Informe XIII Sanfic (3): Las fronteras de la desesperanza y el desvanecimiento

Resulta sintomático que varios de los títulos del Sanfic 2017 que fueron estrenados en Cannes y Berlín este año, aborden el debilitamiento del ideario europeo y evidencien el incumplimiento de las promesas de integración de un modelo basado en el fin de las fronteras que, sin embargo, pone barreras de ingreso a los migrantes y discrimina a sus hijos nacidos en territorio comunitario. Paradojalmente, el libre tránsito y circulación es válido para el capital, pero no para las personas.

 

Tal como lo hiciera en El puerto (2011), en el El otro lado de la esperanza -que debió haber sido la ganadora de la Palma de Oro en Cannes, en vez de The Square), el realizador finlandés Aki Kaurimäki aborda la complejidad del fenómeno de la migración irregular desde los gestos de humanidad de los ciudadanos locales (de Marsella y Helsinki, respectivamente), en contraste con Estados indolentes que ya no acogen a refugiados, no reciben a migrantes ni hacen gestiones de reunificación familiar, abandonando sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos.

En su anterior largometraje, es la solidaridad de clase la que hace que el lustrabotas Marcel Marx (un apellido que no es casual) apoye a Idrissa, el pequeño migrante que llegó ilegalmente al puerto de Marsella proveniente de Gabón. En El otro lado de la esperanza nos muestra cómo el ciudadano finlandés Wikhström -que a sus 50 años decide cambiar de vida y comprar un restorán en decadencia- le tiende una mano al refugiado sirio Khaled, como si tomara personalmente la responsabilidad con los extranjeros que su país ya no asume. Los seis años que pasaron entre ambas películas dejan al descubierto el cambio de ánimo europeo respecto de la migración, que en la última producción de Kaurimäki se transforma en desazón. Si bien en ambas películas pone el foco en las personas y no en las instituciones, en la más reciente hay una crítica a la denegación de justicia y falta de apoyo de estas últimas.

Finlandia, otrora reconocida mundialmente por su solidaridad y acogida, le niega el asilo a personas como Khaled, a pesar de que llegan escapando de una guerra civil que ya lleva seis años y que su hermana (a quien busca y con quien espera reunirse) sea la única sobreviviente familiar. Es tanto el dolor por la guerra y la desesperanza, que al ser consultado si es musulmán durante el trámite para solicitar asilo, el joven sirio responde que enterró a Dios junto con el resto de su familia. Aun los ciudadanos que han logrado quedarse legalmente en Finlandia, están lejos de beneficiarse del ideario prometido. Con un año de estadía en el país, un amigo iraquí de Khaled le afirma que se siente estancado, que no avanza ni retrocede, y calcula que tendría que tener tres trabajos para lograr la capacidad económica para traer a su familia al país.

La esperanza de una vida mejor que representaban naciones como Finlandia para habitantes de países empobrecidos y en conflicto interno tiene otro lado (más oscuro y menos optimista) en sociedades que ahora se ven tensionadas por el aumento del racismo, la xenofobia y movimientos nacionalistas (como el Ejército de Liberación de Finlandia, que ataca en la calle a Khaled). La expectativa de construir un nuevo futuro en un país que no está en guerra, se convierte en una realidad muy distinta para el inmigrante: el que debiera ser protegido por el Estado, termina reprimido por él; quien debiera ser liberado, es finalmente recluido en centros de detención para migrantes con esposas en las muñecas, para posteriormente ser devuelto a la frontera turca con Siria y ser repatriado.

Pero no sólo para los extranjeros, sino para los propios nacionales que enfrentan políticas de austeridad y Estados de Bienestar cada vez más debilitados, la esperanza tiene otro lado no deseado. Kaurimäki aborda con una dosis de humor negro las dificultades económicas que enfrentan los trabajadores finlandeses del decadente restorán, cuando hacen fila afuera de la oficina del nuevo dueño para cobrar su sueldo impago desde hace tres meses.

Fiel a su estilo, el director nuevamente convierte los artefactos cotidianos típicos de la década del sesenta (teléfonos y automóviles) en una estética minimalista donde el tiempo parece haberse congelado. Se repite el manejo de la luz muy centrada en los personajes, como si fuera una puesta en escena de una pieza teatral; las luces de neón de los restaurantes populares; el tango cantado en castellano entre diálogos en finlandés; los grupos de rock de pueblo pequeño. Aunque es ficción, El otro lado de la esperanza documenta y recoge el pulso de una época marcada por el retroceso y las contradicciones.

 

La desacreditación de la víctima

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Otro de los estrenos de Sanfic, esta vez proveniente de Alemania, aborda la discriminación por nacionalidad, los estereotipos y la impunidad de los crímenes de odio. En In the Fade, del director alemán con ascendencia turca, Fatih Akin, es la generación migrante ya instalada en el país la que no podrá deshacerse de los prejuicios, el racismo y la xenofobia (más aún si se tienen antecedentes penales), incluso siendo víctimas y no victimarios.

La película tuvo su premiere latinoamericana en Sanfic, con un conversatorio con su director de fotografía, el suizo-alemán Rainer Klausman, justo cuando Alemania la escogió para postular a llevarse el Oscar a la mejor película extranjera. Klausman -colaborador de cineastas como Werner Herzog y segundo operador de cámara en Fitzcarraldo (1982)- comentó que el equipo liderado por el director Fatih Akin hasta último minuto discutió cómo filmar el final y grabaron diez versiones distintas, confirmando la dificultad de la escena, su carga emocional y política.

La historia empieza con un amor interracial. Nuri tiene origen turco y antes de terminar su condena por narcotráfico, se casa en la cárcel con la ciudadana alemana Katja (que era su clienta cuando él era dealer) y tienen al pequeño Rocco. Ya en libertad, Nuri se dedica a los negocios y a su familia. Un día cualquiera en que Rocco, de apenas 7 años, se queda con su padre en la oficina, sufren un atentado con una bomba de clavos puesta en una bicicleta por una joven neonazi, que terminará con sus vidas, con sus ojos derretidos y sus cuerpos despedazados. “No son personas, son partes”, le señala un policía a Katja cuando ella pide ver los cuerpos de sus seres queridos.

Diane Kruger hace una desgarradora interpretación de la protagonista Katja Sekerci (por el apellido del marido), que le valió el premio a la Mejor Actriz en el pasado Festival de Cannes. En la primera parte de la película -“La familia”- ve su vida decolorarse, desvanecerse (en alusión al título del filme) al perderla; en la segunda -“La justicia”- enfrenta la sospecha y los intentos de desacreditarla como demandante; y en la tercera -“El mar”- toma una decisión tan profunda como el océano.

Intensa y equilibrándose en los límites y extremos, In the Fade explora el dolor de la pérdida desde el punto de vista de la mujer que pierde a su familia, la discriminación y los crímenes de odio, y un sistema de justicia que convierte a las víctimas en potenciales victimarios por su origen racial y su pasado.