Informe XIV IN-EDIT CHILE (1): Slaves to the Rythm

Existen actos musicales que son imposibles de disociar de su imagen. Desde el mítico movimiento pélvico de Elvis Presley hasta la aparición de “bandas virtuales” como Gorillaz en la década pasada, la posibilidad de tener un referente visual de los músicos ha modificado radicalmente las relaciones entre un artista y sus oyentes. Resulta difícil imaginar la existencia de fenómenos como la Beatlemania sin la compañía de una pensada iconografía Beatle, o sin la posibilidad permitida por las cámaras de distinguir los rostros y gestos de cada integrante del cuarteto de Liverpool.

De forma similar, el cine ha tomado prestado varios elementos de la música popular. Después de años de funcionar principalmente a través de composiciones originales, varios cineastas empezaron a incluir canciones populares como parte de la bandas sonoras. Podemos pensar en varias asociaciones memorables: Antonioni y The Yardbirds, Fassbinder y Kraftwerk, Carax y David Bowie, Coppola y The Doors, etc. La relación entre música popular y cine se volvería tan estrecha que con la llegada de la década de los noventa surgirían directores reconocidos por extraer canciones directamente de su colección particular: Quentin Tarantino, Sofia Coppola, Wes Anderson. Asimismo, la aparición de películas-concierto como El último vals (Martin Scorsese, 1978) o Stop Making Sense (Jonathan Demme, 1984) confirmarían la correspondencia entre música y cine como uno de los intercambios más fluidos entre dos artes.

Por esta razón, la programación del festival In-Edit se ha convertido en una de las más esperadas del año. Agrupando a cinéfilos, melómanos, y cinéfilos-melómanos, se trata de uno de los pocos eventos cinematográficos en el cual la figura del director cede parte de su habitual protagonismo. En esta edición, como ya es habitual, el entusiasmo inicial se centró principalmente en los nombres de los artistas retratados. A causa de las restricciones que tuvo el pase de prensa este año (sólo permitía asistir a los teatros Oriente y Nescafé), este informe no recorre varios de aquellos nombres estelares. Sin embargo, intentaré resumir mi restringida experiencia en esta edición destacando algunas películas y canciones. Siguiendo el espíritu del binomio que sostiene al festival, este informe propone un recorrido crítico que comenta tanto las cintas exhibidas como algunos de sus músicos.

Young and Innocent Days

 Cerca del final de su disco mítico Arthur (1969), los británicos The Kinks entregan el tema más dulce del disco en “Young and Innocent Days”. La añorante letra habla sobre la pureza que se pierde a medida que uno va creciendo. En ella, Ray Davies se lamenta: “Si tan solo mis ojos pudieran ver todo de la manera en que solía ser”. Puede parecer a simple vista una tierna balada sobre la adolescencia y sus pérdidas, pero esto difícilmente encaje con el universo lírico manejado por la banda. Las pistas de su verdadera intención se encuentran repartidas en las canciones anteriores del álbum. Davies describe irónicamente durante el disco a una clase media británica conformista, aprovechadora, y pavorosa ante la autoridad y el cambio. La idea de mirar atrás, en el caso de Davies, representa solo otro rasgo constitutivo de esta actitud reaccionaria. Los tiempos más puros descritos en la canción están cargados del típico doble sentido de la banda; se trata de una nostalgia que surge en verdad como respuesta ante a lo nuevo. La añoranza esconde, en el fondo, una deformación idílica de tiempos más nacionalistas y reaccionarios.

En Cassette: A Documentary Mixtape (Zack Taylor, 2016), el peligro de caer en la deformación nostálgica ironizada por The Kinks era evidente. El documental se encarga de trazar la historia tecnológica y estética del casete como artefacto. Lou Ottens, el holandés inventor del formato, es el centro de las entrevistas, que se completan con la presencia de varias figuras del punk y del hip-hop. Se trata de un documental expositivo que busca explorar el momento de la historia de su creación, al mismo tiempo que realiza una apología de su impacto en ciertos géneros de música.

