Informe XXI BAFICI (2): La urgencia del pasado

El inevitable y vertiginoso paso del tiempo es una preocupación que se agudiza en las y los realizadores (y en los seres humanos, en general) a medida que envejecen, probablemente en el apuro por dejar plasmados en los filmes aquellos motivos que la sabiduría de los años o la urgencia de una mirada de autor les exigen. Una Agnès Varda que en su último documental repasó las motivaciones artísticas de su obra en Varda por Agnès, estrenado en la 69 edición del Festival de Berlín -que la homenajeó algunas semanas antes de que a los 90 años dejara el plano material- o El libro de las imágenes del nonagenario Jean-Luc Godard, un videoensayo con fragmentos de películas en que revisa parte de la historia cinematográfica del siglo XX deconstruyendo el lenguaje cinematográfico a través de las imágenes y mirando oriente sin los prejuicios de occidente, dan cuenta de esa pulsión por seguir creando hasta que la vida (o la muerte) lo permita, tal vez con la conciencia de que las películas permanecen más allá de sus creadores.

La sección Trayectorias de la vigésima primera edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) estuvo marcada por un sentimiento nostálgico por el pasado, de realizadores que llevan gran parte de su vida en el cine. Nombres de consagrados como el productor y director Peter Bogdanovich (79 años), Werner Herzog (77 años), Peter Jackson o Wang Xiao-shuai, cada uno a su modo, hicieron homenajes a pioneros del cine, a líderes que cambiaron el curso de la historia, a hombres jóvenes que pelearon una guerra que no era suya o a los cambios culturales de una potencia que aún no se decide entre el comunismo y el capitalismo, con la perspectiva que dan los años y haber nacido en el siglo XX y vivir la última etapa de la vida en el XXI.

El trabajo de invaluable restauración que realizó el director neozelandés Peter Jackson en They Shall Not Grow Old, supera con creces la aplicación de una fantástica y trabajosa técnica de coloreados de imágenes de soldados de la Primera Guerra Mundial de una película de cine bélico, para revivir las historias de hombres jóvenes de hace cien años, a los que la guerra no les permitió envejecer, como si hoy estuvieran en el frente.

Aplicando técnicas 3D y agregando color a los fotogramas de archivos de la época con voces en off de soldados actuales, el director de El Señor de los Anillos logra transportarnos en el tiempo y volver a la vida a través de testimonios, los rostros y cuerpos de los conscriptos que se alistaron en el ejército con 14 años, aunque el mínimo de edad era 18 (“salga afuera a cumplir años”, les decían para que entraran a reclutarse nuevamente diciendo que tenían la mayoría de edad); los que perdieron sus dedos por la gangrena cuando el invierno inundaba las trincheras y no podían sacarse las botas; de los que el ejército les exigía lustrar sus botas cuando apenas les quedaban zapatos que calzar o afeitarse para prepararse para el frente de batalla, en el absurdo de la guerra.

Las personas que experimentaron la guerra no vivían en un blanco y negro silencioso -reza la presentación de la película- y Jackson logra rescatar el found footage de inicios del siglo XX con tecnologías del siglo XXI, devolviéndole el color de la vida real y convirtiendo en una experiencia profundamente humana un conflicto completamente inhumano que cambió el rumbo de la historia mundial. Si la tecnología digital de Jackson construyó mundos mágicos y épicos ejércitos en sus películas anteriores, en They Shall Not Grow Old ésta le permite construir un archivo histórico de una época donde la épica está en las historias humanas de hombres a los que no les fue permitido envejecer. La lucha ya no es contra los orcos de la Tierra Media, sino contra la propia barbarie humana en el primer conflicto bélico global, que cumplió su primer centenario.

La línea del tiempo avanza hasta finales de siglo XX, para posarse en otro hito histórico que puso fin a la Guerra Fría y a la visión bipolar, en que Estados Unidos y la entonces Unión Soviética se dividían el mundo geopolíticamente: la Perestroika y la Glasnot del líder Mijaíl Gorbachev, que impulsó las reformas para la apertura del bloque soviético. Meeting Gorbachev, de Werner Herzog, sin innovar en lo formal (es un documental clásico basado en entrevistas) muestra la claridad y agudeza política que a sus 88 años mantiene quien fuera el último presidente de la URSS, marcado (literalmente, con su mancha en la frente) para llevar adelante la mayor revolución desde 1907, que sin derramamiento de sangre finalmente terminaría con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

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Herzog presenta a un Gorbachev que mantiene vívidos los recuerdos de los hechos políticos que permitieron el fin de una era, que en su reflexión reconoce que tal vez debió haber sido más duro con Boris Yeltsin (que acabó con el régimen comunista soviético, cuando Gorbachev sólo quería reformarlo) y que al pensar en su epitafio toma prestada la frase dicha por un amigo: “lo intentamos”.

