, una muestra de lo que Pasolini llamó cine poesía dispuesto al servicio de un análisis político. Un búfalo que habla y que se convierte ante nuestros ojos, sin siquiera darnos cuenta, en un personaje.
En Kaili Blues, opera prima del director chino Gan Bi, Chen Sheng un doctor que sale después de años en prisión con un dudoso pasado dedica su tiempo a cuidar de su sobrino, el pequeño Wei wei, un niño obsesionado con los relojes. Una vez que este desaparece, y con el antecedente de que su padre, quien lo descuida y ha abandonado regularmente, amenazó hace poco con venderlo, Chen parte en su búsqueda hacia las orillas del río Kaili, ubicado en la montañosa provincia de Guizhou. En este lugar el tiempo pierde su linealidad encontrándose Chen con su hijo ya adulto, su esposa muerta y otros recuerdos pasados y futuros.
Estos flujos de tiempo se combinan además en un plano secuencia de 40 minutos, el cual recorre cortos trayectos entre los montañosos paisajes de esa región, montados en motos o en la parte trasera de una camioneta; sigue a los personajes por el pueblo, entra y sale de distintas casas, cruza el río en bote. Un ensueño que otorga a la película un carácter sensitivo y elevado cuasi budista donde, a través de un dispositivo cinematográfico, se unen pasado, presente y futuro.