Informe XIV Sanfic (4): La piedra en el zapato
Desde el 2015 a la fecha he atendido al Festival de Cine de Santiago, patrocinado por Corpartes, con el fin de realizar cobertura para El Agente Cine. El año pasado titulé mi crónica sobre el festival “Superando las decepciones”, y es cierto, el festival ha retomado cierto camino perdido que tenía desde hace algunos años, reencontrándose con un público que lo había abandonado por su carácter elitista (el cual no ha dejado de lado en un 100%, pero que va mejorando con exhibiciones en comunas y acercando las funciones al centro de Santiago), así como por una discutible programación, la cual se basaba más en la cantidad de estrellas que en la calidad cinematográfica.
Sin embargo, hay una serie de cosas que no parecen hacerlo despegar para cumplir con el estándar autoimpuesto de ser “el mejor festival de cine de Chile”. En cuanto a especificidades que a nadie realmente le interesan salvo a quienes estuvimos asistiendo como prensa, el sistema de entradas para nosotros fue confuso y cambiante a lo largo de la semana, aunque eventualmente se llegó a un sistema que debería ser el ideal para este tipo de festivales a futuro, así como se agradecen las funciones de prensa realizadas en un cine céntrico.
También se echó de menos una retrospectiva autoral, además de la realizada a la actriz Maribel Verdú, algo que ya formaba parte de las tradiciones de Sanfic (como el año pasado con Matt Dillon u otros), pero se agradece que hubiera una proyección en 35mm del filme de Ricardo Larraín El entusiasmo (1998), donde actuó la actriz española. Al mismo tiempo, la dependencia que tienen los programadores de Sanfic con la programación del Festival de Cannes resulta preocupante (17 largos y 1 corto que estuvieron en el certamen francés también estuvieron en diversas secciones, la mayoría en la de Maestros del Cine), ya que habla de una pereza a la hora de buscar filmes que se encuentren en otros festivales más interesantes y que puedan dar una mirada menos hegemónica del estado del cine a nivel mundial.
Pero el principal escollo en el camino, la piedra en el zapato que no parece poder sacarse, es su relación con el cine chileno y la imposibilidad que pareciera tener para atraer filmes nacionales de valor, tanto para las audiencias como para el prestigio del festival en sí. A continuación le daré una mirada a las secciones a fin de establecer, a través de lo que pude ver, cuáles son los puntos altos y bajos de esta edición de Sanfic.
Competencia internacional
No suelo prestar mucha atención a la competencia internacional, ni de este ni de ningún festival, buscando más allá de esas secciones y proveyéndome de comentarios externos para ver algunas de las seleccionadas. De las elegidas de este año pude ver Dovlatov, dirigida por Aleksey German Jr., hijo del cineasta ruso del mismo nombre, que realiza una restringida biopic, donde vemos siete días de la vida de Sergei Dovlatov, uno de los escritores rusos más valorados de la segunda mitad del siglo XX, justo en una época en la cual nadie realmente lo conocía por sus escritos, al no estar publicado dada la censura de esos años. El filme visualmente trabaja con esa asfixia creativa buscando espacios cerrados en los cuales Dovlatov incómodamente va avanzando y tratando de entrar en lugares que cree que se le podrán abrir para poder escribir lo que él realmente quiere: un retrato triste sobre los tiempos en que viven él y sus colegas. Sin embargo, las casi dos horas de metraje hacen que la trama se vuelva cansina, que la acumulación de calamidades y la ebullición de la furia del escritor se vuelvan un tanto convenientes para la película y su necesidad de “cierre”, ya que pese al estrecho período retratado tiene un afán de universalidad que le termina jugando en contra.