Si bien esta segunda línea histórica en torno a la importancia de la grabación casera en el rap podría resultar interesante, existen serios problemas con el punto de vista asumido por el documental. Ottens no solo no siente ninguna nostalgia por su invención, sino que reconoce sin miramientos que los formatos que le sucedieron superaron su trabajo en comodidad y sonido. Mientras los entrevistados defienden el casete como artefacto de comercio alternativo, fuera del sistema mercantil de las disqueras, Ottens representa más bien la figura de un acomodado empresario en retiro, con escasas conexiones con el discurso punk que la cinta intenta asumir. Al final se termina en una apología algo repetitiva, en la cual cada entrevistado se dedica a repetir lo mucho que disfrutó del formato durante su juventud. El único contrapunto de interés lo trae el siempre lúcido y carismático Henry Rollins, único entrevistado que habla extendidamente en términos musicales

Por otra parte, el documental ganador de la competencia nacional de esta edición, Cuando respiro en tu boca (Carlos Moena, 2018), es un buen ejemplo de una obra que logra ir más allá de este tipo de auto-celebración nostálgica. La cinta se realizó gracias al inesperado hallazgo del director de un registro que él mismo realizó a Lucybell durante la grabación de su disco Peces (1995). Se podría tratar fácilmente de un documental basado en la nostalgia que provoca revisitar aquellas imágenes tomadas hace más de veinte años. Sin embargo, Moena trabaja con una estrategia de montaje diferente. El documental evita cualquier actualización que se encuentre por fuera de su archivo, por lo que no se incluyen imágenes grabadas en la actualidad. También evita dejarnos escuchar las canciones ya finalizadas durante la primera mitad, permitiéndonos solamente reconocer fragmentos de estas a medida que la banda las va grabando.

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El director juega narrativamente con estas omisiones, asumiendo que el resto de la historia ya es conocida: aunque la banda no lo sepa con certeza en el tiempo del registro, el disco se convertiría en un éxito. Esto permite a Moena dejar el relato del camino a la fama en un segundo plano. En cambio, el registro se centra principalmente en las largas y tortuosas sesiones que deben atravesar los músicos para sacar el disco adelante. En una bella escena vemos la frustración del baterista Francisco González al tener que repetir numerosas veces la entrada de un tema debido a que el productor Mario Breuer considera que este está ejecutando mal el bombo. Este tipo de detalles no solo resultan fascinantes para los que nos interesamos por los procesos de grabación musical, sino que además sirve para desacralizar la imagen de la inspiración natural del músico. Cómo sucedía con los registros de las sesiones de Nick Cave en One More Time with Feeling (Andrew Dominik, 2016), la producción musical se muestra como un proceso mucho más ligado a la disciplina que a la inspiración, contrario a lo que se ve tradicionalmente en varias películas musicales.

 

The Woman Who Fell to Earth

Tanto el documental de Moena como la producción de Sophie Fiennes en torno a la jamaiquina Grace Jones destacaron por poner la música en el centro de todo. Grace Jones: Bloodlight and Bami (2017) es la combinación de un íntimo retrato del regreso de Jones a Jamaica después de años con varios registros de canciones extraídas de conciertos por distintas partes del mundo.

La película abre con un ingenioso plano que deja claras las intenciones de Fiennes en su caracterización de la cantante. Seguir a Grace Jones, una artista que ha utilizado siempre su cuerpo como herramienta de construcción visual, podría parecer una excusa para mirar que se esconde “por detrás” de su mirada alienígena. No obstante, la película parte con Jones interpretando su clásico “Slave to the Rythm” usando una máscara de calavera cubierta de brillantes joyas. Al empezar el coro, Jones se saca la máscara para mostrar directamente su rostro ante la cámara. La sensación que deja la interpretación, y el primer plano sostenido por Fiennes, es que no existe una diferencia entre Jones con o sin máscara. A medida que el documental vaya intercalando momentos de su intimidad con sus distintas performances en el escenario, más quedará claro que en la propuesta estética de Jones no existe una diferenciación entre los dos niveles.

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Al igual que en el documental sobre Lucybell, Bloodlight and Bami pone especial detalle en el esfuerzo y organización puestos por Jones en su trabajo. La vemos enojada frente a un músico que no cumple con un compromiso de sesión, y después la vemos reclamando ante las bailarinas dispuestas en una presentación en la televisión francesa. La visualidad mutante de Jones se exhibe como una propuesta creativa que no permite espacio a ningún tipo de ineptitud. Esta sensación se refuerza cuando vemos a Jones trabajando en el estudio, casi en trance a la hora de grabar sus pistas vocales. Gran parte del mérito se lo lleva el montaje de Fiennes, que intercala las canciones incluidas con distintas conversaciones laborales y familiares de la artista. Lo autobiográfico de las letras de Jones empieza a hacerse evidente gracias a esta estructura, en la que los shows en vivo funcionan como un comentario de lo que el documental nos va narrando.