El último documental de uno de los fundadores del nuevo cine alemán evidencia su admiración personal y agradecimiento a Gorbachev por haber permitido la reunificación alemana, en la urgencia de la cuenta regresiva de un líder político clave en el siglo XX en sus últimos años de vida. En las tres entrevistas que tuvo con Gorbachev en seis meses, Herzog se encontró con “un genio carismático, genuino y relevante del siglo XX”, pero también con una figura algo trágica y solitaria que algunos culpan por la caída de la URSS.

A sus 79 años, el crítico, director y productor Peter Bogdanovich también mira hacia atrás para rememorar la figura de un actor clave del cine silente, Buster Keaton, en The Great Buster: A Celebration, no desde la urgencia por los tiempos del personaje retratado, sino desde los propios a sus casi ocho décadas. A Bogdanovich lo vimos el año pasado interpretándose a sí mismo en Al otro lado del viento, la obra póstuma de Orson Welles exhibida por Netfix, y también lo vemos al inicio de The Great Buster, en un material de archivo televisivo de los setenta en que destaca la figura de Buster Keaton como uno de los grandes actores y directores de la historia del cine, al cual homenajea a través de fragmentos restaurados de sus filmes, donde puede apreciarse su espíritu visionario y de incansable inventor y creador.

El director chino de la llamada sexta generación Wang Xiao-shuai, también hace un recorrido histórico, pero por los cambios culturales y políticos de China en los últimos treinta años en el melodrama So Long, My Son, sobre dos amigos de juventud cuyas familias están profundamente imbricadas en la figura de sus respectivos hijos y que la tragedia y el tiempo separa, uno como parte de la China moderna y el otro de la tradicional. Tal como su connacional Jia Zhangke en Mountains May Depart (2015), Wang Xiao-shuai emprende un periplo desde una sociedad china dominada por la revolución cultural de Mao hasta el híbrido del comunismo con capitalismo actual, pero desde un aspecto específico que definió la vida de millones de familias chinas: la política de natalidad restringida a un solo hijo por pareja.

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El BAFICI trajo algunos destellos de protofeminismo del pasado a la vigencia del discurso feminista del presente con el Foco de la directora inglesa Muriel Box (1905-1991) -la primera mujer en ganar un Oscar (al mejor guión original) y fundadora de la primera editorial feminista británica-, que ya en 1957 adelantaba una mirada crítica de los roles de género con personajes de mujeres protagónicos, fuertes y que proponían una mirada distinta sobre la división sexual del trabajo o las relaciones afectivas, en Lo que son las mujeres.

“A algunos hombres nos encanta someternos a las mujeres” ha reconocido el actor francés, director y protagonista de El hombre fiel, Louis Garrel (elegido Mejor Director del 21°BAFICI), que alcanza apenas los 36 años, pero coescribió esta ficción con el mítico guionista de Buñuel de 87 años, Jean-Claude Carriére. La comedia de enredos y el triángulo amoroso en que actúa con la ex modelo, actriz, directora y su esposa, Laetitia Casta, y Lily-Rose Melody Depp (hija de Johnny Deep y Vanessa Paradis) es ágil, con toques de humor y hasta de suspenso, en que Garrel se mueve con soltura, de manera juguetona, lúdica y permitiendo que cada personaje aporte su propio punto de vista a través de sus voces en off. Un estilo que lo distancia de su padre, Philippe Garrel, director de culto, discípulo de Jean-Luc Godard y parte de un cine que él ha definido como “anticonformista” y perteneciente a “una generación marcada por no haber podido cambiar el mundo”, como él mismo señaló cuando fue invitado al BAFICI en 2018.

 

Lo que el tiempo no borra

A pesar de los 45 años transcurridos desde el Golpe de Estado en Chile, los testimonios de mujeres y hombres chilenos que fueron perseguidos políticos por la dictadura de Pinochet y que encontraron en la Embajada de Italia en Chile su salvación, siguen conmoviendo en la última película de Nanni Moretti (65 años), el documental Santiago, Italia, que fue exhibido en la clausura del 21° BAFICI.

El tiempo transcurrido desde el quiebre de la democracia chilena no amilana el dolor sufrido por las víctimas de la dictadura ni borra la memoria y Moretti se lo deja claro al condenado Raúl Iturriaga Neumann cuando lo entrevista (en la única escena en que aparece en cámara), al señalarle que en materia de derechos humanos él no es imparcial.

Coproducido entre Italia, Chile y Francia, el documental sobre el poco conocido rol de los diplomáticos italianos que recibieron refugiados chilenos en su residencia de Providencia, por momentos parece un reportaje propagandístico sobre el rol de la Embajada en esa época. Pero los testimonios de cineastas que vivieron el golpe (como Patricio Guzmán o Miguel Littin), la emoción de los relatos (en italiano) de chilenos y chilenas que saltaron el muro de la Embajada para salvar sus vidas y las imágenes de La Moneda en llamas, tantas veces vistas, pero que mantienen su dramatismo y potencia 45 años después, hacen de Santiago, Italia un documento necesario.

