Informe XV Sanfic (3): Lugares (y adolescentes) que hablan

¿Cuál es la imagen cinematográfica contemporánea de las ciudades del norte de Chile? Si bien parece que artistas visuales y directores se encuentran fascinados por el desierto y el altiplano nortino, los cuales están representados abundantemente en el imaginario audiovisual chileno, hay muy poco material sobre las ciudades del norte. El realismo mágico de la Tocopilla de Jodorowsky en La danza de la realidad, que parece responder más a una imagen de antaño, y el fugaz paso de Lavanderos en Sin norte por las ciudades del norte chileno, tiene una mirada más turística que geográfica. Es por eso que Perros sin cola es un film que amplía la mirada chilena tan enfocada al centro-sur del país y plantea un recorrido casi aéreo, que planea desde los cerros de esa larga serpiente que representa la angosta ciudad y que, de alguna forma, se reduce a vivir en la costa o en empinados cerros que son un resumen de las fuertes diferencias sociales que reinan en Antofagasta. Diferencias no solo de mar y cordillera, sino también entre el norte y el sur de la ciudad, vista desde los ojos de una adolescente de una población precaria, quien la recorre en bus y a pie, y que permite radiografiar una urbe que ebulle en diversidad, lo que va complementándose con pequeños fragmentos documentales con testimonios sobre el día a día de personas al azar que recorren el centro de la ciudad.

La compleja relación entre la protagonista y su madre es el hilo conductor cuando la protagonista no se mueve a través de la ciudad, la precariedad no miserabiliza a las poblaciones donde la adolescente baila, se enamora o donde simplemente va vagando sin un rumbo definido. El título parece explicitar ese camino errático de la familia retratada, la madre y su novio desagradable, perros que no encuentran el equilibrio, perdidos igual que esa extremidad animal. Aunque, es importante matizar, las escenas que recurren a la grandilocuencia, maltrato o a cierta experimentación van restando fuerza al hiperrealismo, que es la parte más lograda del film. De todas formas, Carolina Quezada plantea un escenario para un norte que necesita contar sus propias historias, y la esperanza se agranda aún más con el inminente estreno de Historia de mi nombre de Karin Cuyul, hermoso documental que recorre la infancia de la directora en Antofagasta, como punto de conexión a varios enigmas familiares.

Uno de los temas más recurrentes de la edición de Sanfic de este año ha sido la transición de la adolescencia o juventud hacia la adultez, visto desde diferentes lugares, si en Perros sin cola se exploraba la relación de la protagonista con su entorno y su familia, Amukan de Francisco Toro recurre a una temática similar, aunque con un adolescente mapuche mucho más centrado, que se muestra como el motor familiar hacia un futuro diferente y que se debate entre el campo y la posibilidad de la ciudad como forma de desarrollo, con el trasfondo de cierta explotación de un padre alcohólico y una madre enferma, lo cual complejizaba el panorama. 

Los anteriores films formaban parte de la competencia chilena, al igual que Sumergida de Andrés Finat, película en la cual el campo de batalla se mueve hacia la mente de la protagonista, una joven insomne que trabaja en una piscina y que empieza a vivir una serie de eventos sobrenaturales que tienen su cima con la desaparición de su madre. Si bien Sumergida busca generar un ambiente de terror en base a cierta ambigüedad, estos elementos la transforman precisamente en un film predecible. La idea del crecimiento reflejada como una fábula de terror se mantiene a lo largo del film, pero en algún momento naufraga por la dispersión y los tópicos.

En la competencia internacional el panorama coming of age se mantenía, con películas como El hombre del futuro, la única representante chilena en esta sección, donde la relación rota entre un padre y una hija en el extremo sur del país se va retomando de forma paralela, un acercamiento proxy que se forma en el camino hacia pueblos más remotos. Un padre que va llevando una carga hacia el interior de la región de Aysén y una hija que se mueve por un camino paralelo para ser parte de una pelea de box, en ambos casos logran establecer relaciones paterno filiales alternativas que parecen dar a entender que hay una oportunidad de reconciliación con la naturaleza intensa como catalizadora. 

La fascinación de Monos se plantea a través de la desterritorialización de la guerra, definido por el absurdo de la idea de niños jugando a la guerra, en un ambiente que parece casi una fiesta rave animada por las melodías de Mica Levi. Es precisamente esta idea la que ha molestado tanto en Colombia, ya que se percibe a la película de Alejandro Landes como una banalización del conflicto armado, aunque en realidad ese absurdo es el alma del film y un manifiesto anti armamentista, como lo fue en su momento la película más polémica de la década, Nocturama (Bertrand Bonello, 2016) y su posición sobre el terrorismo, llevar al absurdo al horror como forma de combatirlo.

Y si hablamos de radicalización es importante hablar de una posición más solemne y casi académica en Young Ahmed de los hermanos Dardenne, película sobre un adolescente belga que se radicaliza en el islamismo y que permite entender cuán frágil y moldeable es la mente de un adolescente en formación, aunque la posición moralizante de los Dardenne, no permite atisbar una prevención y una lucha correcta en pos de evitar estos focos de radicalización, en especial en Bélgica, que es la más castigada en Europa occidental con este problema.

El registro antisistema de Sepúlveda y Adriazola es un patrimonio de esta década de cine chileno, alejado de los cánones que imponen los festivales europeos y lo que esperan de Latinoamérica: la pornomiseria o cierta mirada etnográfica paternalista. La pareja de directores son parte de esos márgenes, por lo que es natural que hayan conseguido los registros tan naturales y arriesgados que han logrado a lo largo de su filmografía. En Harley Queen descubren nuevamente a otro personaje avasallador, que en base a pequeños emprendimientos va en búsqueda de una estabilidad económica y emocional. Además permite a los realizadores incorporar el elemento de redes sociales, que está muy presente en el día a día de Harley y recoge uno de los temas recurrentes en su filmografía: la simulación (como plantea Oyarzún), que en las redes sociales es aún más fuerte, ya que crea un filtro entre la realidad y un timeline aparente.

“Todas las naciones beben para olvidar, excepto nosotros los palestinos que bebemos para recordar”, es la frase que precede a la escena más bella de Sanfic, y posiblemente del año: el dolor se encuentra resumido en el baile de un palestino que va dando vueltas con los ojos cerrados, mientras una luz roja parece ahogar las penas de décadas de abuso y sometimiento. La lucidez de Suleiman está en su máximo esplendor en It Must be Heaven a través del dolor que solo puede expresarse mediante la comedia de lo humano. 

 

Top 7

A pesar de que Sanfic me dejó ciertas dudas acerca de invitados y secciones no competitivas, como lo manifesté en mi análisis de la programación, quiero entregar un top con películas vistas con motivo del festival, además de momentos e ideas que siempre engrandecen una nueva edición del festival santiaguino: el legado cinematográfico de Agnès Varda revisitado por ella misma, el tiempo definido perfectamente en la mirada de Chola y Futbol, la fiesta macabra de Landes, Harley y sus fiestas en fuera de campo, el lienzo urbano de Antofagasta y el paraíso imaginario de Suleiman. 

It Must be Heaven, Elia Suleiman (Palestina, Francia, 97’)

Harley Queen, José Luis Sepúlveda – Carolina Adriazola (Chile, 100’)

Monos, Alejandro Landes (Colombia, 102’)

Ghost Town Anthology, Denis Côté (Canadá, 97′)

Litigante, Franco Lolli (Colombia, 95’)

Los tiburones, Lucía Garibaldi (Uruguay, Argentina, España, 80′)

Perros sin cola, Carolina Quezada (Chile, 77’)