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Si la propuesta de Jones radicalizó aquella idea de Bowie de que la performance musical era similar a un acto alienígena, el absurdo de la situación retratada en Liberation Day (Ugis Olte y Morten Traavik, 2016) nos llevaba a un terreno todavía más extranjero. El documental sigue la primera presentación de una banda de rock en territorio norcoreano. Por si esto no fuera lo suficientemente anecdótico, la organización escogió a la extravagante banda eslovena Laibach para la ocasión. Los eslovenos se han caracterizado, desde sus inicios en la ex-Yugoslavia, por utilizar una imaginería que combina el uso de símbolos de distintos regímenes totalitarios. Acusados en múltiples ocasiones de fascistas, la banda siempre ha explicado ambiguamente sus intenciones, haciendo más difícil la definición de su postura como banda.

El documental, sin embargo, está más bien protagonizado por uno de sus directores. Morten Traavik ha dirigido algunos videos para la banda con anterioridad, además de ya haber trabajado en actividades anteriores de intercambio cultural entre Europa y Corea del Norte. Como ocurre en Cassette, la selección del protagonista perjudica hasta cierto punto la visión que intenta proponer el documental. Mientras que Laibach son fascinantes por su actitud confusa, Traavik deja claras sus intenciones artísticas desde el comienzo. Su visión de Laibach como irónicos revolucionarios provocaría, según él, una especie de golpe interno al pensamiento de la población norcoreana. A medida que el concierto se ve entrampado, tanto por temas técnicos como de censura, queda poco claro hasta que punto el golpe planeado por Traavik tiene algún efecto. Resulta más interesante, nuevamente, escuchar las impresiones de la banda respecto al país. Los eslovenos parecen quedar cada vez más indecisos ante una sociedad que no saben si definir como distópica o utópica. Al final, los términos ambivalentes con los que se mueve la banda resultan más interesantes que la visión global del director.

 

Mais vale uma cançao

Mencionaba anteriormente que los artistas más reconocidos tienden a captar la atención de la mayoría de los espectadores en In-Edit. Sin embargo, la programación del festival siempre deja espacios para presentar actos de menor reconocimiento masivo. Es una de las oportunidades que ofrece el festival para sumar un nuevo artista a nuestras bibliotecas musicales. El documental que cumplió ese rol para mi en esta edición fue Eu, Meu Pai e Os Cariocas (Lucía Veríssimo, 2017), centrado en la historia de la banda brasilera Os Cariocas. Si bien la agrupación es menos reconocida en comparación a otros artistas dentro de nuestro país, la lista de entrevistados demuestra que se trata en verdad de una de las bandas capitales de la música popular brasilera. En el documental aparecen Caetano Veloso, Chico Buarque, Gal Costa, Gilberto Gil, Ney Matogrosso, Djavan, y una larguísima lista de músicos que expresan su admiración por la banda. Esta extensa lista de invitados funciona para comprobar la vitalidad del legado de la agrupación, pero también es parte esencial del extremadamente polifónico montaje que propone la directora.

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Veríssimo, hija de Severino Filho, uno de los integrantes fundadores del grupo, recrea en paralelo la historia cronológica de Os Cariocas junto a sus memorias infantiles rodeada de algunos de los músicos más reconocidos de Brasil. Antes de que Tom Jobim y João Gilberto popularizaran la música brasilera a nivel mundial, las samba-canção de Os Cariocas dominaban las emisoras de la radio nacional. Un poco en la sintonía de bandas norteamericanas como The Four Seasons, la agrupación se caracterizaba por sus trabajadas armonías que combinaban juegos entre diferentes registros de voz.

El documental evita construir un recuento histórico demasiado anecdótico para enfocarse, en cambio, casi exclusivamente en la música. Vemos a Milton Nascimento comentando cómo su famoso falsete nace de calcar a Filho, vemos al grupo describiendo su primera grabación con una entonces desconocida Elis Regina, y vemos a cada entrevistado tararear una larga lista de canciones favoritas. Aprendemos de los discos de la banda, de los diferentes tipos de voz de cada integrante, y de los varios artistas con los que codearon antes de llegar al estrellato. El formato destaca por la rapidez con la que Veríssimo salta sin distinción entre entrevistados, resaltando la idea de Os Cariocas como patrimonio de la memoria musical de un país entero.

Para finalizar, me gustaría compartir una canción que no me he podido sacar desde que salí de la película. In-Edit es un festival en el que uno puede quedarse tanto con una cinta como con una canción. En este caso, el momento en que Filho describe el primer ensayo con una joven Elis Regina se acompaña de un tema inolvidable. Mostrada en una escena anterior en su versión original, una canción adquiere un poderío inesperado al mezclar los intrincados trucos vocales de Os Cariocas con el timbre prístino de Elis. Se trata de “Telefone”, un clásico de la música popular brasilera que desconocía al momento de entrar a ver la cinta. Hoy, una favorita personal de la canción latinoamericana.

 

https://www.youtube.com/watch?v=MLPEjc42dHE