Informe XVI In-Edit: El cuerpo del archivo

¿Qué lugar ocupa lo visual en nuestra forma de escuchar música? Este ir y venir entre ambos niveles podría explicar en parte el interés específico por la forma del documental musical, un formato que se divide entre ambos polos. En esta edición de In-Edit, con algunas funciones presenciales que significaron mi (fugaz) regreso a las salas, me paseé entre la combinación de ambos intereses. Acá revisaremos I Want My MTV (Tyler Meason y Patrick Waldrop, 2019), Where Does a Body End? (Marco Porsia, 2019), Le regard de Charles (Marc di Domenico y Charles Aznavour, 2019) y Si me borrara el viento lo que yo canto (David Trueba, 2019).

Una de las ideas más curiosas y menos atendidas del ya canónico intercambio epistolar de Movie Mutations es levantada en la tercera carta de la serie escrita por Kent Jones. Para Jones, el origen del concepto del videoclip no sería una herencia rebuscada del cine de vanguardia, ni tampoco la victoria final del lenguaje publicitario en el cine. En realidad, el videoclip sería una versión más concreta de lo que los viajes en carretera permitieron al incorporar aparatos de radio: musicalizar los paisajes. La versión perfeccionada de esta experiencia vendría después con los walkman y los auriculares, haciendo que la conjunción entre desplazamiento urbano y banda sonora (ahora personalizable, además) se convirtiera en un acto cotidiano.

Según Jones esto explicaría la profusión de películas noventeras que incluían fragmentos de canciones pop para musicalizar secuencias, especialmente si se piensa en combinaciones improbables como las de Wong Kar-Wai y The Mamas & The Papas o Lars von Trier y Jethro Tull. El acto de ponerle una canción a una situación ajena ya no era algo extraño y el cine daba cuenta de ello. A su vez, la propuesta de Jones podría pensarse a la inversa. Estos paseos musicalizados, ¿cómo cambiaron nuestra forma de percibir la música? ¿Qué lugar ocupa lo visual en nuestra forma de escuchar música?

En Joya: nueva ola de la música urbana (Marcos Muñoz, Haroldo Salas y Margarita Ávalos, 2020), por ejemplo, Princesa Alba habla de pensar propuestas musicales a partir de lo visual y no al revés. Este ir y venir entre ambos niveles podría explicar en parte el interés específico por la forma del documental musical, un formato que se divide entre ambos polos. En esta edición de In-Edit, con algunas funciones presenciales que significaron mi (fugaz) regreso a las salas, me paseé entre la combinación de ambos intereses.

 

Maquinarias y resistencias

I Want My MTV (Tyler Meason y Patrick Waldrop, 2019), documental sobre el origen del canal televisivo, muestra la consolidación de esta combinación mencionada por Jones, siendo probablemente el hito más importante en su historia. Antes que el cine, el hecho de que el elemento visual sea indisociable de la música pop viene marcado por MTV. El recorrido de Meason y Waldrop recorre los inicios inciertos de la cadena, incluyendo sus antecedentes menos exitosos y las reticencias que supuso la idea en un inicio. Hasta cierto punto, se trata de un relato de adversidades en el que un grupo de jóvenes logra levantar un producto exitoso frente a la desconfianza de empresarios viejos y desajustados.

Probablemente la primera distancia que supone esta estrategia narrativa está en el hecho de que el grupo entrevistado en el presente se parezca más a sus antiguos opositores que a sus fotos de archivo. Si bien resultaría insulso reclamar por la riqueza de los creadores de uno de los canales más exitosos de la historia, no deja de levantar sospechas el hecho de que todavía presenten su historia como una especie de ataque irreverente ante dinosaurios que no entendían el lenguaje juvenil. En cambio, por debajo, pareciera tramarse otro relato sobre la permeabilidad del capitalismo ante lo nuevo, e incluso sobre la necesidad de que nuevos empresarios conectados con la juventud vayan renovando la maquinaria oxidada.

Más interesantes resultan la discusión sobre las rencillas internas respecto al estancamiento que supuso la apertura total al Hair Metal, o las acusaciones públicas de racismo levantadas por Rick James contra el canal en pleno momento de éxito. Por otro lado, no deja de ser interesante que el formato clipero y rápido que adquiere la narración, y que se puede encontrar en otras películas similares, pareciera ser herencia de los códigos que el propio canal impuso.

Desde una vereda opuesta al estrellato de las estrellas ochenteras, Where Does a Body End? (Marco Porsia, 2019) hace un recorrido extensivo por la carrera de Swans, la multifacética y extrema banda liderada por Michael Gira. Haciendo una cronología desde los inicios en la vereda más noise del post-punk durante los ochenta hasta la inesperada reunión que comenzó con My Father Will Guide Me up a Rope to the Sky (2010), el seguimiento de Porsia hace un relato doble entre la historia de la banda y la biografía del propio Gira.

