Informe XIII Muestra Cine+Video Indígena: La urgencia de una muestra a largo plazo

La Muestra Cine+Video Indígena tuvo lugar en varias sedes de Santiago, pero principalmente se llevó a cabo en el Museo de Arte Precolombino, en el corazón de Santiago centro. En los muros de este monumento arquitectónico se llevaba a cabo paralelamente una exposición fotográfica de rostros de chilenos, la mayoría capitalinos, con una fuerte presencia de rasgos indígenas. Si pudiésemos hacer un símil entre el sentido de la visión con el de la audición, diría que el tamaño de los lienzos asemejan a gritos increpantes y a la vez a una invitación imperiosa a mirarnos en el paseo ahumada sin desconocer lo evidente. Que tenemos sangre indígena en el pelo, en la piel, en la nariz y hasta en la mirada. Su provocación no era tanto para o por el pueblo mapuche o aymara, como para quienes no se reconocen como tales, su público era una cuestión de sincretismo y mestizaje desde el presente, al igual que el de la Muestra, un espacio valioso y necesario en su capacidad de generar un puente directo entre diversas culturas que conviven y confluyen en un mismo territorio.

Aunque su nombre se abstenga de utilizar la palabra festival, podríamos considerarlo como uno que mantiene sus diferencias con los que acudimos comúnmente. Aquí no hay premios ni galardones a la mejor película, y el cóctel de inauguración respondía fielmente a una reapropiación de la comida autóctona del sur de Chile. Pero por sobre todo, se diferencia en el desafío de hacer de las imágenes que otorga el cine no el fin, sino que el medio para visibilizar la realidad de las minorías, y por lo mismo abre sus puertas y pone en valor la autorepresentación de comunidades como una herramienta que penetra, que busca la permanencia y vigencia identitaria ante un mundo que arrasa sigiloso con las memorias ancestrales. Paradójicamente, y más allá de la dureza de los mensajes de cada una de las película, la instancia es también una vitrina para el lado más amable de la globalización, y que alude a la democratización de los recursos audiovisuales. Estamos ante una valiosa curatoría que se aleja agudamente de todo acto de pornomiseria -como fue nombrado desde la década de los 80, aquel cine que se producía desde una representación paternalista de la miseria del tercer mundo-, por el contrario, la urgencia del registro obedece a las necesidades de quienes protagonizan las películas, antes que de quienes las dirigen. 

La programación de la 13ava versión estuvo mayormente abocada a documentales de denuncia. Si bien la variación de tratamiento audiovisual pareciera cumplir con un esquema transversal que tiende a lo expositivo -entrevistas como recurso fundamental; seguimiento de las comunidades, el dispositivo narrativo del viaje y el rescate fotográfico de los paisajes -, la riqueza se depositó en la variedad de temáticas y problemas en obras capaces de engendrar una semilla de incomodidad, impotencia, de autocuestionamiento, de dolor y otras veces de reencuentro y acercamiento a otros modos de vivir. En la mayoría de los casos las comunidades utilizan con urgencia y disposición el poder de la cámara para hacer visibles su situación. Esta autorepresentación de las comunidades es conmovedora en documentales como los que revisaremos a continuación.

muerte-lenta

Muerte lenta: El pueblo uitoto acorralado por el mercurio, uno de los cortometrajes más impactantes por visibilizar la catastróficas consecuencias en el pueblo uitoto, en plena amazonia colombiana y orillas del río Caquetá, contaminado con mercurio por la mineras ilegales. El documental recoge el testimonio de uno de los líderes activistas que teme por la extinción de su pueblo. Su recorrido es el recorrido del camarógrafo, que con cámara en mano visita las comunidades y nos muestran niños con problemas neuronales y malformaciones por haber ingerido leche materna contaminada en su etapa de primaria de desarrollo. Una catástrofe que la comunidad sólo puede atribuir a su dios, bajo sus creencias y cosmovisión, desconociendo todo el sistema de poder, y abandono que los perjudica. Una denuncia similar es la de Lágrimas de aceite, de Marc Dagalvá. En este se utiliza un tratamiento de reportaje, acompañado de una voz en off que informa sobre los continuos derrames de petróleo de Petroperú, y la incompetencia de la petrolera por dar una solución a la contaminación de las aguas que afecta a comunidades de la amazonía.

