Informe X Femcine (2): Sara Gómez. Ejercicios de zoom in
La recién concluida X edición del FEMCINE trajo no pocas sorpresas. Entre ellas, una muestra de la obra de la realizadora cubana Sara Gómez (1943-1974). Específicamente, se pudieron ver cinco de sus documentales: Guanabacoa: crónica de mi familia (1966), Y…tenemos sabor (1967), En la otra isla (1968), De bateyes (1971) y Mi aporte (1972), los cuales, muy certeramente seleccionados, dejan ver elementos claves de su poética, al tiempo que la emparentan con ese convulso contexto que fueron los primeros años del triunfo de la Revolución Cubana.
La recién concluida X edición del Festival de Cine de Mujeres de Chile (FEMCINE) trajo no pocas sorpresas. Entre ellas, una muestra de la obra de la grandísima realizadora cubana Sara Gómez (1943-1974). Específicamente, se pudieron ver cinco de sus documentales, a saber, Guanabacoa: crónica de mi familia (1966), Y…tenemos sabor (1967), En la otra isla (1968), De bateyes (1971) y Mi aporte (1972), los cuales, muy certeramente seleccionados, dejan ver elementos claves de su poética, al tiempo que la emparentan con ese convulso contexto que fueron los primeros años del triunfo de la Revolución Cubana.
Sobre sus orígenes creativos, la historiografía marca sus estudios de música, la labor de periodismo cultural en los periódicos Mella y Hoy, domingo y su temprano ingreso al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) en 1961 como asistente de dirección, tarea que desplegara en filmes como Cumbite (1964) de Tomás Gutiérrez Alea. También de esta época se señala su trabajo en el Departamento de la Enciclopedia Popular del ICAIC a cargo del desarrollo de audiovisuales “didácticos”, así como su colaboración con Agnès Varda en el documental Salut les Cubains! (1963).
Sara, o Sarita como firmó algunos de sus trabajos, es recordada en la historia del cine de la isla, además de por la contundencia de su obra principalmente ordenada en torno al documental, por ser la primera mujer que realizara un largometraje de ficción en Cuba. De cierta manera (1974), filme que concluyeran Titón y Julio García Espinosa debido al fallecimiento de la realizadora con apenas treinta y dos años, aborda con suma perspicacia problemáticas que venía trabajando en su obra documental y que correspondían a asuntos que, absolutamente distanciados del tono épico, se torcían en la Cuba contemporánea.
Su obra -así como la de Nicolás Guillén Landrián, con otros recursos expresivos e inquietudes- en el contexto del cine de la época vendría a penetrar sobre zonas poco visitadas, tradicionalmente deformadas o desconocidas de Cuba. Si bien la gran mayoría de los realizadores y “artistas” en general ponían el foco sobre la epopeya, los héroes y los grandes metarrelatos, Sara con un interés marcadamente antropológico motivado, entre otras razones, por la asistencia a clases de etnología y folclor dictadas por el etnólogo e investigador Argeliers León, se movía hacia barrios marginales de la periferia habanera como Guanabacoa, hacia comunidades profundas y olvidadas de la isla, hostigadas históricamente por la miseria, las mentalidades configuradas de acuerdo a la colonialidad del poder y el peso del subdesarrollo.
En sintonía con el impulso poscolonial que caracterizara al Nuevo Cine Latinoamericano y que llegara a ella a través de las lecturas de pensadores como Frantz Fanon, pone en el foco los relatos y las vidas de sujetos preteridos, borrados y expulsados de los discursos de la gran Historia. En Guanabacoa: crónica de mi familia, primer documental en el que se muestra en el cine cubano las memorias e idiosincrasia de una familia afrodescendiente, como señala la investigadora Olga García Yero, los de la familia negra de la propia realizadora; en De bateyes, las prácticas populares de las comunidades cubanas nucleadas en torno al central azucarero y en Y…tenemos sabor, los singulares instrumentos musicales de ese “ajiaco”, como lo llamó Fernando Ortiz, que es la cultura de la isla. Pero estos relatos no son contados por Sara, sino que son los propios excluidos o subalternos quienes los narran en un ejercicio que Adolfo Colombres probablemente ubicaría en la tipología de documental de “ojo dialógico”, donde se trata de otorgar a los grupos oprimidos el espacio que históricamente les ha sido vetado.
Alfredo Guevara en el primer número de la revista Cine Cubano, con data de 1960, cuestionaba la existencia de un cine nacional en términos artísticos. Según su consideración, el audiovisual realizado hasta entonces se reducía básicamente a paisajes cubanos, rumberas, villanos y hoteles de lujo. El interés de Sara Gómez, evidentemente influenciado por los procesos de reescritura de la historia que se producía en la Cuba de la época, radica en la indagación sobre la identidad de la nación y su cultura popular. En este sentido, la voz en off del inicio de De bateyes señala explícitamente la función del documental: “creemos que puede ser un aporte al conocimiento de nuestra historia y en la búsqueda de nuestras verdaderas tradiciones nacionales”.