El otro filme que pude ver de la Competencia Internacional fue la chilena/argentina Dry Martina de Che Sandoval, el cual quizás termine siendo de los filmes más divertidos hechos en nuestro país en mucho tiempo. Continuando con un retrato humano ya visto en sus filmes anteriores, acá el foco cambia hacia un personaje femenino, una cantante argentina de cierta fama llamada Martina que se ve enfrentada a una fanática acérrima chilena llamada Francisca que cree ser su media hermana. Detrás de esa chispa que inicia el filme, nos enfrentamos a una serie de peripecias sexuales protagonizadas por Martina, quien finalmente viaja a Chile buscando al ex novio de Francisca, persona con quien por primera vez logra excitarse luego de meses de frigidez. El filme triunfa al saber balancear entre la fuente de humor más llana y simple (las diferencias entre argentinos y chilenos, las formas de hablar) y el conocimiento absoluto del lenguaje fílmico. En particular, hay un plano/contraplano que cambia completamente todo lo que se ha visto del filme hasta ese instante, un momento de humor y desazón absoluta, donde Martina se abre y se reconoce como la mujer que es (y que le gusta ser), enfrentada ante la peor de las reacciones posibles.
Competencia chilena
Tuve la posibilidad de ver todas las películas que compitieron en esta edición del festival, salvo por una. De todas hay algo que decir, pero es acá donde hay más que comentar previamente. Hay un afán de Sanfic por elegir títulos en base a ciertos directores y los actores asociados a estos últimos, así como la ausencia casi total de directoras mujeres, salvo en dos películas (una de ellas en co-dirección con un hombre), formando evidencia de que el certamen debería saber buscar más allá, o elegir mejores representantes para la muestra que le define o debiera definirlo. Pero, bueno, vamos a los filmes.
Cielo, de Alison McAlpine, es un documental canadiense-chileno que busca retratar a quienes miran el cielo en el desierto de Atacama, teniendo una preponderancia los astrónomos y aquellos que viven en el desierto mismo, relatando sus experiencias y lo que piensan cuando ven el cielo estrellado. Tiene momentos poéticos, pero uno no puede dejar de pensar en que Nostalgia de la luz ya hizo todo lo que podía hacerse, por lo que este filme se queda trunco al ser sólo un espectáculo visual salpicado por frases medianamente creativas.
Los desastres más grandes, más allá de las acusaciones realizadas a sus directores, fueron los filmes Cola de mono, de Alberto Fuguet (inexplicable ganadora del premio del público) y Perkin, de Roberto Farías. La primera trata de realizar un ejercicio seudo-nostálgico sobre la adolescencia durante los años 80 en Chile (aunque en una versión muy gringa y semi-cuica, con muchas películas en VHS y libros de Stephen King), que se torna en un filme de terror sobre el horror a ser homosexual, donde para Fuguet pareciera que ser gay es una pesadilla de la cual nadie puede escapar, y el horror se traduce en sangre, asesinatos, lágrimas y violaciones, donde todo el mundo parece castigarte por ser lo que quieres ser. Y bueno, puede ser, allá la opinión de Fuguet, pero hay mucho de masoquismo que resulta poco agradable de ver.
Peor resulta el filme de Roberto Farías, una comedia desagradable, una serie de escenas que tratan de choquear al espectador y hacerle creer que siente cariño por los personajes que muestra. Un grupo de empleados de baja calificación, ante la presencia fortuita de un surplus de dinero se sienten empoderados y se dedican a pasarla bien como único escape. Algo que en un director más hábil e inteligente habría resultado en una crítica al estado actual de la clase media-baja en Chile, aquí se transforma en un abuso y desdén total hacia esa clase: todos los oficinistas frustrados son borrachos, puteros y coqueros, una hermosa imagen estamos dando sobre la clase más sobrexplotada de nuestra sociedad. Puede que Farías conozca gente así y puede que crea estar haciendo algo profundo con los monólogos que inserta entre escena y escena, pero termina siendo ofensivo contra prostitutas, gays, transexuales y tantas otras minorías sociales.