El largometraje documental Sembradoras de vida, de Diego Sarmiento y Álvaro Sarmiento, uno de los más reconocidos a nivel de festivales, recoge testimonios de mujeres que han heredado el oficio de trabajar la tierra por generaciones. Desde una manufactura pulcra y una fotografía abocada a retratar la belleza de la naturaleza, el documental retrata este oasis no exento de los problemas del occidente. El cuidado de la semilla, y el valor hacia la alimentación, de los problemas de la desvalorización del trabajo al momento de comercializar la cosecha, y de mostrar el doble rol que deben cumplir, pues, mientras el hombre blanco se jacta de fertilizar con químicos y transgénicos, las sembradoras se preocupan rigurosamente de cambiar la siembra de cada año para mantener la fertilidad de la tierra, y hacer ofrendas al comienzo de cada ciclo para la abundancia. En el documental no hay voces omnipresentes que adviertan sobre el calentamiento global ni sobre el cambio climático, pero los testimonios nos transportan y acercan a eso que hemos escuchado como una advertencia repetitiva y sin forma. “No entiendo por qué no llueve cuando debe llover, y a veces llueve repentinamente”,  dice la sembradora más joven de la comunidad. Y finalmente vuelven a aparecer el cruce con los problemas occidentales al analogar a la mujer con la tierra por su fertilidad, y que se vuelve restrictivo para el género femenino, por un patriarcado que no le permite realizar ciertos trabajos más duros en la comunidad. Es valorable señalar que, cómo aseguró Diego Sarmiento, la presencia exclusiva de mujeres en la elección del casting no fue premeditada sino que se dio naturalmente en el acercamiento del director a las comunidades, lo que derivó en este resultado, con un punto de vista que agudiza y engloba a las sembradoras, a la tierra y la herencia como un rescate político de lo femenino. 

Sembradoras de Vida

En cuanto a las películas de ficción, es siempre más compleja la representatividad de comunidades que poca experiencia tienen en un arte que ha provenido de las culturas hegemónicas, y es por eso quizás que tanto largometrajes como cortometrajes pierden un poco de fuerza al contraponerse con las de no ficción. Es un espacio poco explorado por las mismas comunidades que se enfrentan a construir su propia forma de hacer ficción. Carlito se va para siemprede Quentín Lazzarotto, es una coproducción entre Francia y Perú que aborda el tema de la homosexualidad en una comunidad indígena del Perú. Basta el nombre para situarnos en el momento de despedida de Carlito, que se roba una lancha para partir. Pero el motivo sólo se revela en la última escena en que va buscar a su pareja de su mismo sexo: el abrazo de despedida cambia a una unión en que ambos parten. Un cortometraje que utiliza la economía de recursos, prescindiendo de grandes escenas dramáticas y que se apropia de recursos cinematográficos, como el final iluminante, y la ausencia de diálogos para construir un relato sencillo y profundo.

En la vereda opuesta, el largometraje Patu, de la directora Waitiare Kaltenegger, de Rapa Nui, cuenta la leyenda de uno de los líderes importantes de la isla. Con una escala de producción valorable y llamativa,  y un gran elenco de actores no profesionales, oriundos de la isla, la película hace una representación llena de imaginarios. La narrativa mezcla la realidad con el recurso de la animación para dar énfasis los aspectos mitológicos, en que desde el presente, Patu, cercano a la muerte, recuerda lo que vivió con su hermano.

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Dejando muchos documentales en el tintero, quisiera mencionar dos cortometrajes. De todo vivimos - Itrofill mongen, de Diego Olivos y La lluvia fue testigo, de Nicolás Soto. Ambos realizados en el sur de Chile. El primero, que fue exhibido junto a Sembradoras de vida, por indagar el tema de la deforestación y el monocultivo como arrasadores de la biodiversidad, y mostrarnos, desde los testimonios de mujeres, como el acto de plantar una especie se ha vuelto un acto político. El segundo, que se sitúa en Puerto Montt, es la búsqueda de la familia de José Huenante, un joven de 16 años, desaparecido el 2005 por carabineros de Chile. Los testimonios de familiares y cercanos, que recorren la vida de José hasta el día de su desaparición, logran sumergirnos en esta figura omnipresente que sigue impregnada en las calles de la ciudad por culpa de una justicia ausente. Ausencia marcada desde el tratamiento narrativo por hitos de su infancia que manifiestan la condición de desprotección de una vida del sector más vulnerable de nuestra sociedad.

Las exhibiciones se complementaron con interesantes conversatorios, con la presencia varios de sus directores, acompañados de un público expectante y ansioso por adquirir herramientas que lo hicieran cuestionar y la consecuencias de un sistema colonialista aún vigente. Es quizás este clima de interés colectivo el que exige una mayor presencia de espacios como el de esta Muestra, que tengan una influencia real, que se les permita incidir en un cambio de mentalidad humanitaria en el tiempo. Que no pasen invisibilizados, tal como se lo propuso la exposición fotográfica a las afueras del Museo, en la que cualquiera que caminara con la frente en alto tenía la posibilidad de reconocer su propio rostro.