Por otra parte, en Guanabacoa: crónica de mi familia -probablemente en cierta sintonía con el censurado y polémico documental PM (Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez, 1961), que desatara aquellas lapidarias Palabras a los intelectuales pronunciadas por Fidel Castro- pareciera que el impulso movilizador de la Revolución no tocara los rostros de esos sujetos apagados que asisten a un concierto, de esos cuerpos que deambulan ensimismados por las derruidas calles de la olvidada villa colonial o de los que “se posan” en las esquinas y en los bancos de los parques mientras transcurre el tiempo. La arquitectura, los monumentos, los objetos desgastados y los interiores de las casas adquieren una significación parlante. Parecieran hablarnos de un tiempo suspendido, de unas vidas desperdiciadas y en ruinas, en las que la rememoración del proyecto utópico tiene lugar solo a través de un rincón del apartamento de la prima Berta en el que se mezclan, cual collage, las fotografías de héroes de las gestas independentistas como Antonio Maceo y las de Fidel Castro con los altares propios de la religiosidad afrocubana.
Si en montones de imágenes de la época se muestra al pueblo como una masa anónima, borrosa y homogénea; la obra de Sara, asumiendo un tono agudo, de una sensibilidad poética e intelectual verdaderamente revolucionaria, no solo hace un ejercicio de zoom in sobre esos rostros sin nombre, sino que los capta en su cotidiano devenir y los deja hablar. Conocemos sus ideas, memorias y conflictos en un tipo de trabajo que, como bien señalan los estudiosos de su obra, se debe en primera instancia a la influencia de la teoría del cine encuesta de Theodor Christensen, uno de los peregrinos que, como Marker, Varda, Ivens y Zavattini, llegara a la isla en los sesenta y contribuyera decisivamente a la formación de los jóvenes realizadores cubanos. Para el danés, que fuera particularmente admirado por Sara, el empleo de la entrevista podía contribuir decisivamente a la mejor captación de la realidad en el documental. Además del cine encuesta explícitamente citado en materiales como En la otra isla, también se advierte frecuentemente el modo en el que la realizadora evade las convenciones del género documental y apuesta por el cine directo con el objetivo de registrar la espontaneidad de la vida cotidiana.
A través de los entrevistados, estamos al tanto de una Cuba y de una Revolución que dista sobremanera de la epopeya triunfal, la complacencia y la consumación del proyecto utópico. En En la otra isla, uno de los documentales más sólidos de su obra, Sara entrevista a algunos jóvenes que se encuentran en la granja Libertad, ubicada en el actual municipio especial Isla de la Juventud, con motivo, dicho amablemente, de inducir en ellos procesos de reeducación a través del trabajo productivo, el estudio y las actividades culturales. Sus faltas y “problemas de conducta” no siempre quedan explícitas en el documental, tampoco es que fuera el foco de su interés. El sentido de la granja, básicamente, era transformar a estos aparentes embrionarios lumpen sociales en el hombre nuevo guevariano. En Mi aporte, documental que le encargara la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), Sara investiga las causas por las cuales muchas mujeres aún no se incorporaban al trabajo en sociedad. Los resultados arrojados no son nada épicos y, finalmente, el material nunca se estrenó en los circuitos de cine del país.
Mediante los testimonios y los ademanes de los hacedores del proyecto, Rafael y Lázaro de En la otra isla; Gladys, Lucía y Mirta de Mi aporte, la realizadora registra las contradicciones, lo problemático, las dudas y el enorme peso que ejercía la Historia y el nosotros sobre las generaciones de cubanos de los años sesenta y setenta. Documenta las resonancias que tiene para el sujeto el despliegue del proceso en el cual la Revolución, en nombre de la promesa de un futuro mejor y más justo, interviene la vida cotidiana, la familia y los modos de sociabilidad. A propósito escribió Juan Antonio García Borrero: “A Sara también le interesaba ese gran futuro que constantemente se anunciaba por todas partes, pero sabía que cualquier mañana (por feliz e idílico que se pueda presentir) se construye a diario, en un presente que nunca deja de ser convulso. El Hombre Nuevo (sea el de Nietzsche o el de Che Guevara) jamás será el producto mágico de algún click providencial, sino en todo caso el resultado trágico de todas esas encontradísimas circunstancias que se viven en cada época”[1].
En respuesta a una entrevista que le hace Marguerite Duras, Sara contesta: “Yo diría que aquí, en el terreno del individuo no pasó nada, sino que todo está pasando, y está pasando por una larga y dolorosa ‘disolvencia’ (…) Yo pienso que si bien en lo que se refiere a los cambios revolucionarios en la base económica, estos se producen ‘por corte’, no ocurre así en la escala de los valores éticos individuales”[2]. Probablemente por enfatizar sobre las contradicciones y lo abrupto de los procesos de construcción del socialismo y no sobre los posibles logros ya consumados del proyecto revolucionario como se esperaba, es que la obra de Sara Gómez en su momento fue interpelada como extravagante por algunas esferas dogmáticas, provocando que la mayoría de sus trabajos no se mostraran durante su vida y que no se valorara y rindiera un homenaje a su altura hasta quince años después de su fallecimiento, cuando la revista Cine Cubano le dedica un dossier.
Es muy posible que aún hoy no sepamos la magnitud con la cual deberemos asistir a su obra, principalmente los cubanos, como documento antropológico, político, estético e histórico en tanto supo, como pocos, captar con suma sensibilidad y agudeza ese intento escabroso y utópico que fue la transformación de las conciencias, la construcción del hombre nuevo y del socialismo en Cuba. En todo caso, debemos agradecer a FEMCINE la iniciativa de poner en circulación y visibilizar su aguda poética.