Pasando a cosas más decepcionantes que horribles, tenemos El tipo que se quebró las uñas (por querer agarrar un <3 dibujado en el pavimento), de CLASAB!, quien se apoya mucho en el hecho de que filma en blanco y negro, donde la belleza estética pareciera salir por sí sola, y donde el contraste de los exteriores e interiores, la sombra de las caras, y todo el entramado pareciera adquirir un sentido mucho más profundo. Pero no hay que dejarse engañar, ya que pese a los momentos emocionalmente calibrados, así como la honestidad de toda la película a la hora de llegar hasta el final en las actitudes de sus personajes, la historia carece de empatía con uno de sus personajes, lo cual hace que la correspondiente empatía hacia el protagonista se vuelva algo peligrosa. El protagonista masculino engaña a su esposa con otra mujer, devenir que seguimos por todo el filme. Todo el peligro de la infidelidad es soterrado por una suerte de “nuevo enamoramiento” que él sentirá por su esposa, lo que el filme quiere poder solucionar, a fin de evitar la culpa y la posibilidad del hombre para redimirse de forma honesta, simplemente deshaciéndose de la amante con un accidente que está telegrafiado desde el inicio.
Por su parte, Trastornos del sueño, de Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra, sigue un camino similar, mas un poco menos lúdico. También filmada con una cámara interesante que pareciera explorar los espacios de forma no convencional, donde Joel mantiene una relación secreta con su prima mientras recibe golpe tras golpe: el despido de su trabajo como cuidador nocturno, el ambiente opresor de su hogar, donde vive con su madre y su abuela, que tiene Alzheimer. El filme trata de presentarse como la historia de un hombre herido y maltratado, pero cuando Joel se comporta de manera misógina y violenta con la mujer que dice querer todo se derrumba, toda posibilidad de conexión con el protagonista se corta y lo que sigue carece de absoluto interés: ya sea en pos una redención personal o para redimir a los otros, la historia de este hombre se diluye como en un sueño mal recordado.
Sobre los muertos, de Simón Vargas, es un interesantísimo ejercicio de género donde el misterio no es descubrir quiénes son los fantasmas, o por qué es que están anclados al lugar donde se encuentran, una cabaña cerca del Lago Riñihue, sino que busca explorar las normas y características de la existencia que llevan dos fantasmas, aprendiendo a convivir con su inmaterialidad, lo etéreo de su andar, lo espectral de su presencia, entre otras cosas. Lo cuidado del filme dentro de su construcción visual, la fotografía y la puesta en escena hacen que uno pase por encima el carácter un tanto liviano de todo el proyecto. Y esto no cambia pese al interesante uso de material de archivo del clásico documental La respuesta (Leopoldo Castedo, 1961), que en sí mismo trata de contestar a todo lo que transcurre, pero a Vargas lo que menos le interesa es entregar una respuesta en lo concerniente a la trama de su opera prima.
Una de las dos mejores cintas en competencia se llevó el premio a la mejor película: Flow, de Nicolás Molina, logra un interesante paralelo fílmico entre el río Ganges en Asia y el río Biobío en el sur de Chile. En un principio pensar en un paralelo entre ambos puede resultar imposible, y Molina tiene claro que ni por extensión ni por su importancia cultural es siquiera posible comparar los dos ríos, pero encuentra en esto una excusa para realizar un ensayo visual sobre las posibilidades visuales de la cámara y el montaje, poniendo por encima de todo la forma en que el agua se mueve, las corrientes, y cómo las personas que las rodean pueden ser de un lugar u otro. Realmente no importa, los textos que acompañan el filme se vuelven casi inútiles a medida que sólo reconocemos una zona respecto a la otra cuando prestamos atención al lenguaje usado.