Uno de los chilenos entrevistados recuerda que cuando llegó al exilio en los setenta, Italia era lo más parecido al sueño de Allende; mientras hoy ese país se parece más al consumismo chileno actual. Imposible con esa reflexión no pensar si valió la pena el sufrimiento de tantos y tantas que se entregaron por un ideal de sociedad en la Unidad Popular, que la dictadura se encargó de borrar y que la democracia pactada estuvo lejos de poder recuperar.

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En La asfixia, de la joven cineasta guatemalteca Ana Isabel Bustamante, es también la memoria la invocada en la búsqueda valiente de una hija que sigue las huellas de un padre revolucionario que no alcanzó a conocer. Durante los 36 años que duró el conflicto armado interno o guerra civil en Guatemala (desde 1960 a 1996), según cifras oficiales hubo más de 45 mil víctimas de desaparición forzada, pero se estima que esa cifra es superior a las 200 mil personas desaparecidas. Emil, el padre de Ana Isabel Bustamante fue una de ellas.

De chica a Ana le costaba respirar, lo que su madre atribuía a que cuando estaba embarazada de ella dejó de respirar unos momentos cuando se enteró que su marido había desaparecido a manos de los militares. Ganadora del premio FIPRESCI de la crítica y del público en BAFICI, La asfixia contribuye a la memoria histórica sobre el conflicto interno guatemalteco y a la reparación simbólica de sus víctimas, para poder respirar profundo sin asfixiarse.

También cineasta joven latinoamericana, la brasileña Eliza Capai rescata en su documental Espero tua (re)volta lo que fue el reciente movimiento secundario paulista que evitó el cierre de escuelas públicas, influido por el movimiento estudiantil chileno con la consigna por una “educación pública, gratuita y de calidad” y la estrategia de tomas de colegios. Se evoca el caso chileno en varias partes de la película: cita al documental chileno La revolución de los pingüinos (Jaime Díaz Lavanchy, 2008) y a imágenes del director nacional Fernando Lavanderos.

El documental Apuntes para una película de atracos, del español León Siminiani, más que seguirle la pista al ladrón de bancos Flako y de rememorar el subgénero policial que el director admira, es un proceso de años de conocer la historia y motivaciones de un hombre, que siendo tan distinto al director, se va conformando en parte de su vida desde la prisión hasta que logra su libertad. Tras leer en la prensa su modus operandis, Siminiani se contacta con el Flako en la cárcel, de a poco logra su confianza hasta llegar a trabajar juntos en la película, generando un vínculo que incluso involucra a sus propias familias. Siminiani respeta a Flako, más que como personaje, como persona, al punto que lo resguarda con una máscara durante el relato para protegerlo de la discriminación y estigmatización social. El laberinto de alcantarillas que el Flako conoció bien (que su padre, también ladrón, le enseñó) como técnica para acceder a los subterráneos de los bancos, y que Siminiani recorre en medio de la oscuridad y de las ratas, es el espacio escondido, un inframundo hasta el que desciende el director para conocer los intrincados subterfugios de un hijo que nació mientras su padre estaba en la cárcel y a cuyo propio hijo debió dejar de meses cuando él mismo cayó detenido. Un oficio heredado con sus propios códigos, en cuyos conflictos éticos el Flako no pareciera entrar.

Aunque este año la ganadora de la Competencia Argentina del BAFICI no tuvo el impacto de una revolucionaria La Flor como el año pasado, Fin de siglo de Lucio Castro innova creativamente al jugar con el tiempo y las múltiples alternativas de una historia de amor diversa entre dos hombres, Ocho y Javi, que tras un encuentro sexual casual se dan cuenta que se conocieron veinte años antes. Libre, por momentos desconcertante y desafiante en su estructura narrativa, la ópera prima de Castro juega con el espectador en una historia que salta de un siglo a otro como los deseos y posibilidades de dos amantes.

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Breve historia de un planeta verde fue definida ante el público del BAFICI por su director, el cordobés Santiago Loza, como “un proyecto un poco trans”, no sólo porque su protagonista lo sea, sino porque la película fue cambiando, tuvo un movimiento contínuo y tuvo un tránsito sobre cómo se miran los personajes. El realizador quiso trabajar sobre la solidaridad entre “los raros” y la familia postiza que conforman, en esta ficción de aventuras y cine fantástico sobre el viaje que emprenden tres amigos que por distintas razones se ubican en el borde de lo socialmente aceptado, para devolver a un pequeño alien al lugar donde apareció, como era el deseo de su abuela.

Premiado en la sección Vanguardia y Género del BAFICI, el corto argentino Ceniza verde de Pablo Mazzolo es una expresión bella de cine experimental, inspirado en el suicidio colectivo de cientos de mujeres, niños y ancianos en el siglo XVI que saltaron al vacío desde un cerro en Córdoba para evitar la esclavitud, basándose en un ejercicio sobre la luz y el color como si fueran el ojo que vio por primera vez esas montañas que esconden una cicatriz histórica.