Si bien a veces resulta forzada la vinculación entre la música y las vidas extremas de quienes la crean, es difícil negar que el relato atormentado y nómade de la adolescencia del músico no nos lleve a pensar en el camino musical que escogió más adelante. La música de Swans tiene la curiosidad de ser fuerte y ruidosa, al mismo tiempo que basada en la lentitud de la base rítmica. Esta combinación casi se refleja en la personalidad de Gira, tranquilo y abierto en las entrevistas, pero también egocéntrico y sin problemas para presentarse como un personaje “complicado”.

La presencia de Jarboe -tecladista y cantante de Swans durante su período “clásico” -, de cierta manera equilibra una historia que podría parecer demasiado indulgente con el líder de la banda. Aún así, probablemente el aspecto más revelador tenga que ver con las aspiraciones frustradas de Swans por aspirar a la masividad, algo que, considerando su música, resulta bastante evidente porqué nunca se concretó. En un nivel menor y menos delirante, la frustración de Gira recuerda a la de Lawrence en Lawrence of Belgravia (Paul Kelly, 2011), retrato sobre las frustraciones del líder de Felt ante el hecho de no haberse convertido en una banda capital de los ochenta.

 

Convertirse en archivo

En Ausencia de mí (Melina Terribili, 2018), antes de pasar al exilio del uruguayo Alfredo Zitarrosa, la directora se dedica a seguir de cerca a sus familiares en la reconstrucción de su archivo personal. Algo similar ocurre en Zappa (Alex Winter, 2020), donde el propio músico (en archivo, obviamente) enseña las bóvedas con cintas de video que la película se dedicará a montar. Ciertos documentales recientes, al parecer, prefieren presentar ambos procesos: no solo aprovechar y hurgar en el archivo, sino también seguir de cerca su proceso de reconstrucción.

Esto también ocurre en Le regard de Charles (Marc di Domenico y Charles Aznavour, 2019), donde Di Domenico explica cómo el músico francés le encomendó hacer algo útil con las horas de grabación que había acumulado durante sus giras antes morir. Sin embargo, el proceso tiene una variante particular. No se trata solamente del archivo alrededor de Aznavour, sino también de las filmaciones realizadas por el propio cantante. El título de la película es una referencia directa a este proceso doble de archivado, primero del paso de Aznavour por distintas tierras y, después, de la propia mirada de Aznavour y su sensibilidad particular para filmar.

Como en Listen to Me, Marlon (Stevan Riley, 2015) y su repaso autobiográfico a través de la voz de Marlon Brando, Le regard de Charles revisa las cintas junto a las  anotaciones del propio Aznavour. Este juego con el off imaginario recuerda, incluso, a ejercicios de imaginación ficticia como Rock Hudson’s Home Movies (Mark Rappaport, 1992), especialmente cuando la esposa del músico interviene y comparte una parte de la narración. Es en estos procesos ficcionales donde la mirada de Aznavour se profundiza y donde la película nos llama a pensar más profundamente en el contenido de sus cintas. ¿Qué ve un hombre que estuvo siempre observado por la mirada ajena?, ¿qué inscribe la cámara de una figura que aprendió a comportarse siempre frente a una cámara? Estas preguntas asoman en el juego de Di Domenico, quien incluso comparte créditos con Aznavour en este ejercicio fantasmal.

Otra indagación de archivo ocurre al comienzo de Si me borrara el viento lo que yo canto (David Trueba, 2019), reconstrucción de la vida de Chicho Sánchez Ferlosio. La película de Trueba inicia con el misterio que significó la música de Sánchez Ferlosio desde un comienzo, desde que la publicación de Canciones de la resistencia española se convirtió en un hito antifascista en Suecia. El título y la atemporalidad de la grabación llevaron a mucha gente a pensar que se trataba de canciones tradicionales, compuestas realmente por soldados durante la Guerra Civil Española. Hasta el día de hoy, clásicos de la resistencia (también en Chile) como “Los dos gallos” (o “Gallo rojo, gallo negro”) pasan como canciones tradicionales para mucha gente.

En mi caso particular, pensé durante años que los temas interpretados por Rolando Alarcón en Canciones de la Guerra Civil Española (1968) eran canciones tradicionales sin autor. No fue hasta hace poco que descubrí que Sánchez Ferlosio era casi el único autor interpretado por Alarcón en ese disco. El documental de Trueba, en todo caso, no se dedica a hacer más clara la figura del cantor, sino en mostrar los vaivenes de una vida musical siempre cruzada por la política. Hijo de Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la Falange Española, Chicho simpatizó rápidamente con el Partido Comunista, en rápida oposición al legado paterno. Sin embargo, el comunismo rápidamente también lo desencantó después de un viaje a la República Popular de Albania.

El anarquismo, guía ideológica de la segunda parte de su obra, terminó por hacer todavía más compleja la militancia y figura de Sánchez Ferlosio. Aún con este historial político, la película de Trueba deja espacio para el sentido del humor y pone énfasis en el interés musical, mucho más allá de un vehículo político, que tenía el autor. Por lo demás, probablemente el momento más alto de esta edición de In-Edit vino para mí al escuchar “Canción de soldados”. Se las dejo aquí.