La mejor película que vi de la Competencia Chilena fue el documental Petit Frère, de Roberto Collío y Roberto Robledo, que ya se encuentra en salas a través de la iniciativa MiraDoc. Este documental retrata parte de la experiencia de varios inmigrantes haitianos, entre ellos Wilner Petit-Frère, quien se ha preocupado de entregarle a los nuevos migrantes una forma fácil y rápida de adaptarse a la realidad chilena, esto a través de reuniones y gacetillas que imprime con noticias curiosas y otras actividades que organiza o en las que participa. El filme se aleja de un retrato oficial o alguna suerte de denuncia explícita a la xenofobia que sufren los haitianos en este país, ya que a través de su trabajo visual y sonoro entrega de forma solapada una visión sensorial de lo que es estar desplazado, usando el motivo del viaje tripulado a Marte, un perro haitiano que trabaja en La Moneda, o simplemente el observarlos en su tiempo libre, alejados de la imagen de trabajadores que pueblan las calles, afirmando que vienen para más que juntar dinero, sino que para vivir acá.
Otras secciones
En Función Especial se pudo ver Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor, salida de ganar el premio a mejor directora en el Festival de Locarno. Quizás el filme mejor logrado de su corta carrera, produce la sensación de, al mismo tiempo, estar viendo el inicio y el fin de algo, como si después del cuadro final el mundo fuera a quemarse por completo; he ahí la fuerza de los personajes y de la dirección de Sotomayor. En la misma sección se pudo ver Aves migratorias, de Mateo Chicharro, un despropósito en el que el protagonista junta a algunos amigos de su juventud para tener una fiesta antes de un largo viaje, quedando claro que es poco más que una búsqueda de redención ante una terrible equivocación cometida hace poco tiempo, lo cual hace que el filme sea predecible y a la vez poco más que un afán para conseguir que el espectador sienta pena de un personaje que no tiene la valentía suficiente para decir la verdad.
En Visiones del Mundo se pudo ver Casting, una comedia alemana levemente divertida que transcurre en los días previos al inicio de la filmación de un remake del clásico de Fassbinder The Bitter Tears of Petra von Kant pero con una pareja heterosexual como foco. La repetición de textos, los juegos entre actores, la identidad sexual de los personajes y sus roles hace que resulte una pieza que entretiene durante su metraje, pero que resulta olvidable a las pocas horas. Inolvidable sí resulta Al desierto, co-producción argentino-chilena del director Ulises Rosell, sobre una mujer y el secuestrador que la traslada para trata de blancas que están perdidos en el desierto de la pampa argentina. Esto hasta que inevitablemente se ven obligados por el guión a enamorarse el uno del otro dada la necesidad que sienten de compañía, resultando en una película abominable y de lo peor que el cine puede otorgarnos en esta era de mayor conciencia.
Finalizando el reporte, en Maestros del Cine se pudo ver BlacKkKlansman, estrenada en salas de forma comercial la misma semana del festival, uno de los filmes más comprometidos políticamente del año. Dirigida por Spike Lee, quien trata de hacer paralelos entre el KKK y los grupos de alt-right en Estados Unidos que lograron que Donald Trump fuera elegido como presidente, la cinta entretiene en la construcción de su intriga y la tensión que provoca, ya sea en cuanto a thriller como en sus repercusiones actuales. En cambio Transit, de Christian Petzold, es una película confusa, basada en una novela que transcurre en la Francia ocupada por los nazis. La producción, sin embargo, se ambienta en nuestros días, aunque sin alterar el lenguaje ni los elementos puestos en escena, hablando de colaboracionismo, espionaje y el amor que surge entre todo eso, pero uno se pierde en la trama al pensar constantemente en el porqué de la decisión del diretor alemán. Por su parte, 3 Faces es ya el cuarto film que Jafar Panahi realiza en Irán, donde tiene prohibido salir de su casa o realizar una película, llegando al extremo de la burla cuando vemos su periplo a un alejado pueblo para investigar el supuesto suicidio de una joven aspirante a actriz que recurrió a Behnaz Jafari, una famosa actriz del cine y la televisión iraní, para que la ayudara a salvarse de quienes no quieren que lo sea. El director presenta aquí una operación de ficcionalización de la realidad, similar a la que haría Kiarostami, en el mejor tributo posible al maestro muerto.